En octubre celebramos el mes de la familia. Es oportuno que reflexionemos sobre la gran importancia que tiene la familia en la formación de nuestra sociedad. Más allá de tantos cambios que ha sufrido la familia, en cuanto a su concepción desde el nuevo código civil, que acepta los diversos tipos de familias, desde una mirada cultural, la familia sigue siendo la formadora de cultura por excelencia. Es la primera escuela donde el niño logra su desarrollo personal y cultural, adquiriendo los grandes valores que marca el rumbo de nuestra sociedad. La familia es la unidad básica de la sociedad, sigue siendo la institución que debe formar y educar a nuestros niños y jóvenes. En medio de tantas corrientes filosóficas que atrapan a la juventud actual, la familia sigue teniendo la gran fuerza de sostener el valor del amor y entrega generosa que se vive en el seno de cada hogar. Es ahí donde la persona se humaniza, es ahí donde se aprende el valor de la entrega generosa… El papa Juan Pablo II definía a la familia como buena noticia; ser y vivir como familia no es una ideal inaccesible, sino una vocación que espera una respuesta. La sociedad actual plantea como gran desafío que la familia sea realmente una buena noticia para compartir a pesar de las dificultades que plantea toda convivencia humana. La familia es la primera escuela donde el ser humano se prepara para su realización personal y social. El evangelio de la familia es la buena noticia del amor divino que es proclamada a todos los que viven esta fundamental experiencia humana personal, de pareja y de comunión abierta al don de los hijos, que es la comunidad familiar. El mismo papa Francisco nos recuerda: “El matrimonio es el símbolo de la vida, de la vida real, no se trata de un simulacro”, no es “un camino llano, sin obstáculos: esto no sería humano”. Por el contrario, “es la reciprocidad de las diferencias. Es un viaje comprometedor, a veces difícil, a veces conflictivo, ¡pero en él se encuentra la vida!”La familia es la primera escuela donde el ser humano aprende la auténtica alegría que es algo diferente del placer; la alegría crece, madura siempre en el sufrimiento, en comunión con la cruz de Cristo. Sólo aquí brota la verdadera alegría de la fe, de la que incluso nadie está excluido, ya que se aprenden a aceptar el sufrimiento en comunión con el de Cristo.Que en estos tiempos de crisis que vive la sociedad el amor de Cristo en la Cruz sea un ejemplo de amor para cada familia: que se viva el amor y entrega generosa en cada hogar y la cruz de Cristo sea abrazada entre todos los miembros del hogar en los momentos de adversidades y contratiempos. Que cada familia de nuestra sociedad sea una verdadera escuela de amor generoso en estos tiempos donde hay tanto egoísmo. A ejemplo del amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, la familia se mantenga siempre unida y fortalecida por el amor sincero. Que la vida familiar nos anime a transfigurar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Que cada familia transite “un hermoso camino: un camino fecundo; donde el amor crezca”.





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