“Cafebrerías. Se llaman cafebrerías”, comenta el escritor mexicano Gonzalo Celorio al referir a cómo se conocen en su país a las librerías que tienen servicio de bebidas y comidas. La alusión viene a Clásica y Moderna, el local referencia del rubro ubicado en el centro de Buenos Aires. Hacia allí se dirigirá cuando termine la presente charla, que tiene por columna vertebral su última novela, El metal y la escoria (Tusquets), un gran relato sobre su familia. Allí, y en poco más de 300 páginas, cuenta la historia de su abuelo, quien llegó a México proveniente de España. Sin un peso, levantó un emporio económico que sus hijos dilapidarían con una vida de excesos.Ahora Celorio está de buen humor. Tranquilo porque pudo “exorcizar” temores a través de la escritura. El tema, el de sus antepasados, lo carcomía desde chico; y también sus consecuencias. Ya no tiene miedos; “aquellos miedos”, remarcará, como a las enfermedades de la vejez. Charlar con él es agradable, porque demuestra una amabilidad poco común. No escatima sonrisas sinceras ni apasionamiento cuando habla de la escritura. De su escritura.Usted dijo que escribe para exorcizar. ¿Lo logró con El metal y la escoria?Una novela siempre surge de un conflicto que no se resuelve en el transcurso de una sobremesa, sino que hay que navegar por muchas páginas para plantearlo. En esta novela el temor que tenía, y que se agudizó mientras lo escribía, era el de tener Alzheimer, como mi hermano. Una enfermedad poco estudiada, de la que no se sabe si tiene una condición genética. Después de haber escrito la novela, y potenciar el tema en el último capítulo, donde escribo como si fuese un afectado por el Alzheimer, sentí que esa enfermedad quedaba exorcizada. Ya no tengo ese miedo. No sé por qué. Pero ocurre el milagro. La novela es un exorcismo. Eso, hoy, no me preocupa. ¿Cómo siguen las cosas después de ese exorcismo?Aparece una especie de desapego a lo que estuvo presente en el tiempo de la escritura. Soy un escritor lento: escribo una novela cada siete años. Hay quienes pueden escribir una cada año, pero yo no. Y cuando termino, me siento liberado de toda tensión. Escribo con lentitud. Los últimos seis o siete meses son de mucha intensidad, de escribir veinte horas diarias. Por eso al terminar siento una gran tranquilidad. Y quisiera olvidarme enseguida de esa novela, estar curado de ella.O sea, es poco el tiempo que disfruta de la escritura.Sí. No me gusta escribir. Más bien me resulta dificultoso. Hasta para escribir un recado hago tres borradores. Una cosa espantosa. Pero nada en la vida me gusta más que haber escrito. Es más, no podría vivir sin escribir, pero me resulta dificultoso. Construir de la nada algo, es muy pesado. Una vez que uno tiene el borrador, bueno ya es un problema menos. Los últimos meses son los que uno dedica, si hacemos una comparación con la construcción de una casa, al color de las paredes, a los cuadros. Ya no está la preocupación de la página en blanco. Esos últimos meses los disfruto.¿Suele releer sus escritos?No. El libro terminado queda en el pasado. No vuelvo a él más que cuando tengo que presentarlo o dar una entrevista. Escribir es una manera de olvidar. Acá hay un mecanismo de contar, pero también de olvidar. Olvidar el motivo del conflicto que generó esta novela. Ya no tengo curiosidad por este tema. Cuando era niño y veía que no se contaba la historia de la familia de mi padre, que no se hablaba del tema, que se generaba un silencio, un hermetismo, se me despertó la curiosidad por saber cómo era esa familia, por qué me la negaban. Creo que un escritor es un curioso profesional. Hasta que la pude contar, a mi manera. Desde ese momento la curiosidad desapareció. Ya no tengo inquietudes. Tendré que canalizar otra curiosidad, o conflicto, en una próxima novela.“Una obsesión”¿Así que siempre lo acompañó la curiosidad por su familia?-Hace más de cuarenta años que tenía la obsesión por escribir sobre esto. Lo que sucede es que uno de joven quiere hacer una novela total, y no tenía la madurez ni los instrumentos suficientes para contar esta historia. Creo que la madurez de un escritor consiste en ir aplacando las ambiciones juveniles. Esta novela, por ejemplo, no es tan ambiciosa como quería de joven. No pretende ser una novela total. Y hubo algo que funcionó muy bien: escribir a veces en segunda persona. Es decir, aquello de lo que fui testigo presencial lo escribí en primera persona, porque lo viví. Pero lo que no viví, elegí que me lo cuenten. Siempre nuestras historias familiares nos las cuentan en segunda persona y eso quise hacer ahora: “Tu tío esto”, “tu madre aquello”. Esa voz es la que quise poner también aquí. ¿Qué significa una familia?No me preocupa tanto la idea de la familia, porque si bien está presente, lo que más quería era contar la historia de personajes que me parecen interesantes, más allá de que sean familiares míos. Si fuese una historia sólo familiar no le interesaría más que a mis hermanos y a mis hijos. Y yo tengo la esperanza de que pueda interesar a los demás. Una tía interesante, un tío deportado a España por un motivo que tenía más que ver con la seducción que con la sedición, una fortuna que costó tanto amasarse y se dilapidó. Son historias quizás reveladoras de una historia más amplia. ¿Imaginó que había vidas tan intensas en su pasado?Uno cree que su entorno es el más normal y anodino. Pero si se escarba un poco se da cuenta de que cada persona tiene algo para contar. Y para eso está el escritor. Son vidas aparentemente anodinas o comunes y corrientes, pero que tienen alguna significación. Por eso la novela puede ser interesante, más allá de que seas mis familiares. Hemingway decía que no hay historias malas, sino malos contadores.Creo que todas las historias son dignas de ser contadas. ¡Vaya que hay literatura sobre historias anodinas! Desde La metamofosis, de Kafka, a El hombre mediocre, de José Ingenieros. La literatura está llena de personajes mediocres que son destacados y revelados, aún en su mediocridad, por un escritor.¿Por qué sobre el final cuenta lo del casamiento de su hermano? Hay ahí un problema de identidad que se origina en que cuando era niño pusieron su foto en mi carnet de boy scout. Eso me llevó veintitrés años de psicoanálisis. Siempre me quejé de que en mi credencial estuviera su foto, pero nunca
me fijé en que él se podría quejar de que su imagen estuviera en mi carnet. Creo que en esa escena del casamiento hay un ajuste de cuentas: se recupera una identidad amenazada.¿Qué le sirvió más: los 23 años de psicoanálisis o escribir esta novela?(Risas) Esta novela fue más liberadora.¿Le teme a la vejez?Después de esta novela, no. Mi temor está orientado a la posible condición de no valerme por mí mismo. No le tengo miedo a la muerte, pero no quiero depender de otros para moverme, para orinar, etcétera. Eso es terrible. Lo cuento al recordar el final de la vida de mi hermano, con Alzheimer. En la medida en que se perdía la memoria, se perdía el lenguaje y la identidad. Y la perdida de la identidad es atroz. Es terrible estar muerto en vida. Tenía miedo a eso. Ya no.“Una vida sin lecturas”Habla también de lo terrible que es leer sin recordar qué se leyó. ¿Se imagina, en situaciones normales, sin leer?No. Porque no todo lector escribe, pero todo escritor lee. No hay escritor que no haya sido previamente lector. En ese sentido, no entendería mi escritura sin haber leído. Ni la vida sin haber escrito.¿Entiende a ésta como una novela triste?Alguien me dijo que hay una gran tristeza en estas páginas y que tiene que ver con el sentimiento de pérdida. Que hay una tonalidad de tristeza relacionada con la ausencia, con la pérdida: del padre, de cinco hermanos. No se si es posible escribir una novela histórica, sobre todo de la familia, sin tener un sentimiento de pérdida. Porque uno habla de muertos próximos.¿Cómo tomaron la novela sus familiares?La fueron leyendo a medida que la escribía. No quería herir ninguna susceptibilidad. Tenía temor de que no entendieran que se trataba de un homenaje, como el caso de mi hermano Benito, aunque lo presento en una etapa muy triste. Pero todos lo avalaron. No deja de haber hermanos que me hacen señalamientos simpáticos, porque no saben que escribir una novela, por más histórica que sea, no deja de lado la ficción. Mi abuelo no se llamaba Emeterio, por ejemplo, sino Benito. ¡Llamándose Benito no se puede hacer la América en una novela! Pero en la realidad sí ocurrió. Y como eso, muchas cosas. La literatura tiene una virtud creativa. Por más que sea histórica, familiar, es una novela con muchos elementos de ficción que iluminan las zonas oscuras del pasado.Usted escribe que la muerte de su padre lo marcó… La muerte… y también su vida me marcó. Ya era un anciano cuando nací. Hace 60 años era muy diferente tener esa edad si se compara con lo que es hoy. Por fortuna para los que vivimos ahora. Por Alejandro Duchini Gonzalo Celorio Escritor y médico • Nacido el 25 de marzo de 1948 (67 años )• México, D. F., México Su nombre real es Gonzalo Edmundo Celorio y Blasco. Estudió lengua y literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde da cátedra de literatura iberoamericana y también en la Universidad Iberoamericana y en el Colegio de México. Integra el Sistema Nacional de Creadores de Arte. Miembro de la Academia Mexicana y de la española, publicó una decena de libros:ensayos sobre literatura y arquitectura y novelas. Su obra se tradujo al inglés, rancés, italiano y portugués. Obtuvo el Premio de los Dos Océanos en Biarritz, Francia (1997) y el premio IMPAC-Conarte-ITESM (1999).





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