POSADAS. De la noche a la mañana, la vida de toda la familia dio un giro de 360 grados. Todo cambió para todos desde que Gladys Mabel González (27) y Yanina Claribel Galarza (20) murieron bajo las ruedas de un automóvil que circulaba a toda velocidad -y en manos de un conductor alcoholizado- por la avenida Alicia Moreau de Justo, exruta provincial 213, en Posadas.El último martes se cumplieron dos meses de la tragedia que conmovió a la capital y, por qué no, a la provincia. El episodio obligó a una reflexión sobre las actuales leyes de tránsito y abrió la discusión sobre los cambios que se deberían ejecutar. Sin embargo, desde aquel día poco cambió para Marcelo Leguizamón (30) y los cuatro chicos que quedaron sin Gladys, su madre. En realidad, hubo muchas transformaciones, tanto en lo que tiene que ver con el dolor y la angustia hasta en lo ligado a la situación económica de la familia. “La angustia es grande y el dolor persiste. Nada va a servir para cambiar esto, porque yo todavía pienso en lo que voy a decirles a mis nenas el próximo día de la madre. No puedo simplemente desaparecer, tenemos que enfrentar la cruda realidad que nos dejó este ‘cristiano’, por llamarlo de alguna manera”, le dijo aún conmovido Leguizamón a PRIMERA EDICIÓN.Marcelo se refiere a Gonzalo Slámovits (32), quien guiaba el VW Golf que embistió a las víctimas. Más tarde se supo que circulaba a toda velocidad y alcoholizado.Como este diario publicó días atrás, el automovilista sigue internado en una clínica privada del centro posadeño bajo custodia policial, en calidad de detenido. Eso podría cambiar si abona los 500 mil pesos de fianza que le impuso la Justicia.Leguizamón claramente está en desacuerdo y hasta escribió una carta que compartió con este periódico que, asegura, intentará entregar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.“No más a la inseguridad vial, nada va a cambiar hasta que el Estado no tome medidas en conjunto con la sociedad o se debata una nueva ley, porque la actual nadie la cumple. Lo demuestran los mismos hechos, todos los días en las rutas misioneras”, lee Leguizamón, quien exige justicia por la muerte de las jóvenes y no se explica aún cómo pasó lo que pasó: “Quiero una respuesta urgente, porque aquel día hubo cinco controles de tránsito en Posadas. ¿Este muchacho dónde estuvo y por qué nadie lo controló? ¿Cómo ninguna cámara de seguridad lo captó mientras circulaba a toda velocidad?”.Hasta el momento en que todo cambió, Leguizamón trabajaba en albañilería, en el Alto Paraná. “Éramos contratistas y hacíamos cabañas prefabricadas en toda la provincia. Por quincena llegábamos a sacar entre 8 y 10 mil pesos por nuestro trabajo”, admite el entrevistado. No obstante, la tragedia modificó también eso: Marcelo debió regresar a Posadas y empezar de vuelta. Hasta ahora no consiguió trabajo. Y por eso todos los días sale con una bordeadora a cortar el césped. Así sostiene la olla para él y sus cuatro hijas de 4, 8, 10 y 12 años. Los números, claro, no son los mismos: por jornada gana entre 100 y 200 pesos. Con suerte, unos 4.000 pesos por mes.“Salgo a cortar el pasto todos los días para sobrevivir, no me da vergüenza, lástima ni pena decirlo. Tengo el apoyo del Hogar de Día, que asiste a mis hijas durante la mañana. Después todo se hace cuesta arriba”, reconoce.Marcado por el dolor, junto a sus hijas, familiares y vecinos del barrio San Isidro, al sur de Posadas, Leguizamón no baja los brazos. Por ellas y también por el resto: “No sé qué puerta tengo que golpear, pero voy a llegar hasta la Presidenta para que esto no vuelva a pasar”.





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