DOS DE MAYO. Erna Pydd tiene hoy 84 años, el rostro con las huellas del duro trabajo que enfrentó prácticamente toda su vida, una lucidez destacable y la tranquilidad que dan décadas de sacrificios luchando contra el aislamiento, la selva y las carencias.Tenía sólo 11 años cuando vino junto a sus hermanos a instalarse en la nueva chacra que su padre Juan Julio Pydd compró en el año 40, dejando las comodidades que entonces ya tenían en Leandro N. Alem donde eran una familia acomodada. Ya entonces pasó a ser la maestra de los demás chicos. Casi ninguno sabía nada más que los números y ella con sexto grado ya tenía para el momento mucha formación.Hoy piensa que la vida se fue… Pero tras escuchar su historia que puede no ser la oficial, se siente que cada parte del pueblo tiene algo hecho por su familia o por ella misma. Que su esfuerzo en los albores de lo que sería Dos de Mayo refleja su trabajo y el de muchos otros que merecen ser reconocidos y recordados porque esos primeros tiempos fueron verdaderamente difíciles.La época de hacer los caminos“Dejamos nuestra vida de pueblo donde nunca habíamos tocado una asada, para llegar a nuestro ranchito. Fue entrar al monte y… arréglate. No había escuela ni nada. Hasta jabón fabricamos con grasa, para poder usar en la higiene personal y para lavar la ropa”, señaló a PRIMERA EDICIÓN, con cierto tono de lamento y nostalgia.“Entonces estábamos siete familias en toda la zona, no había escuela y nuestros padres armaron otro ranchito y como se enteraron que yo en (Leandro) Alem había cursado hasta sexto grado, yendo a la escuela en español a la mañana y en alemán a la tarde me pusieron a enseñar”, relató. Pero lógicamente no fue nada sencillo, porque no solo tuvo que afrontar el desafío de enseñar a otros siendo tan pequeña, sino que debió hacerlo sin materiales: “no teníamos nada, ni un pizarrón, ni un lápiz, ni un cuaderno. No había nada”. El aula, un tablón de maderaErna recuerda que su padre cortó un tablón de madera dura para mesa, puso dos bancos y le ordenó dictar clases. Enseñó las letras, un poco en alemán, un poco en español, a sumar y restar, a dividir y multiplicar.Tenía sólo 11 años y enfrentaba un cambio terrible de realidad. Enseñó lo básico a sus vecinitos durante un buen tiempo hasta que llegó la primer pareja de docentes un año después.Los útiles que tenían eran mínimos. El colectivo que llegaba solo una vez por mes llevaba los pedidos. Pocos valoraban realmente la escuela. Los grandes ni siquiera asistían, tenían que trabajar, los chicos solo si andaban bien y no eran muy terribles. Así, Erna Pydd siendo niña fue la primera maestra de Dos de Mayo.“Antes era realmente sacrificado, hoy los chicos tienen todo fácil para aprender, capacitarse, y no valoran nada”, reflexionó.





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