Desde muy niña, la experiencia de ejecutarlo me llevó a buscar para no cumplirlo. Claro está que siendo orden (¡pedido enérgico!), de mi padre, eran escasas las veces que zafaba de realizar la tarea de cebarle el famoso y odiado mate chancleteado. Muy dentro de mí detestaba la llegada de los amigos de mi padre, trátese de compadres o de simples vecinos. Sabido es que se acodarían en los antiguos bancos de madera rollizos que mi padre había instalado en la vereda de la casa debajo de los enormes paraísos. Por esos tiempos era costumbre de las familias ubicar separadamente el ámbito de la cocina del resto de la casa. Seguramente para evitar que el humo de los fogones se expandiera por el resto de la vivienda, o tal vez, para que el olor de las frituras no invadiera los dormitorios. Retomando la historia les diréque efectivamente la amplia cocina de mi casa se hallaba ubicada en los fondos de la propiedad y miprogenitor deseaba tomar ese mate chancleteado. La tardecita de esta historia, yo traté de evitar la orden de papá, una por la sencilla razón de que había muchos hermanos por allí, jugando alegremente. Y entonces me puse a barrer el patio. “M’hija deje eso para después y ponga el agua a calentar para un rico mate y lúzcase que ya están llegando sus padrinos”, ordenó mi viejo y a obdecer sin chistar. Luego de recibir el regalo de mi linda madrina huí para la cocina y entre el ajetreo de preparar un buen mate y saborear algunos pastelitos , el tiempo pasó volando. Por de pronto , hasta tuve tiempo de probarme la linda pollerita plisada , regalo de mi madrina. Mate va, mate viene, mate va, mate viene, niña va , niña viene y cuando ya mis piernitas flacas pedían un descanso, la visita se despidió y se fue. Cuando al fin pude descansar de la rutina del mate, chancleteado como debe ser, la pregunta me surgió así de pronto. ¿Padre, no habría posibilidad de llevar la pava para que la visita cebe el mate”. De ninguna manera – respondió, aquí se acostumbra a que las niñas lindas y guapas acarreen el mate desde la cocina para demostrar que lo sabejn hacer … y muy bien. Con esa respuesta y agradeciento la lisonja de mi padre , limpié el mate y me fuí a dormir. Tina Gómez de Nesteruk – Del libro “Verde que te quiero Verde” – Docente Jubilada Nacida en Concepción de la Sierra – Vive en Capioví Es una escritora misionera, poeta, letrista, que viene cosechando premios y a la par publicando libros de neta esencia misionera. Precisamente, el relato que ocupa la cabecera de esta página es tomado del libro “Verde que te quiero verde”, en el cual la autora vierte todo su amor por el oro verde misionero, como si estuviera vertiendo el agua sobre la yerba acomodada en una calabaza matera. Con cariño, con dulzura, “para no quemar la yerba”, Tina nos propone recordar tiempos pasados en que el mate era trasladado desde la lejana cocina de la casa hasta donde estuvieran los visitantes; quien mejor puede contarlo que alguien que lo tuvo que hacer siendo niña “para lucirse – según el padre-, con los padrinos como gran cebadora”.





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