POSADAS. Los cuatro cuentos que fueron incluidos en la antología nacional “Todo el país en un libro”, que lleva a cabo el reconocido escritor y editor Sergio Gaut Vel Hartman, fueron puestos a consideración por sus autores el viernes en el Centro Cultural Vicente Cidade: Sergio Alvez, Mariela Stumpfs, Sebastián Borkoski y Aníbal Silvero.Tras una introducción de la directora a cargo del Cidade, Alba Solís, los autores misioneros hicieron una reseña de su carrera literaria y leyeron sus textos al público presente, contestando preguntas referentes a sus creaciones y a los estilos abordados. La miembro de la Academia Argentina de Letras Olga Zamboni apreció que “los cuatro cuentos poseen diferentes matices y tienen estilos totalmente diferentes, lo que también es un valor agregado para la diversidad de la representatividad de Misiones en el libro”. Felicitó a los autores.Los escritores explicaron que su próximo paso es ver las alternativas para estar presentes en la presentación oficial de la antología, que se realizará el 18 de marzo en la sala Osvaldo Pugliese del Centro Cultural de la Cooperación, en la Ciudad de Buenos Aires, y en el que comprometieron su presencia la mayoría de los autores que integran la selección, que incluye a todas las provincias, sin excepción, y sienta un precedente en la literatura argentina, ya que no se conoce otra selección similar de narrativa contemporánea donde esté representado federalmente todo el país.Presentamos tres de los materiales seleccionado:Don Sanabria, por Mariela StumpfsEn el ir y venir por la vida, don Sanabria oía a muchos asegurar que la fe colabora con la ciencia y a otros afirmar que es la ciencia la aliada de la fe. En fin… ambos bandos le caían bien porque tanto quienes creen en el primer orden o a la inversa, aconsejaban que en caso de enfermedad hay que acudir a la oración y al médico y él era uno de los que hacía las dos cosas conjuntamente: se encomendaba al Todopoderoso y se entregaba también a las manos de los médicos, por si acaso…Partidario era el anciano al mismo tiempo, de la rama que más adeptos enfrentados posee: la medicina natural, naturista, naturopatía, naturismo o naturopática, (o como sea que la llamen)Muchos defensores de la curación a través de plantas y tratamientos naturales reniegan de los doctores y sus tratamientos invasivos.Los médicos, por su parte, suelen decir que la medicina natural es ineficaz, insegura y aficionada. Estas discusiones a él le parecían innecesarias y trataba de no inmiscuirse si surgía el tema por aquí o por allá.Ahora, los que verdaderamente le causaban gran preocupación eran los que pensaban que cualquier malestar físico, desde el más insignificante hasta el más espinoso debía curarse únicamente con oración, tentando así a Dios al exigir continuamente un milagro, sin recurrir a la ayuda médica para sanar su cuerpo, alma y mente.-¿Por qué no avalar a la ciencia médica, cuando el propio Jesucristo un día dijo: No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos? –expresaba Sanabria-pero bueno, cada uno elige qué hacer con su fe según su parecer – se respondía a sí mismo por lo bajo. Era el veterano Sanabria al fin y al cabo, fiel partidario de las tres creencias citadas, sin predominancia ni preferencia por alguna de ellas en particular, pero destacable y reconocido era por su conocimiento sobre las bondades de la medicina alternativa Conocía las bondades de cuanta raíz o yuyo había y, asimismo, las cantidades recomendadas para su consumo, cada cuánto ingerirlas, formas de preparación y conservación. En la Iglesia donde se congregaba los domingos, su función era recepcionar los pedidos de oración para delegarlos luego a Dios en la oración final de la reunión.El tema es que Rogelio, miembro de la feligresía, notaba que cada vez que alguno de los fieles le resumía en contados segundos sus penurias o necesidades, él pronuncia en voz alta: Ten fe y confianza, Dios te va a sanar, y luego disimuladamente les cuchicheaba algo al oído.-¿Qué les dirá Sanabria? – se preguntaba Rogelio. Fue así que decidió inventarse una dolencia para quitarse de encima la curiosidad y dando unos pasos se puso en la hilera de los que solicitaban oración.Cuando fue su turno, Rogelio trató de poner una cara acorde a la circunstancia e informó esto a Sanabria:-Hay momentos en los que veo un poco borroso y me arden mucho los ojos, quisiera que pida a Dios por mi vista.-Ten fe y confianza, Dios te va a sanar- resonó la voz de Sanabria que todos alcanzaron a oír para luego cuchichearlo al oído:-Tome diariamente jugo natural de zanahoria y dos veces por día prepárese también un tecito de ortiga o arándano y por supuesto, vaya también a consultar a un médico. Silla y mate, Por Sebastián BorkoskiSopla el viento con un vaho de calor ya conocido por ella. Viene del río, del río que antes podía sentir. Es el mismo viento que durante los días secos hacía bailar el polvo colorado alrededor de su casa. En esos días una nube mágica la cubría y dejaba una estela naranja en su delantal. Ella contenta, porque al menos quedaba con algún color que parecía adornar ese blanco amargo dejado por los sucesivos lavados. Hoy, el polvo quedó sepultado bajo el progreso como también sus ganas de salir a caminar. Las calles ahora están demasiado duras y calientes para sus suaves chinelas. Ya dio muchos pasos corriendo detrás de sus inquietos hijos mientras los criaba. Ya están lejos, ellos fueron más rápido, no pudo seguirlos. Ahora solo puede esperar que vengan, que los traiga el viento, pero este ya ni polvo trae, ni olor a río. De todas formas siempre hay una silla extra acompañándola.El escenario que descansa delante parecería aburrido, o demasiado estático para el ojo común. Para ella sin embargo cualquier variación del cuadro que contempla todas las tardes puede hacer explotar dentro de sí misma una bomba de recuerdos. Inflan su pecho, puede sentír su corazón nuevamente como lo hacía antes. Tiene que cebar un mate, dejar que el vapor con aroma a verde vuelva a calmar sus sentidos para entonces poder dibujar con serenidad los episodios más intensos de su vida. Todo ocurre muy adentro. Antes su rostro acompañaba estas sensaciones ahora, ya frágil, trata de dejarlo lo más quieto posible por temor a que sus arrugas se marquen aún más. Solo reserva su sonrisa para aquellos que la saludan de vez en cuando. Tendría tanta
s cosas que contarles si tan solo preguntaran alguna vez. Una silla y un mate. Certeza, por Sergio AlvezPedro Fuentes dijo que aquel fue el invierno más frío que podía recordar en Misiones. Que nunca antes el pasto del patio había amanecido recubierto por tanta escarcha. Que jamás, los cubos de agua que solían dejar afuera para los perros, se habían convertido en hielo de la noche a la mañana. Pedro era el paciente más antiguo del Hospital Carrillo. Llevaba 37 años de internación. Ninguno de los trabajadores del hospicio público conocía tanto el lugar cómo Pedro.El gremio había decretado una huelga por tiempo indeterminado. En esos días, sólo el doctor Córdova y dos enfermeras aparecían por el manicomio un par de horas, solo para medicar a los 22 pacientes. El Carrilo estaba distante a diez kilómetros de la urbanidad. Había muchos problemas en esos días de paro. Algunos, tan penosos que no valdría la pena mencionarlos. Ni siquiera había calefacción. Pero entre estos inconvenientes, la falta de frazadas era uno de los más apremiantes. Ante ello, Pedro decidió cortar con sus manos las pocas mantas, para multiplicar los retazos y repartirlos entre todos de manera equitativa. No fue suficiente. Y entre el frío y el paro, esa semana murieron dos mujeres. Además, se diseminó entre los pacientes una grave epidemia de gripe y bronquitis, entre otras enfermedades estivales.La muerte de las pacientes motivó la comidilla periodística y la llegada, poco habitual al hospital, del ministro de Salud. Llegaron cronistas y fotógrafos, que se cansaron de retratar a los pacientes. El rostro de Pedro incluso, salió en la tapa de uno de los dos diarios más importantes de la provincia. Le habían hecho la toma en su decadente lecho, donde estaba tirado desde hacía días, a causa de una neumonía.Cuando todos los periodistas y las autoridades se fueron, el doctor Córdova, que era además el director del manicomio, se puso a caminar entre los árboles, con la mirada abstraída en vaya saber qué cosa. Dio un largo paseo por todo el campo externo, seguido y espiado sigilosamente por Pedro Fuentes, que quería decirle algo.Cuando al fin lo alcanzó, Pedro le dijo:—Doctor. Ya estoy sano. Mi neurosis depresiva es cosa del pasado. Ya no quedan vestigios de locura en mi ser. No hay pensamiento, ni idea, ni conducta mía que escape de los límites establecidos de la cordura. Estoy sano; ni recuerdo ya lo que era una alucinación. Esta temporada de frío, y la neumonía que me tuvo postrado, al mismo tiempo parecen haberme hecho recobrar mis facultades mentales.Cuando terminó de decir esto, Pedro Fuentes se dio cuenta que estaba hablando solo. Pero tuvo, pese a ello, una clara certeza. Ya no estaba loco. Estaba muerto. Nota: en una próxima edición se publicará en este diario de manera íntegra el cuento restante, de Aníbal Silvero, que aquí no se pudo concretar por razones de espacio.





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