POSADAS. Tal vez para sus clientes comunes no haya sido sorpresa dado que en los últimos días El Rayo, el bar de Bolívar casi Ayacucho, venía trabajando medio turno, es decir, sólo de mañana. Pero para aquellos que alguna vez disfrutaron de las gigantes hamburguesas o los abundantes ravioles o las milanesas casi por metro cuadrado o simplemente de un café o una cerveza y que se acostumbraron a la tonada española de sus propietarios y a la criolla gentileza de sus “mozas”, la noticia causó más que sorpresa, una inevitable tristeza. El Rayo era la continuación de Blancanieves, aquella cafetería que funcionaba por San Lorenzo casi La Rioja donde el parroquiano podía abastecerse de lácteos y gaseosas con pebetes de jamón y queso que costaban una moneda, milanesas, choripanes, papas fritas, churros, facturas, chipas y cervezas. El Rayo en Bolívar fue una fuente de atracción para poetas trasnochados que leían sus poemas y cuentos en mesas de pizzas condimentadas con metáforas. Para eméritos periodistas que re discutían viejas hipótesis sobre política o información general. Para artistas trashumantes quedesenfundando la viola entonaban canciones de Serrat o la Mona Giménez, de Guarany hasta Boffil, de Perales o Gardel – Le Pera y que a pedido y sin hacerse rogar ejecutaban -nunca mejor empleado el término-, una versión propia de Pájaro Campana. El sombrero atesoraba unas monedas y algún billete chico, mientras las miradas de Antonio tras la barra y de don López sentado a ella, grababan las escenas casi con deleite. Si la cosecha del cantor no completaba el precio de la milanesa a caballo, el plato estaba igual a su disposición , “no sea que mañana no pueda cantar” bromeaban los propietarios. Los poetas hasta tuvieron una vez una fotografía que presidía el sitio de la caja y consta en la memoria de los que siguen aún trajinando versos amanecidos que amén de eso, gozaban de crédito para sus consumiciones. Andaba por ahí la muchacha de las flores -era el único bar donde la dejaban ofrecer a los clientes ubicados en las mesas interiores -, y era ahí el sitio donde la consternación invadió los rincones cuando Astrid – la florista -, desapareció y crecieron las versiones “secuestrada”, “un novio impaciente” y otras hasta que un día volvió y el primer regalo que recibió fue un poema de Daniel Stéfani. Ayer la noticia del cierre de El Rayo estuvo en Facebook, sin la dispersión que tuvieron los vandálicos hechos de Córdoba ni la cobertura de la revuelta universitaria de Buenos Aires pero desde la red, llegó a los corazones de quienes como aquel pintor (Mandové Pedrozo) decían, “si no como en El Rayo no como ni en mi casa”. Habitúes casi compulsivos de la vereda o el salón que no podrán olvidar las horas pasadas en ese rincón del centro posadeño, donde Antonio, cuando el cliente se iba le llamaba el taxi desde su teléfono y que nunca dejó faltar los alfajorcitos para los chicos que salían sin comer postre. Ni olvidar la tarea de don López, padre envolviendo los cubiertos en servilletas de papel; el trajinar de Alejandro; las pizzas del Pupo y las sonrisas de las chicas que atendían las mesas. Sin dudas, se los va a extrañar. (E.A.).





Discussion about this post