SAN ANTONIO. “Yo soy muy agradecido y trato de ser el maestro que pretendía ser cuando era alumno. Provengo de una familia muy humilde, nací en Piñalito y estudié en una escuela rural. Ahora estoy como maestro y trato de devolver todo lo que recibí”. Así se presenta Alejandro Amaral (31), director y maestro de la Escuela 749 del Paraje San Martín, a la que concurren 53 chicos. “Estudié Magisterio en Bernardo de Irigoyen. Sinceramente no puedo hablar de una especial vocación hacia la docencia, sino que, por ser de una familia muy humilde, esa carrera era una de las pocas o la única posibilidad a mi alcance si quería realizar un estudio terciario”, señaló.Alejandro se recibió en 2005 y al año siguiente comenzó a dar clases en un aula satélite de Picada Cavallero. “Llevo ocho años como docente y es un trabajo muy positivo y compensador. El comienzo no fue fácil y además no estaba preparado, no salí preparado para lo que me iba a encontrar”, planteó. “Me encontré con que tenía que trabajar con siete grados acoplados. En un aula tenía 41 chicos de diferentes edades y no había sido capacitado para eso. Era algo totalmente nuevo e impensado”. “En esa época vivía en San Antonio y, como tenía que viajar treinta kilómetros de camino de tierra para llegar, decidí quedarme a vivir en la escuela, y ahí se notó la buena predisposición de la comunidad: los padres primero me facilitaron una cama y luego me cedieron una casita”, recordó con entusiasmo.Maestros todo terreno“Ser maestro rural es más sacrificado que dar clases en el pueblo, pero así también somos más reconocidos o valorados por la comunidad”, destacó Alejandro. “Muchas veces desempeñamos funciones que no tienen que ver con la docencia: cocinar, cortar el pasto, organizar fiestas para recaudar fondos, hacer trámites en el pueblo, traer encomiendas, ir a sacar fotocopias… Tengo amigos colegas que hasta han atendido un parto; tenemos que estar preparados para todo”, recalcó.Recompensa y deudas pendientes“Lo mejor de esta profesión está dado por el contacto con la comunidad y los progresos que uno ve en los chicos, esa es un recompensa incomparable. Y lo más difícil es el tema legal de la carrera docente, el funcionamiento en cuanto a títulos, valoración, designaciones. Ahí hay mucho por corregir todavía, se está avanzando con la titularización por concurso. Todo eso influye en la vida y las posibilidades del maestro”, finalizó Alejandro.Juntos en el aula y en la vidaFabián Figueredo y Susana están casados desde hace quince años. Ambos son maestros rurales y desde que ella se recibió -en 2007- trabajan en la Escuela 776 del Paraje 20 de Junio. Fabián es maestro de todos los grados y director -cargo que desempeña ad honorem porque la escuela no cuenta con ese cargo- y Susana es docente en la secundaria rural y en la escuela de adultos. Ambos se recibieron en 2012 como Especialistas en Educación Rural. “Nací en Capioví, pero a los ocho años con mi familia vinimos a vivir a la colonia. Cursé mi primaria en una escuela rural y la secundaria en San Antonio. El Magisterio lo comencé en Bernardo de Irigoyen y lo finalicé en Capioví”, relató Fabián. “Fueron años difíciles. Vivía con mis abuelos, que eran agricultores de escasos recursos y mis estudios siempre fueron acompañados de mucho sacrificio familiar”.“Cuando comencé con las prácticas tuve que trabajar en un aserradero y fue ahí donde conocí a Susana, luego de recibidos nos quedamos todavía un año viviendo allá. Continué trabajando en el aserradero con la intención de juntar algo de dinero hasta que decidimos venir a Piñalito, donde estaban mis abuelos, y tratar de empezar a ejercer como docentes acá”, agregó, recordando que su primer trabajo fue como suplente en el aula satélite del Paraje Giachino. “El camino era todo de tierra y los días de lluvia no tenía más opción que ir caminando. Eran entre doce y quince kilómetros, pero así y todo, nunca falté”. Por su parte, Susana relató: “Siempre tuve esta vocación. Cuando conocí a Fabián él ya estaba casi recibido, haciendo sus prácticas. Durante nuestros primeros años de convivencia, mi embarazo y los primeros años de nuestra hija mayor, al compartir con él sus tareas, se me reavivó la llamita de la docencia y volví a sentir que era lo que yo quería”. “Con mucho esfuerzo, porque nos veíamos cada quince días o un mes, y con mucho apoyo de parte de Fabián y de mi familia, pude encarar los estudios. En tres años y medio los terminé y hoy estoy feliz de ser maestra rural”, agregó.Dificultades“Los chicos acá empiezan a hablar en castellano cuando ingresan a la escuela, porque el idioma preponderante es el portuñol. Entonces el chico que comienza la escuela también se encuentra con que debe aprender un nuevo idioma, y eso lleva un largo período de adaptación”, explicó Susana. “Cuando empecé aquí, que fue mi primera experiencia, también tuve que aprender el portuñol, pues viniendo de Capioví no lo manejaba. El aprendizaje entonces fue mutuo”, agregó. “En la colonia uno es mucho más que un docente, hacemos de todo, incluido limpieza y mantenimiento, porque al ser una escuela de tercera (categoría), no tiene portero”, contó Fabián. “De director es sólo el título, en realidad no tenemos cargo directivo”, remarcó. “A la mañana tengo a cargo tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo grados acoplados y a la tarde tengo nivel inicial, primero y segundo. Son muchos los compromisos, debemos ocuparnos de todo: documentaciones, rendiciones de comedor, buscar las mercaderías para la comida… A veces es realmente complicado; cuando hay que realizar gestiones o cursos de capacitación, al ser maestro único, uno lamentablemente debe cerrar la escuela y los chicos quedan sin clases. Yo creo que es muy necesario en las escuelas de tercera, sin importar la matrícula, contar con un docente más”, planteó el docente. Una elección“Ser maestro rural es verdaderamente gratificante sin importar las dificultades que surjan”, destacó Fabián. “La
escuela de adultos también da enormes satisfacciones, uno observa cómo los colonos, luego de trabajar duramente durante toda la jornada, hacen el esfuerzo de venir a aprender, de tratar de continuar sus estudios, pues muchos no tuvieron esa oportunidad cuando eran chicos”, resaltó Susana. Aprender sobre la marcha“La preparación que nos daban en Magisterio era más apta para trabajar en una escuela urbana, pero enseñando en la colonia uno tiene que sacar soluciones de la manga para resolver las cosas que se van presentando. A nosotros, y hablo de todos los que se recibieron en mi generación, nos faltaron estrategias para encarar la tarea del maestro rural, ahora se están dando cursos de posgrado que incluyen esta temática, lo cual facilita mucho, pero en mi época salíamos sin experiencia y a batallar al barro”, dijo Alejandro.





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