VILLA BONITA, CAMPO RAMÓN (Sergio Alvez y Juan Carlos Marchak, enviados especiales). Mañana se cumplirá un mes de la tragedia que el 17 de junio último se cobró la vida de 8 tareferos, de los cuales 7 estaban domiciliados en este pueblo. La desgracia, expuso un abanico de situaciones sumamente naturalizadas, que jamás formaron parte de agenda gubernamental alguna: explotación laboral infantil, incumplimientos de normas viales y laborales en cuanto al traslado de personal, y la falta de controles efectivos para hacer cumplir legislaciones vigentes pero nunca cumplidas. “De lo que todos hablan después de la tragedia, es lo que acá vemos siempre, todos los días, camiones que transportan tareferos por la ruta sin controles, menores y niños que trabajan, acá eso es moneda corriente”, resume un vecino de Villa Bonita, donde en los últimos días fueron volviendo a su hogares varios sobrevivientes del accidente –entre ellos niños y adolescentes- que fueron dados de alta y ahora afrontan el duro proceso de recuperación. Todos viven en el barrio Evita, un conglomerado habitacional de caminos terrados y casas de madera, donde al menos 70% de las familias dependen de la tarefa. Volver, y tener que seguir viviendo con la inmensa carga traumática que pesa sobre ellos y sus familias, representa un desafío que se complejiza por la falta de ingresos económicos – la contratación cesó totalmente en la zona tras el accidente- , y el dolor que no cesa, por las pérdidas de seres queridos, familiares y compañeros. Todo el barrio está de luto: en el pueblo se respira tristeza. ¿Cómo se hace para seguir con la vida normal tras semejante golpe? ¿De qué manera el Estado articula -o no- la asistencia y contención necesaria? ¿Qué cambiará en sus vidas y en el contexto general de los tareferos de Villa Bonita, desde siempre explotados y hoy asfixiados por el desempleo? PRIMERA EDICIÓN arribó al pueblo buscando dialogar con los sobrevivientes, sus familiares y otros referentes locales, intentando encontrar pistas para pensar posibles respuestas. Memorial del horrorVilla Bonita tiene casi tres mil habitantes y depende del municipio de Campo Ramón, por lo que no cuenta con dependencia municipal propia. Tiene aserraderos, secaderos de yerba mate, comisaría, puesto de salud, dos escuelas y algunos comercios enraizados en la minúscula urbanidad del poblado, que básicamente tiene zonas rurales. Depende a quien se le pregunte, el porcentaje de dependencia laboral hacia el sector yerbatero es de entre un 60 y un 80%. Las víctimas fatales y los heridos que tuvo el accidente, provienen del barrio Evita, un núcleo que retroalimenta considerablemente de mano de obra a los yerbales. “Mucho más de la mitad del barrio tarefea”, coinciden los vecinos, incluyendo en su conteo a hombres adultos, adolescentes y niños. “También hay mujeres que tarefean pero poquitas”, añaden. El Evita se formó décadas atrás, de a poco, con la ocupación de terrenos fiscales por parte de familias que no tenían donde vivir. Cuando se llenaron los lotes de viviendas, el municipio mensuró y se dotó al barrio de servicios básicos. Entre picadas de piedra y tierra, hoy se abren pasos las humildes viviendas, cercadas en un extremo por un sinuoso monte que marca uno de los límites del barrio. Cerca de esa línea divisoria, vive Mario Mattos (16), uno de los menores que sobrevivió a la tragedia. “Yo venía parado, puede ver todo. Sentí un sacudón fuertísimo y me caí, volé. Quedamos todos tirados, algunos se movían, otros no”, cuenta Mario, quien sufrió heridas leves, que le demandaron dos días de internación en el Samic de Oberá. “Me da mucha tristeza porque conocía a todos los que murieron, eran mis compañeros. Yo desde los 13 que tarefeo, siempre fue igual, se viajaba siempre así, solo que esta vez pasó lo que pasó”, agrega.Cada vez que iban de campamento, explica Mario, “nos quedábamos en carpas sin agua ni luz, y podíamos sacar cosas para comer de una cantina pero después nos descontaban todo de lo que ganábamos, y siempre todo en negro”.“Coisa feia”Lidio Barrios (43), tarefero y padre de Héctor Rafael (14), uno de sus once hijos, y sobreviviente de la tragedia de Salto Encantado. “Mi hijo estuvo once días internado y pudo volver a casa. Se está recuperando de a poco. Tuvo golpes en la cabeza, hematomas, golpes en hígado. Agradezco tener a mi hijo con vida. Pero me preocupa cómo vamos a seguir trabajando para darles de comer a todos. Ahora paró todo y mucha gente ya está con problemas por no tener nada de plata para comer, andan pidiendo prestado y eso”, dice el hombre. Otro vecino, en portuñol, anexa que “está feio la coisa pal tarefa”. La “cosa”, pareciera siempre haber “estado fea” para los cortadores de yerba mate. A medida que avanzamos por el barrio y las historias van apareciendo y fluyendo en boca de los vecinos – y protagonistas de la tragedia- , surgen relatos que parecen salidos de cuentos de Horacio Quiroga: es innegable – y casi una obviedad a estas alturas- que muchas de las características de la actividad laboral del tarefero se mantienen vigentes desde la época de los mensú. Ricardo Embrich es propietario y director de FM Horizonte, la referencia comunicacional de mayor llegada en el pueblo desde hace casi dos décadas. “La radio vivió de manera muy especial y dolorosa esta tragedia, nos enlutó a todos porque los muchachos que murieron son todos conocidos y oyentes de esta radio. Tuvimos que darnos fuerza entre todos, hasta ahora la gente se aferra mucho en la radio, y tratamos de manejar la situación con todo el respeto”, cuenta Embrich. Una de las conductoras radiales de la emisora, Isabel Viera, recuerda que “antes de salir en el camión para ir a la tarefa aquel día fatídico, los muchachos mandaron mensajes despidiéndose, pidiendo temas, y que le deseáramos buena suerte, como siempre pasa que salen camiones para ir a tarefear en campamentos. Eran gente cercana, con la que compartíamos el día a día de la radio, a quienes conocíamos personalmente. Hoy estamos acompañando a las familias, tratando de contenerlas. Lo que sucedió fue terrible, pero no podemos sorprendernos: si hasta el mismo día del accidente acá estaban camiones buscando más cuadrillas. Todo el tiempo andaban camiones así por la ruta y nunca nadie controló nada”. Más allá de los tres días de duelo decretados por la comuna de Campo Ramón luego de la tragedia, muchos eventos sociales p
rivados y públicos se cancelaron en Villa Bonita. Todo el pueblo entendió que no habrá fiestas hasta quien sabe cuándo. En las cantinas, las paradas de colectivo en la ruta y los comercios, no se habla de otra cosa. Saben, los habitantes de este pueblo, que nada volverá a ser como antes en el imaginario colectivo. La muerte se caracteriza por eso: deja marcas indisolubles, incluso en el alma de los pueblos. Voces desde el barrioAdentrados en el vecindario, el paisaje ofrece mucho para ver. Gallinetas, algún buey, terneros, caballos y chanchos, se dejan ver en los patios y los caminos. Muchas de las casas tienen huertas familiares y también hay kioscos. Las delgadas calles terradas en ciertos tramos forman picadas. El cuadro general demuestra la combinación omnipresente del universo rural con el urbano. Pese a ser un barrio del núcleo urbano, la ausencia estatal es visible: no hay cordón cuneta, ni cloacas, ni empedrados. Pasamos por una casa donde un hombre de mediana edad duerme en el piso de su patio. Uno de los vecinos que nos acompañan empina el codo para explicar, con esa demostración gestual, porqué ese hombre está tirado ahí y no en su catre. “Hay mucho alcoholismo en el barrio. No hay casi problemas entre vecinos, somos unidos, pero los hombres de la tarefa sobre todo, beben muchísimo”, nos dice el vecino. En la casa de una de las familias que perdió integrantes en la tragedia, encontramos a un equipo de trabajadores sociales del Programa Nacional de Salud Mental – que en Misiones articula con la Dirección Provincial de Salud Mental- que dependen de un centro de integración comunitaria de Oberá. Están aquí para brindar asistencia a los familiares. “Nuestro trabajo consiste en dar contención a las personas en contextos de crisis. Cada familia vivió una situación diferente. Conservan el trauma, viven su duelo y lo que hacemos es focalizar en ese acompañamiento; nuestra herramienta principal es la palabra, lleva un tiempo hacerse de la confianza y la apertura de la gente. Hay que abrir el diálogo, fortalecer los vínculos, etc.”, nos cuenta una integrante del equipo. Informan que la Municipalidad de Campo Ramón dispuso un móvil y chofer para el devenir de los pacientes desde el barrio hasta el hospital de Oberá, distancia de casi 20 kilómetros. Otro de los trabajadores sociales agrega que “hay personas con un estado generalizado de angustia, aparentes trastornos de sueño, crisis emocionales. Todos han perdido a familiares directos, indirectos, amigos o vecinos”. El equipo de trabajadores sociales, a su vez, acompaña a los familiares que necesiten asistencia psicológica- todos en realidad- al hospital de Oberá, donde deben ser tratados por el sector de Psiquiatría. Pero hasta hace un par de días, todavía no se había efectivizado ningún turno: nadie tuvo asistencia psicológica profesional aún. Lo emocional y la salud de los sobrevivientes y familiares no es lo único que debería merecer intervención. Además, las economías familiares se ven en situación de crisis porque quienes aportaban ingresos con la tarefa, han fallecido o están heridos. La repentina desocupación ciñe a todo el barrio. “Por un tiempo seguro que no van a venir a buscar cuadrillas acá. Vamos a tener que arreglarnos y salir a buscar como sea. Eso hace que nos puedan explotar más todavía porque acá estamos desesperados si no podemos trabajar. ¿Quién se fija en eso? ¿Cómo creen que vamos a sobrevivir si está todo parado?”, nos dice Elisandro Ferreyra (30), tarefero. Al respecto, la información que brindan los vecinos en cuanto a la asistencia económica por parte del Estado, indica que desde el que ocurrió el accidente hasta ahora, lo único que recibieron las víctimas por parte de la Provincia, han sido dos bolsas de mercaderías con apenas cinco artículos cada una. La infancia truncadaVamos caminando por un trillo en busca de la casa de Víctor Urdik (17), un sobreviviente y familiar de dos fallecidos. Le preguntamos a un niño que pasa si conoce la casa de Víctor. Nos indica. Este niño también es un sobreviviente de la tragedia. Se llama Santiago López y tiene apenas 11 años. Exhibe heridas en la cabeza y otras partes del cuerpo. Tiene la mirada abatida, desprovista de todo atisbo de sonrisa. Sus manos son del tamaño de un adulto y contrastan con la de cuerpecito larguirucho. “Me iba a tarefear también. Yo iba adelante del buche, parado. Sólo me acuerdo que hubo un frenazo y que caímos al piso”, cuenta Santiago, que comenzó a tarefear el año pasado. Vive con sus hermanos, porque la madre se fue de la casa, presumiblemente hacia Buenos Aires. “Dejé la escuela en quinto grado y ya no voy. No creo que vaya más”, contesta cuando le preguntamos por su situación con respecto a la escolaridad. “Él tampoco va a la escuela”, agrega, señalando a otro niño que, curioso, se acercó, pero que ahora se escabulle por el pasillo. Aunque no hay estadísticas puntuales, son demasiados los casos de niños y adolescentes excluidos del sistema escolar y apuntados en una realidad de explotación laboral. Mario Mattos (16) también dejó la escuela hace tres años y desde entonces tarefea. “Lo que pasa es que no se puede hacer las dos cosas. Cuando empezás a trabajar perdés días de clases, quedás afuera, estás cansado, no entendés nada en clase. La mayoría de los que tarefeamos no seguimos la escuela”, dice. En los tareferos adultos, de todos con quienes hemos conversado en este barrio, ninguno terminó la secundaria y varios ni siquiera la primaria. Otro rasgo: el 90% afirma haber trabajado siempre en negro. Finalmente encontramos la casa de Víctor y su familia. “En el momento del accidente me agaché. La rueda se levantó de mi lado. Caímos todos. Tuve fractura de brazo, y otros golpes. Pasé internado un día en Oberá y después pude venir a casa”, cuenta Víctor, que en el accidente perdió a su abuelo Miguel (53) y a su tío Negro (23). Por estos días Víctor duerme en el sofá. Tuvo que dejarle la cama a su hermano Facundo (14), otro niño tarefero que vivió el accidente. Facundo tiene un golpe en la cabeza y contusiones en todo el cuerpo. Aún no pude caminar debidamente y necesita hasta ser bañado. No recuerda nada del accidente y aún no le han contado sobre la muerte de su abuelo, con quien era muy apegado. Nos cuenta Víctor “toda la familia tarefea. Desde chico, yo empecé a los diez años y no terminé la escuela primaria. Trabajamos desde chicos para ayudar a la familia a subsistir, esa es nuestra realidad”.





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