CANDELARIA. “Si no vuelvo en un rato es porque algo me pasó”, le dijo a su mujer antes de salir. Luis Alberto Nacimento (26) conocía el ambiente en el que se movía y no tenía dudas de que irían a buscarlo. Presentía una venganza y no se equivocó: apenas regresó al barrio lo estaban esperando.“Una disputa de vieja data”, se informó en un principio, sin mayores precisiones. Pero con el tiempo, el sangriento crimen develó una realidad que muchos conocen, algunos ignoran y otros sencillamente no quieren ver.Aunque penadas por ley, las “riñas de gallo” siguen vigentes en el país y en Misiones. Se trata de un submundo violento que se mueve en la clandestinidad, donde mandan el dinero y las apuestas por sobre cualquier tipo de principio, incluso el de la vida.Sucedió antes y volvió a ocurrir, esta vez en Candelaria. PRIMERA EDICIÓN tuvo acceso al expediente que se sustancia por el crimen de Nacimento, ultimado a puntazos hace menos de tres semanas, que bien puede servir de ejemplo a la hora de desnudar los “códigos” que se manejan en el oscuro y muchas veces sangriento mundo de las “reñideras”.“Lo mataron por un gallo”Preso de una vida de privaciones junto a su mujer, joven como él, y su hijito de cuatro años, Nacimento encontró en las riñas de gallos la manera de aportar un poco más a la humilde olla del barrio Paso Viejo de Candelaria, donde vivía.El muchacho estaba “en eso” desde hace un buen tiempo, pero nunca le había ido como ahora. Y tenía su secreto, un gallo que había criado y que hacía furor en cada “cuadrera” a la que asistía. No obstante, como suele suceder en el ambiente, junto con cada billete Nacimiento también comenzó a ganarse enemigos.El testimonio de familiares y testigos fue clave para reconstruir las últimas horas de vida de la víctima y establecer los motivos que llevaron a su trágico desenlace.Es que aquel domingo 2 de junio todo comenzó mucho más temprano. Fue por la mañana que Nacimento despertó y encontró muerto a su gallo “de oro”. Se preguntó a sí mismo que había pasado, pero las respuestas no tardaron en llegar.Cerca del mediodía terminó de comprenderlo todo. Frente a su casa se presentó un adolescente de 17 años, conocido de las riñas, quien al parecer había perdido demasiado en los pleitos ilegales. “¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Viste lo que le pasó a tu gallito? Lo mismo te va a pasar a vos si te hacés el pesado…”, lanzó el menor de edad, según consta en el expediente.Nacimento, con la bronca a flor de piel, no soportó ni la matanza de su animal ni las provocaciones del muchachito. Infló el pecho y salió al cruce del adolescente, al que “castigó” a trompadas, según el relato de testigos.Como dentro de una “riñera”, Nacimento había vencido. Pero hay algo que separa a los humanos de los animales. Es el raciocinio y los sentimientos que trae aparejados. Amor. Envidia. Coraje. Y venganza.Años en el barrio y en las riñas le hicieron entender a Nacimento que tarde o temprano iba a tener que pagar por la golpiza. Temiendo por su familia, tomó a su mujer y a su hijo, se subió a su moto y condujo hasta la casa de un familiar.Allí estaba a salvo. Pero la casa había quedado sola y debía regresar para encender las luces y espantar a potenciales ladrones. Fue entonces que se produjo el diálogo del inicio, en el que el muchacho vaticinó su muerte.Nacimento partió de regreso a Paso Viejo junto a un primo, que sin saberlo se transformaría en testigo fundamental del homicidio.Al llegar -cuenta el joven- aquel adolescente, un hombre de treinta y otras tantas personas a las que no pudo identificar literalmente “hacían guardia” sobre calle Hipólito Yrigoyen, en una zona oscura y de difícil tránsito. Eran cerca de las 19.30.En esa esquina, el grupo interceptó a la motocicleta y el adolescente nuevamente copó la parada. “Bajá si sos macho ahora, hijo de puta”, le dijo el menor. Como por la mañana, Nacimento volvió a hacerle caso y otra vez castigó al muchachito en el mano a mano. Sin embargo, al notar que volvía a perder, el hombre de treinta años extrajo un cuchillo y se lo clavó dos veces en el cuerpo a la víctima.El primo de Nacimento intentó interceder, pero el forajido le lanzó un cuchillazo que milagrosamente no lo alcanzó, pero que le cortó la campera. “Vos no te metas, porque también vas a ligar”, le dijo el homicida antes de escapar junto a sus cómplices.Herido de muerte, Nacimento caminó unos 100 metros hasta la casa de un tío y se desplomó. Lo subieron a una camioneta, pero murió antes de llegar al hospital de Candelaria.Para la madrugada del día siguiente, tanto el menor de 17 como el mayor de 30 habían sido detenidos por efectivos de la comisaría local y de Investigaciones de la Unidad Regional X. Ambos fueron trasladados en los últimos días ante el magistrado Fernando Verón, al frente del Juzgado de Instrucción 3 de Posadas, donde intentaron desvincularse y se echaron la culpa entre sí.No obstante, el testimonio del primo fue determinante y todas las sospechas apuntan contra el mayor de los detenidos como el autor del asesinato. “Lo mataron por un gallo”, enfatizó un detective, todavía sin poder creer la sangrienta venganza que cayó sobre la cabeza de Nacimento. Un delito siempre vigenteOsvaldo Suárez De Souza (59). Esa es la otra víctima que dejó una disputa en el submundo de las riñas de gallo en Misiones este año.El hecho, en realidad, sucedió a fines del año pasado. Cerca de las 16.45 del lunes 26 de noviembre de 2012 se inició un descomunal enfrentamiento en una “riñera” clandestina del barrio Balbín de Leandro N. Alem, aparentemente por cuestiones no resueltas vinculadas al “reglamento” utilizado en las apuestas del lugar.En ese contexto fue que De Souza terminó con graves lesiones producto de al menos dos cuchillazos, uno en la zona del abdomen y otro cerca de los glúteos.La víctima agonizó casi dos meses hasta que el pasado 16 de enero falleció en el hospital.En su momento, las autoridades secuestraron en la escena 42 gallos de riña (foto), una vaina de cuero, dos pizarrones donde se anotaban los resultados y dos “riñeras”, como se denomina en el ambiente a los “minirings” donde pelean las aves.La práctica es común en zonas rurales y hay quienes aseguran que hasta se realizan encuentros
“provinciales”. Se sospecha de “riñeras” de magnitud en Cerro Corá, Concepción de la Sierra y hasta en Ñu Porá, en el Gran Posadas.





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