POSADAS. Hace cuarenta años, el Paraje San Isidro, al sur de la Capital provincial, se configuró como un pequeño poblado agrario organizado por inmigrantes ucranianos. Eran épocas difíciles, sin siquiera un camino en buenas condiciones para llegar al centro de la ciudad, con lo cual se les hacía muy difícil, entre otras cosas, practicar su fe. De ahí que la familia Pauluk decidiera la compra y donación de un predio de una hectárea para la construcción de la iglesia y un cementerio, perfectamente habilitado y en uso hasta nuestros días. De hecho, el entierro más reciente data del año pasado. En cualquier caso, en aquella época parecía inimaginable la transformación actual del paraje, con la creación de nuevos barrios a partir de planes de fomento y la llegada de nuevos vecinos, quienes al principio miraban -más allá del respeto, también- con mucha extrañeza la existencia de la necrópolis, según relataron algunos pobladores a quienes les había llamado la atención el lugar, puesto que generalmente se sabe de la existencia del camposanto municipal, los dos privados y el israelita. Si bien la relación es de mucho respeto, Irma, quien se mudó hace quince años al barrio, contó su anécdota: “Una chica empezó a trabajar conmigo como doméstica, duró un día. Limpiando el patio vio el cementerio y no se atrevió a trabajar más. Más que nada por ese miedo de antes, de no pasar cerca”, relató con humor. Lo cierto es que la necrópolis de la iglesia ucraniana, situada en Paraje San Isidro, es típica de las iglesias de campo: en los pequeños pueblos de Misiones, como Fachinal o Parada Leis, se puede observar que los cementerios todavía se encuentran lindantes a sus templos. O, para alejarnos un poco más en el tiempo, al lado de las ruinas de las iglesias de las reducciones jesuíticas están también las de los camposantos.“Esto es así desde hace centurias, la gente que fallecía quería ser enterrada al lado de su iglesia. Inclusive el dato histórico se desprende de algunos estudios arqueológicos de quienes se propusieron hallar la tumba de los santos y tuvieron éxito gracias a ésta práctica, pues la gente que quería estar cerca de los muertos ilustres. Eran épocas en las que las personas pedía que las enterraran con los pies o cabezas dirigidas hacia sus tumbas. Esto es notable en las catacumbas de Roma, muy visitadas en la actualidad, en donde se ve la tumba del santo y alrededor los muertos que habían mostrado como voluntad estar cerca”, relató el sacerdote Héctor Raúl Zimmer Balanda, al frente de la parroquia San Vladimiro.En particular, esa pequeña necrópolis del alejado barrio capitalino, que no abarca más de media hectárea, casi al final de la ruta 213, donde por ahora concluye el asfalto; llama la atención de sus nuevos vecinos, ya que se trata de una zona que empezó a poblarse en los últimos diez años y la mayoría de las familias que se mudó a esa zona de la ciudad ni siquiera imaginaba su existencia.“Hasta 1884 sólo existían cementerios religiosos, al igual que el Registro Civil pasó a esfera del Estado, los cementerios también dejaron de ser administrados por la iglesia”, explicó el párroco en un breve diálogo telefónico.Respecto de los datos legales, Nilda Pauluk, contó a este diario que sus padres lo habían comprado para donarlo a la Eparquía Ucraniana, con sede en Buenos Aires, para que lo utilicen con la condición de construir una iglesia y a su lado la necrópolis. De aquellos años iniciales, Nilda recordó que no había caminos, salvo algunas picadas abiertas por los pobladores y que la zona solía inundarse.“Allí vivían familias de ucranianos a las que les resultaba muy difícil venir a la iglesia de Posadas (que se encuentra por avenida Rademacher casi Trincheras, al lado de un conocido colegio religioso) entonces se construyó el anexo y se habilitó como cementerio privado de la Eparquía”, contó. “Con los años esas chacras se vendieron como lotes y ahora está muy poblado. Tenemos muy buena relación con los vecinos que mandan a sus hijos a catequesis a nuestra iglesia”, finalizó.





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