Cuatro personas que conocen el río, un jet ski Yamaha 1100 y casi un arsenal de canoas lograron, quizás, que la catástrofe tal vez no sea aún mayor en cuanto al número de víctimas mortales en Tolosa.“Fue una locura. La calle era como un río. Para ir de un lugar a otro había que moverse en moto de agua. Empezamos a sacar nuestras canoas y fuimos a rescatar gente”, dijo Lisandro García, el guardavidas que junto con sus hijos Martina, de 22, Lucio, de 17, y su cuñado Raúl Casanova, de 34, salieron al rescate de vecinos de todo el barrio.“Cuando nosotros nos acomodamos acá, ellos salieron a ayudar primero a una vecina y después se empezaron a encontrar con mucha gente desesperada que pedía ayuda”, relató Sonia, la esposa de Casanova, quien quedó al cuidado de sus hijos de dos y doce años en su casa situada en 13, entre 529 y 530.Los rescatistas se enfrentaron a fuertes corrientes que arrastraban personas, muebles y autos en la oscuridad de una noche lluviosa en la que no había luz y el agua no paraba de brotar por todos los rincones.“Para nosotros, que estamos acostumbrados al río, era muy difícil. Abajo no sabías con qué te podías encontrar porque no se veía nada”, recordó Lisandro.Pero la violencia del agua que corría por la amplia calle 13 y sus ramblas era la única amenaza. “Además de la corriente, uno de los peligros a los que nos enfrentábamos era el frío, y la posibilidad de una hipotermia”, dijo.En uno de los rescates de una persona con sobrepeso, Lisandro recuerda un momento en el que temió por su vida. “La canoa se dio vuelta con el hombre adentro y se lo empezó a llevar la corriente. Cuando lo fui a agarrar, me empezó a llevar con él. Yo pensé que nos íbamos por la boca de tormenta -relató-. De repente chocamos contra un montículo de tierra y nos pudimos salvar”, agregó.“No había un bote de rescate, ni Prefectura ni los bomberos pasaban. Mi hermano tuvo que salir a la noche a rescatar gente”, contó, orgulloso Leandro, mellizo de Lisandro, quien también es guardavidas, pero en el momento de la tragedia estaba en Chivilcoy, donde vive. El jueves llegó a La Plata para ayudar a su familia y amigos en la limpieza del desastre.Pero no todas las historias terminaban en un final feliz. “Traíamos a los muertos en canoa”, dijo Lucio, quien también salió al rescate junto con su padre. “No sólo salieron ellos, sino que repartieron canoas para todos lados”, contó Sonia. En la casa de los García, hay un garage y un patio repletos de botes. Es que Lisandro es dueño de un club náutico en Chivilcoy, donde enseña canotaje.Distinta es la historia de Raúl Casanova, quien no sabe remar, pero se cargó de coraje y salió al rescate junto con su cuñado. “Fue todo por instinto. Yo sólo sé nadar y tengo una mínima noción del río por salir con los mellizos, pero tomé valor y salí”, dijo el hombre al diario La Nación.“Estábamos totalmente desprotegidos en la oscuridad. Fue de terror. La gente no paraba de gritar. Y por ahí veíamos a alguien y cuando llegábamos, estaba muerto”, relató. “Empezamos a rescatar gente a las 23 del martes. Yo lo hice hasta las 15 del miércoles, cuando las piernas no me daban más y tuve que volver a casa”, contó el hombre, que es técnico de artefactos de gas.“Fue impresionante. En el momento no teníamos una dimensión de lo que pasaba. Pero hoy (por ayer) me vino a visitar mi mejor amigo, lo abracé y me quebré”, confesó Raúl.“Estos tipos son los verdaderos héroes. Yo vi con mis propios ojos cómo rescataban a una abuelita de enfrente con la canoa”, dijo el abogado Adrián Vidal, vecino de García. Kika, la abuela de Plaza de MayoLucila Ahumada de Inama vivía en La Plata y todos sus vecinos la conocían como Kika. Pero eran pocos los que sabían que en 1977, durante la última dictadura cívico-militar, su hijo había sido secuestrado junto a su nuera que estaba embarazada, lo que a la postre la había convertido en una Abuela de Plaza de Mayo que todavía guardaba la esperanza de encontrar a ese nieto.Pero Kika tenía otros dos nietos mellizos, Guillermo y Claudio, que sí pudo disfrutar y que fueron quienes corrieron a buscarla en medio del temporal.“Como a las 4, cuando ya teníamos el agua por el cuello, uno de los nietos logró cruzar la calle hasta la casa de ella. La llamaba a los gritos desde afuera, le decía ‘Lela, Lela’, decime dónde estás. Yo lo escuchaba gritar desde acá”, detalló al diario Clarín Cristian Lustig, el vecino de la casa de al lado, que terminó participando de esa búsqueda.“Después, vino a buscarme desesperado, me dijo ‘no sé qué hacer, no encuentro a mi abuela’ y me preguntó si tenía una barreta para abrir la ventana. Tratamos de abrirla a los golpes hasta que nos dimos cuenta de que no íbamos a poder”, agregó.Claudio buscó una linterna y logró entrar. “Flotaba la cama, el ropero, todo, y entramos con un palo tanteando en la oscuridad, viendo a ver si tocábamos algo entre los muebles. Pero no se veía absolutamente nada y los muebles iban atravesándose en el camino. No hubo forma de llegar ni al baño ni a la pieza del fondo”, contó Claudio.Una vez que bajó el agua, sus nietos ingresaron y encontraron una frazada en la que ella había envuelto unos trofeos y unos almohadones. Eso llevó a que su familia crea que habría querido juntar algunas cosas hasta que el agua fue subiendo cada vez más rápido, lo que la habría llevado a querer refugiarse en alguna parte. Pero Kika, de 82 años, falleció bajo un metro setenta de agua. Durmió en el techo, nadó en la inundación y llegó para entrenarseLa del futbolista juvenil Facundo Sanseverino, de Gimnasia y Esgrima, es una historia inédita. El martes pasado fue convocado por Pedro Troglio, DT del Lobo, para entrenarse por primera vez con el plantel superior. Luego llegó lo peor: la tormenta. La casa de sus padres se inundó con 1,80 metros de agua, una tragedia. El juvenil durmió en el techo y para no perderse su primera convocatoria se tiró a nadar para llegar a Estancia Chica (lugar de entrenamiento y concentración del plantel profesional de fútbol del club). A algunas cuadras de su casa, un taxi lo subió y lo llev&
oacute;. “El martes citamos a cuatro juveniles para que trabajen con el equipo de Primera. De los cuatro, el único que llegó fue Facundo. Pero lo sorprendente es lo que nos enteramos después. En su casa había entrado 1,80 metros de agua, durmió toda la noche en el techo y en un momento se tiró a nadar porque quería venir a entrenar. A la cuadra un taxista lo pudo rescatar y lo trajo a Estancia Chica, como él quería. Cuando escuché de su boca esta historia, no lo podía creer”, comentó Pedro Troglio, técnico del Lobo, al enterarse de la historia. El mismo Troglio contó que el juvenil no quería dejar a su madre sola, pero ella lo impulsó a seguir. “Ella le dijo que vaya tranquilo porque lo habían citado por primera vez. La verdad, no lo puedo creer”, agregó Troglio. Los alojan y les cocinanNo quería que se supiera pero la situación se terminó por filtrar. El entrenador de la selección argentina de fútbol, Alejandro Sabella, vive en la ciudad de La Plata desde la década del 80, cuando se convirtió en jugador de Estudiantes. Vive en la calle 4, entre la 530 y 531, en Tolosa, uno de los barrios que más sufrió la terrible tormenta que produjo 51 muertos y destrozos irreparables para miles de personas. El DT tuvo un gesto más que noble, cuando le abrió la casa a varios vecinos para darles algo de comida.El lugar en el que reside Sabella es una zona afectada pero no destruida. El entrenador vive en una casa de dos plantas, una situación que generó ventajas a la hora de protegerse de la tormenta. Hoy, tras ver el desastre provocado, abrió su casa y recibió a mucha gente que se quedó sin nada. Su mujer cocinó para un importante grupo de personas. Enrique yAsunciónEnrique y Asunción eran una pareja de jubilados, se casaron en 2005 casi a escondidas. Él fue mecánico de aviones y antes arreglaba heladeras.Enrique tenía noventa años y había construido un anexo en la entrada de su casa donde había colocado una compuerta sostenida por pasadores potentes ya que habían sufrido inundaciones anteriores.Osvaldo, su hijo, se encontraba en la calle cuando comenzó la inundación. “Cuando quiso volver, no pudo: terminó trepado a una pared esperando que el agua bajara, convencido de que su papá tenía la compuerta para protegerse”, contó José Luis, yerno de Enrique. Varias horas después se enteró lo que había pasado: “Cuando vio que el agua estaba subiendo tan rápido, Enrique se paró frente a la compuerta, tomó aire y se metió abajo del agua para trabarla con los pasadores. No sabemos si se descompuso o qué pasó, pero no pudo salir”.Cuando el agua bajó, su esposa encontró el cuerpo de su marido en el piso, al lado de la compuerta. No tenía modo de llamar a nadie ni de pedir ayuda, ya que los teléfonos no andaban, así que se quedó toda la noche al lado del cuerpo de su marido durante diez horas. Adentro de la vivienda quedó una foto del casamiento junto a los pasajes para vacacionar en Camboriú, con fecha para este lunes.





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