SAN IGNACIO. Hay que dejar la Ruta 12 y avanzar unos diez kilómetros por uno de esos típicos caminos misioneros de tierra colorada que contrasta con los distintos verdes de los costados. Ahí, cuando uno empieza a preocuparse por no encontrar el destino, se avizora el pequeño cartel de madera que dice “médica” y señala con una flecha hacia una muy precaria vivienda. Es la casa más visible desde el camino de la comunidad guaraní de Catupyry y para llegar a ella apenas hay que caminar unos 100 metros. Ahí vive la médica guaraní Miguela Acosta junto a uno de sus hijos. “Miguela no está”, nos dice su hijo y nos señala un angosto senderito hacia donde partimos sin prisa y sin pausa. Ya con la tierra pegada como plataforma a los zapatos, vemos una casa con el fogón prendido en una improvisada galería ganada con lona de plástico negro. Sentadas en el piso están dos mujeres con bebés y chicos pequeños. Y, de cuclillas, un padre enseñando a su hijo a tallar animales de madera. A unos diez metros, está Miguela hablando con un hombre con ropa de grafa beige. Ambos están parados debajo de un frondoso árbol donde hay un pequeño tronco cortado y una butaca un poco más grande. “Ya los va a atender”, nos dijo su hijo asumiendo que somos pacientes. Consultorio bajo el árbol Ya sentados debajo del árbol, Miguela acepta hablar con PRIMERA EDICIÓN. Está por cumplir 68 años. Es médica guaraní desde hace 20 años. Sus saberes se los transmitieron sus padres y ella quiere preparar a uno de sus hijos, “pero todavía no empecé a enseñarle”, confió. Contó que ella es la médica de la zona pero “también hay otros médicos que, como yo, ocupan yuyos para curar”. Aunque humilde, confió que “creo que yo sé más para tratar el cáncer, conozco los yuyos que curan y hay que saber dónde encontrarlos en el monte. Hay muchas personas que vienen con heridas… eso todo yo curo”. Aunque de pocas palabras, nos contó que las enfermedades más difíciles de curar son las del espíritu, “son más pesadas para mí aunque tengo un espíritu fuerte”. Atiende a su pueblo guaraní, pero también hay entre sus pacientes muchos hombres blancos. “Yo les digo qué tomar, si saben dónde encontrar el yuyo lo buscan ellos mismos sino se los busco yo o mi hijo”, contó. Madre, abuela y bisabuela Miguela tiene tres hijos varones y dos mujeres, 32 nietos y 29 bisnietos. Vivió en distintas comunidades mbya guaraní a lo largo de su vida. Cuando era chica, vivía con sus padres en una comunidad guaraní de Campo Grande. Mi papá murió en una comunidad de Arroyo Bonito (Montecarlo), con mi mamá después nos fuimos a Talanco y a Yacutinga. Después vinimos a esta comunidad: Catupyry (San Ignacio). Acá murió mi mamá. Sólo queda vivo uno de mis hermanos, en Santa Ana”. Elogió el trabajo del cacique de Catupyry, Antonio Morínigo “va y viene, trabaja bien. Yo soy médica y ellos tienen enfermeros… ellos me ayudan y yo los ayudo a ellos”. Como partera, Miguela ayudó a nacer a la mayoría de los chicos de la aldea. “Si viene con alguna complicación les digo que vayan al hospital, igual tienen que ir después para revisarlos y anotarlos”. Al ser consultada sobre su opinión acerca de la medicina occidental, Miguela dijo que “está bien… hay medicina que acepta la enfermedad y hay distintas enfermedades, algunas se pueden curar con yuyos y otras no. Yo veo cuando puedo tratar a alguien y cuando no, entonces los mando al hospital. Ustedes me podrán ver como una viejita que no sabe nada, pero yo sé que no es así. Yo rezo por todos ustedes, por todo Misiones”.





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