ITUZAINGÓ, Corrientes. Quién no aceptaría una tentadora invitación para ir a pasar el fin de semana en la localidad correntina, donde está a full la movida del verano, y ahorrarse el dinero de la estadía, suponemos que nadie.Así lo hicieron primos y amigos con sus parejas y sus hijos sin saber que también compartirían habitaciones con al menos tres niños y un bebé, fantasmas. Todos se reunieron en la casa del barrio de las 231 viviendas para disfrutar de dos días divertidos, entre risas, anécdotas, cargadas, juegos de mesa, asados, música, playa y sol, lejos de la intensa vida laboral de Posadas. “Cuando lo cuento se me eriza la piel”, confiesa uno de los invitados al encuentro. Obviamente, el dueño de casa omitió contar la historia, pero no porque le molestara sino por haberla asumido y tener a los niños casi como parte de la familia. Siesta de terrorUn día de sol en Ituzaingó era para aprovecharlo y los amantes del río y la playa lo hicieron. Unos pocos se quedaron en la casa para la sobremesa, entre ellos una pareja con una bebé que dormía plácidamente en uno de los cuartos. Eran unas seis personas sentadas a la mesa haciendo lo que todos: conversar y reír, hasta que un fuerte llanto los obligó a silenciarse. La mamá de la beba durmiendo dijo “no es el llanto de Marita”, pero de todas maneras fue al cuarto a mirar y, efectivamente, no era ella. Bueno, todos pensaron que se trataba de un “ring ton” de algún celular que olvidaron quienes fueron a la playa. El celular se cortó, el bebé dejó de llorar y retomaron a la charla muy animados, hasta que el aparato volvió a sonar, el ¡buaa! comenzó a molestar y alguien se paró de mala gana para rebuscar entre las cosas de los viajeros que estaban en el área de reunión, pero no tuvo éxito y volvió a sentarse sin detectar de dónde venía el llanto. Vuelta a conversar y vuelta a “llorar el celular” sin que nadie le dé bolilla y comentaron “ya vendrá el dueño o la dueña y le diremos que tiene como tres llamadas perdidas. Al caer la tardePasaron unas horas hasta que los playeros regresaron a la casa. Cansados y con ganas de comer algo. Mientras se saludaban unos a otros, dejaban los bolsos, sombrillas y esterillas, uno de los que se había quedado en la casa recordó el llanto que los molestó durante la siesta y preguntó a viva vos: “Quién tiene un celular con el ring ton del llanto de un bebé”. Los que lo habían escuchado intercambiaban miradas buscando al que diría “¡yo!”, pero nadie dijo nada y otro volvió a preguntar: “Quién tiene un ring ton de una bebé llorando que ya tiene como tres llamadas perdidas”. Pocos minutos fueron necesarios para coincidir en que ninguno tenía un celular así. Nadie, absolutamente nadie, a pesar de que la pregunta ya iba dirigida a todos y cada uno de los que estaban en la casa. Entonces el dueño dijo: “Deben ser los niños”, “¡¿qué niños, si solamente estaba Marita y durmiendo?!”. “Los niños que están en la casa, no los vemos pero los sentimos”, comenzó su relato tan tranquilo. “El otro día iba hacia el dormitorio y ellos me seguían, venían corriendo y con fuertes risitas cómplices. Miré hacia atrás y no había nadie, las risas siguieron y también los pasos. Me esquivaron y la cortina del pasillo se levantó, habían pasado a mí lado ignorándome”. Atónitos, los invitados sintieron el terror en el cuerpo al darse cuenta de que con ellos estuvo el bebé.





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