(Por Myrian Vera y Juan Carlos Marchack, enviados especiales). Cuando el proyecto Caelum in Terra (“cielo en la tierra”) surgió, la necesidad era concreta y se repetía en todas las pequeñas parroquias del centro de la provincia de Misiones: contar con hostias suficientes para celebrar las misas, sin que el costo se volviera un problema.
Ocurría que traerlas desde los monasterios de Buenos Aires se había vuelto demasiado costoso, no solo por el precio del producto sino también por el recargo en el envío. Frente a ese escenario, en la humilde parroquia “San José Obrero” de Campo Viera comenzó a gestarse una experiencia poco común: emprender la producción local de hostias, hechas a pulmón, con máquinas recuperadas y una fuerte impronta comunitaria.
Detrás de la tarea están el diácono Oscar Viveros, su esposa Elvira Ryll, el sacerdote Marcelo Szyszkowski (párroco de la parroquia San Juan Neumann de San Vicente) y su hermano, también sacerdote, el cura de “San José Obrero”, Fabián Szyszkowski.

“La idea arranca por una demanda que tenemos en todas las parroquias, sobre todo por la cantidad de misas y la gente que comulga en cada celebración. Traer hostias de otros lugares se volvió muy caro”, narró a PRIMERA EDICIÓN el sacerdote Marcelo Szyszkowski, mientras se acomodaba en el centro del pequeño taller, donde todos los miércoles se ponen manos a la obra.
El punto de partida fue casi casual. Las monjas de la Sagrada Familia de Posadas que estaban a cargo de la producción de hostias se habían retirado. Pero, cuando lo hicieron dejaron algunas máquinas en el Seminario Santo Cura de Ars.
Como no se usaban, fueron cedidas al párroco de la “San José Obrero”, Fabián Szyszkowski; aunque durante un tiempo quedaron guardadas por falta de una pieza clave, la cortadora que le da la original forma.
“Cuando conseguimos la cortadorita y entendimos cómo funcionaba todo, empezamos a fabricar con lo que teníamos. Ahí comenzó el proceso”, relató Viveros, quien además de su rol pastoral tiene formación técnica como ingeniero y fue clave para poner las máquinas en marcha.
Su recuerdo sobre los inicio todavía se mezcla con anécdotas domésticas: “Al principio batíamos la masa con un batidor de la cocina. Rompí uno, después rompí la batidora de Elvira (su esposa). Ahí me di cuenta de que había que fabricar algo más robusto”, contó entre risas. Con materiales reciclados armó la primera batidora artesanal que es la que les permitió avanzar y todavía la usan.
No obstante, Viveros explicó que nada fue inmediato: “Fue prueba, error, prueba, error. Y mucha oración. Nosotros empezamos el día rezando. Si no rezás, no te va a salir”, afirmó el diácono con profunda fe.
Artesanal y preciso
A su vez, la producción sigue un protocolo estricto, tanto por razones técnicas como litúrgicas: “Solo usamos harina de trigo 0000 y agua, sin ningún aditivo. Siempre la misma marca de harina, para mantener la calidad”, explicó Viveros.
Después de la oración cada jornada comienza con la preparación de la masa, que se bate entre diez minutos exactos. Luego esa masa se cocina en planchas durante aproximadamente un minuto. De allí salen las obleas, que pasan a un proceso de humidificación controlada: las obleas son colocadas en una cámara especial que mantiene la masa entre 60% y 70% de humedad para que puedan cortarse sin romperse.
Después viene el prensado con maderas pesadas, el apilado, el zunchado y el corte. Las máquinas principales son de fabricación alemana y permiten producir cientos de formas en poco tiempo. Aun así, el trabajo más delicado sigue siendo manual: la clasificación.
“Se revisa una por una. Se sacan las que están rotas o mal cortadas. No hay otra forma”, detalló Viveros.
Recién después se pesan, se embolsan y se sellan. Cada paquete se arma por peso, ya que no existe un método para contar mil hostias una por una.
El proceso no termina ahí. Las formas deben reposar entre 24 y 48 horas para regular la humedad antes de ser distribuidas.
“En invierno, la humedad ambiente nos obliga a extender los tiempos, el verano nos juega a favor”, guiñó.
De una parroquia a varias diócesis de Misiones y santa Fe
La producción comenzó de manera experimental hace dos años, pero recién en marzo de 2025 empezó a distribuirse de forma regular. A su vez, desde junio y julio, con la incorporación de nuevas máquinas, la capacidad aumentó.
Hoy abastecen a la mayoría de las parroquias de las once localidades de la zona centro, a varias de Posadas y a capillas rurales.“Prácticamente estamos llegando a las tres diócesis de Misiones”, señalaron los artesanos a la vez que contaron que hay envíos a Santa Fe. El costo es sensiblemente menor que el de las hostias que llegan desde Buenos Aires o Córdoba, sobre todo porque se evita el gasto de transporte. Muchas veces la distribución se hace aprovechando viajes entre parroquias o mandados.
“Las parroquias manejan poco dinero, no hay obligación de ofrendar y la gente colabora con lo que puede. Tener este taller permite que a las parroquias que son chicas no les falte el pan eucarístico”, explicaron.

De la costura al pan
El espacio donde hoy funcionan las máquinas recuperadas era, originalmente, el taller de costura de Elvira. Ahora es un lugar donde se mezclan fe, trabajo manual y organización comunitaria. Allí nada se desperdicia. Los recortes de masa se reutilizan como alimento en barrios, capillas y merenderos.
“Es pan sin sal, y se usa como galletita. Incluso se puede hacer budín o reviro”, contó la mujer.
A futuro, el grupo proyecta mejorar el sistema de secado para los meses más húmedos. Mientras tanto, el proyecto sigue creciendo de a poco, sin apuro.
“Todo esto fue llegando a nosotros de manera milagrosa. Las máquinas estaban dispersas y se fueron uniendo. Creemos que es parte de la misericordia de Dios”, resumió el padre Marcelo Szyszkowski.
De todas formas, con una producción que avanza “despacito”, como dicen ellos, Caelum in Terra ya se convirtió en una respuesta concreta a una necesidad silenciosa de la Iglesia misionera: asegurar que el “cuerpo de Cristo” esté siempre presente y al alcance de todos.









