El paisaje urbano de los pueblos del interior suele tener como puntos de referencia ineludibles la plaza, la iglesia, la Municipalidad y también, resistiendo el paso del tiempo y la digitalización: los puestos de diarios.
Sin embargo, en Apóstoles en el sur misionero, el kiosco de Liliana Bernardi, pegado al paseo de artesanos que esta detrás de la Casa del Mate, no solo ofrece las noticias del día, sino que hace unos años también transformó el puesto en un pequeño taller, donde las botellas de plástico o las latas de bebidas en desuso cobran nueva forma y colores.
En dicho espacio, su propietaria, Liliana Bernardi quien ostenta además el título de ser la única canillita activa en la ciudad de Apóstoles y los alrededores, logró unir su oficio con la vocación artesanal.

“Yo críe a mis dos hijos acá en la revisteria, cuando ellos se hicieron grandes y ya no tuve que estar tan pendiente de sus cuidados, el tiempo comenzó a sobrar y comencé con mis artesanías. Primero para regalar a familiares y amigos y luego, en pandemia, ya lo hice para vender, al público. De un día para el otro me animé y ya no puedo parar”.
“Una de las facetas de mi emprendimiento es realizar artículos que tengan que ver con lo festivo del momento”, contó mientras exhibía hermosos pesebres y móviles en miniatura hechos con hojarascas, maderitas, telas y semillas, ya que las fiestas de fin de año son las premisas que guían su producción.
Mirar con otros ojos
Ser artesana para Liliana, no se trata de comprar insumos caros sino de “mirar alrededor con otros ojos”.“Yo hago artesanía reciclando todo lo que la naturaleza nos da, o que la gente tira. Segmenté la tarea pensando en cada época del año: San Valentín, Pascuas, Día de la Madre, del Padre”, explicó Liliana mientras acomodaba vistosos pesebres y figuras móviles para la puerta y el tradicional arbolito, por supuesto, sin competir por espacio con los matutinos y revistas.

Su creatividad no tiene límites y encuentra potencial en los objetos insólitos. Un ejemplo claro es un pequeño pesebre navideño, cuya pieza que desafía la lógica de los materiales tradicionales: “Este establo lo hice con botellitas de vacuna de los perritos”, mostró.
“Después tengo la imagen del pesebre hecho con semilla de jacarandá, o ésta, que es de un chivato, que encontré en los alrededores de los árboles que tengo acá cerca”, siguió entusiasmada.
“Yo veía esas formitas lindas que dan las vainas de las semillas para hacer un techito del pesebre: me decía ‘es parecido a una chocita’, pero no me daba la altura. Entonces, le busqué la vuelta, encontré unos corchitos pintados que simulan unos tronquitos. Eso hizo que parezca una chocita y así quedó”, exhibió complacida. Así fue que Liliana, entre pesebre y pesebre, confesó que la necesidad de ocupación mental la encontró con la disponibilidad de residuos.

“Veía, primero las latitas de gaseosas, empecé con las latitas. Empecé a mirar un tutorial, me gustó y me dije ‘yo puedo hacer tal cosa, puedo hacer tal otra’. Y así fue el click”, dijo la artesana para quien, lo que inició como un pasatiempo se convirtió en una pasión.
“Una cosa me fue llevando a la otra y ahí ya me enamoré. Empecé a hacer de todo, a buscarle utilidad a todo lo que pasara por mis manos”, sonrió.

Tres décadas de resistencia
Más allá de su faceta artística, la identidad principal de Liliana sigue ligada al papel y la tinta. Son 35 años de trayectoria en un rubro que ha visto desaparecer a muchos emprendimientos similares.
“Cuando recién empezamos éramos tres en el pueblo. Entonces, ahí había más competencia. Ahora no”, señaló, reconociéndose como la única sobreviviente del oficio.
Esta permanencia no es casualidad, sino fruto de una disciplina férrea que roza la devoción. “Tuvimos que pasar bastantes dificultades, primero para imponernos como canillitas y para que la gente nos conozca, que sepa que nosotros le íbamos a ofrecer un servicio siempre puntual”, relató.




