Hubo un tiempo en que cada 21 de septiembre, en el que el Parque de la Ciudad de Posadas se transformaba en un hervidero de juventud. Ese predio abierto que parecía no tener límites, se convertía en el epicentro de la primavera estudiantil. Miles de jóvenes, algunos recién estrenando la libertad de la adolescencia, cargaban heladeritas, termos, pelotas y guitarras, listos para vivir una jornada que quedaría grabada en la memoria colectiva.
No había celulares que capturaran selfies ni redes sociales que transmitieran en vivo. El registro era otro: risas, charlas, abrazos y fotos en rollos que tardarían días en revelar. La música no salía de parlantes portátiles, sino de bandas en vivo que subían a un escenario improvisado y hacían vibrar a todos con sus canciones. Esa era la manera de dejar huella: con el eco de las voces mezcladas en un mismo coro y la certeza de que cada primavera traía la promesa de volver a encontrarse.

Las imágenes del archivo de PRIMERA EDICIÓN de aquellos años -fines de los 90 y comienzos de los 2000- muestran un parque repleto. Un mar de estudiantes que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con rondas de mate sobre mantas de colores, picnics improvisados bajo la sombra escasa de algún árbol joven, y partidos espontáneos de fútbol o vóley que servían de excusa para la camaradería. En el césped, la libertad se respiraba con la intensidad de una estación que siempre fue sinónimo de nuevos comienzos.
Los escenarios montados al aire libre concentraban multitudes. Bandas locales daban rienda suelta a su música mientras cientos de chicos y chicas coreaban, bailaban o simplemente se dejaban envolver por los acordes. Desde atrás de una batería o con una guitarra colgada al hombro, los músicos eran parte de ese ritual colectivo que hacía del Día del Estudiante algo más que una fecha en el calendario: era una experiencia compartida, un rito de paso que cada generación atesoraba.

El parque se volvía un patio gigante, una prolongación de las aulas pero sin pizarrones ni horarios. Solo quedaban las ganas de estar juntos, de compartir la primavera y la amistad. Algunos elegían la calma, estirados en el pasto, escuchando historias que parecían interminables; otros optaban por la energía de la danza o los deportes. Y en cada rincón, la certeza de que la juventud encontraba allí su espacio de libertad y pertenencia.

El presidente de la Asociación Posadeña de Estudiantes Secundarios, Andresito de Lima, anunció este año que iban a trabajar desde APES para recuperar la tradición con una maratón del Día del Estudiante y el regreso del picnic estudiantil, algo que finalmente no prosperó.“La idea es congregar a los distintos colegios de la ciudad para compartir el día, jugar al fútbol, vóley o básquet, hacer música y entrelazarnos entre todos los compañeros”, expresó en su momento.


















