Te deprimes, estás irritable, ansioso, te aparecen bajones, sientes que algo no está bien en tu vida y no sabés bien por qué. Puede que estés frente a una situación límite con el tema del perdón. La pregunta es: “¿A quién tengo que perdonar?”. A veces, la respuesta surge casi al instante, sabes perfectamente con quién estás tan dolido que te resulta imposible perdonar, ni siquiera te hace bien pensar en esa persona, lo sientes en todo el cuerpo. En otras ocasiones, la respuesta no se mostrará porque tu cerebro la almacenó hace tiempo para cuidar tu integridad porque entiende que recordar te hace daño y lo que nuestro cerebro hace es estar alerta, enviar señales para mantenernos con vida, logrando el menor daño posible.
Se habla mucho del perdón, pero ¿cómo perdonar a quien nos dañó? Claro que no estamos dispuestos a “darle” generosamente nuestro perdón porque realmente “no se lo merece”. Esa persona quizás no se lo merezca, pero nosotros sí nos merecemos liberarnos del dolor, el resentimiento, la bronca y todo eso que nos genera lo que nos “hizo”.
Nuestro cerebro, gran razonador de la vida, tiene un listado de razones para justificar un acto de no perdón respecto a esa persona, pero es la situación la que nos interesa, no la persona. Sea quien fuere, lo que nos duele o lo que nos dolió fue lo que hizo y volveremos a sentir lo mismo si otra persona nos hace lo mismo o algo similar. Será siempre la situación que quedará atrapada con nombre y apellido de quien la emitió.
El gran razonador dirá: “Ni loco (loca) lo perdono”, “es imposible que yo perdone algo así”, y en ese momento está enviando las señales al cuerpo que reacciona produciendo altos niveles de cortisol, nos dejará los maxilares tiesos, sentiremos un nudo o calambres en el vientre, quizás nos punzará en la nuca y tantos otros efectos más porque cada cuerpo tiene sus zonas de impacto.
Mi vida estancada
Cuando no se perdona, según el médico especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, Mario Alonso Puig, se puede experimentar un estancamiento emocional y mental, afectando negativamente tanto la salud física como la psicológica.
La falta de perdón puede llevar a la acumulación de rencor, amargura y resentimiento, generando estrés, ansiedad y problemas en las relaciones interpersonales.
Además, puede dificultar la capacidad de disfrutar el presente y avanzar hacia el futuro.
Te pasa que estás creando algo nuevo, sientes esa adrenalina entusiasta mientras te imaginas ya resultado final de tu proyecto, pero de pronto algo te frena, algo te dice: “Y sí, pero ¡NO!”. Podemos estar frente a un caso de no perdón muy fuerte.
En consulta podemos desentrañar lo que ocurre si ya probamos sanar el transgeneracional, sí superamos todo, pero existe una ira contenida, una sensación de insatisfacción inamovible, entonces llegó el momento de perdonar.
¿A quiénes tenemos que perdonar sin excepciones?
Hicimos un camino, a medida que fuimos creciendo experimentamos situaciones difíciles y son las que se nos pegaron fuertemente. Intentamos no repetirlas cuando nos damos cuenta que cometimos un error, pero la dejamos pasar. Cuando fuimos pequeños sentimos infinidad de injusticias, muchas de ellas provenientes de nuestros padres, esas que hoy suponemos haberlas superado, pero si las traemos al momento presente, nos vemos como pequeños: “¿Perdonamos realmente?”. Podemos decir que amamos a nuestros padres y sin embargo la herida está presente y la descubriremos si volemos a esa edad, a ese momento. Ahora no será volver para regodearnos en nuestra tristeza, sino que será para dar el paso, será para liberarnos de esa o esas ataduras.
Los primeros de la lista
Entonces a los primeros que tenemos que perdonar es a nuestros padres. Una vez que hayamos conquistado el perdón, entonces seguirá el segundo paso: perdonarnos a nosotros mismos. ¡Exactamente! Somos los primeros en autocastigarnos, los primeros en criticarnos, en decirnos: “Pero ¡qué tonto!”, “¡Qué desastre sos!”, “cómo puedes ser tan ¡burro!”, y seguir cada uno con sus hermosas frases castigadoras. ¿Qué creen que pasará? Pasará que ese enojo, esa ira, ese resentimiento irán acumulándose, sumando otros y otros. Son nuestro veneno, el que nos va matando de a poco. Mata físicamente, mata los sueños, los proyectos y nos volvemos unas personas muy feas. Ahora es tu turno.
Camino a la liberación de las cadenas
Eliminar la toxicidad que genera el resentimiento, el no perdonar. Muchos dirán: “Yo no puedo hacerlo”, “yo no puedo perdonar eso que es imperdonable”. Al decir esto estamos reviviendo, resintiendo el enojo, el dolor. Seguir sintiéndose ofendido o dañado es mantenerlo intacto y sabemos que el cerebro no entiende si eso ya pasó o está pasando. Si no cortamos las cadenas, si seguimos atados a ese dolor no podremos seguir nuestra vida de manera libre.
Toma tu lugar, toma tu vida como corresponde, deja el victimismo, deja ir todo lo que te daña y explicále a tu corazón que eso a lo que se aferra no es lo que desea. Un ejercicio para iniciar el perdón es respirar profundo tres veces, cerrar los ojos, poner la mano en el corazón, pensar en ese momento de pequeño con los padres, primero con uno y luego con el otro. Eso que pasó lo convierto en un momento de alegría, reemplazo el mismo de dolor en uno de alegría. Sí que puedes hacerlo. Y luego te perdono, los perdono, suelto. Ahora soy libre para vivir mi propia vida. Todos los demás que no tuvieron tu perdón, lo tendrán luego de perdonarte. No lo creas, ¡pruébalo!
Por Rosanna Toraglio
Periodista
BioPsicoTerapeuta





