La yerba mate es más que un cultivo en Misiones; es la base de la economía de miles de familias. Pero bajo la superficie de los extensos yerbales, una crisis silenciosa y profunda está empujando a los productores a situaciones límite por la caída del precio de la hoja verde, la mora en los pagos y la incertidumbre tras los cambios en la regulación del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM). La historia de Alejandro Cuz, un pequeño productor de San Vicente que llegó a amenazar con prenderse fuego para reclamar una deuda, es el reflejo más crudo de esta realidad. Su caso no es una excepción, sino el síntoma de una desregulación que deja a los más vulnerables a merced de un mercado sin control.
En diálogo con FM 89.3 Santa María de las Misiones, Cuz relató su calvario con una voz que mezcla resignación y frustración. Un secadero de la zona le adeuda el pago de la yerba que entregó en 2024. “Seguimos en la misma nomás, esperando una solución a través de la empresa. En una oportunidad me mandó un mensaje que un miércoles podía estar haciendo el pago de lo que me adeuda de las yerbas, pero hasta ahora no tengo ni una novedad”, dijo, admitiendo que las promesas de pago se convirtieron en una sucesión de “mentiras”. Se trata de una deuda que, en su momento, ascendía a 2,4 millones de pesos, un monto que hoy, con la inflación galopante, perdió gran parte de su valor.
Su situación es desesperante. El dinero de la cosecha de un año entero, un capital indispensable para la subsistencia de una familia, está retenido. “Uno necesita su plata, necesita cobrar para las cosas que uno tenga”, explicó. En su caso, la necesidad es aún más urgente debido a los problemas de salud de su hijo, una de las principales razones que lo llevaron a tomar su drástica y desesperada decisión inicial. Además, dijo que si bien tuvo la suerte de que, gracias a la intervención del Gobierno provincial, “pude atender mi a mi hijo en el Magariaga y hacer los estudios, que es lo que más me preocupaba”, el problema de fondo persiste.
La desregulación como raíz de la crisis
La historia de Alejandro no es un caso aislado. Él mismo lo confirmó: hay muchos otros productores en la misma situación. Incluso acopiadores de la zona tienen deudas millonarias con el mismo secadero.
El foco del problema, según Alejandro, está en la desregulación que sufrió la industria yerbatera. Antes, el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) regulaba los precios y garantizaba pagos a tiempo. “Después de la regulación del INYM, no sé qué pasó, si no pudo vender el producto, qué es lo que hizo, mala administración o no sé lo que hizo con nuestra plata nuestra porque me imagino que habrá cobrado la yerba canchada que nos compró verde”, especuló Cuz.
Sin una entidad que establezca reglas claras, cada secadero y molino paga “lo que quiere y como quiere”. Los pequeños productores, con menor poder de negociación, son los primeros en sufrir las consecuencias.
Esta dinámica crea una cadena de impagos que afecta a toda la región. Los productores, con deudas en comercios y proveedores, se ven obligados a “desprenderse de cosas que no tenemos para saldar las cuentas”. La incertidumbre es total. Alejandro tiene cheques que, teme, no tendrán fondos cuando llegue el momento de cobrarlos. Si bien ya presentó una denuncia formal y el caso está en manos de sus abogados, el proceso es lento y la espera, angustiante.
Un futuro incierto y la necesidad de una nueva ley
La zafra actual ya está terminando, y los nuevos pagos se pactan a 90 días, un plazo insostenible para quienes necesitan liquidez inmediata para vivir y mantener sus fincas. “Uno va a la farmacia, hay que pagar; va al monotributo, hay que pagar; la luz hay que pagar. Y no te preguntan si tenés cheques a 90 días”, lamenta.
Para Cuz, la solución a largo plazo debe venir de la mano de una nueva regulación. “La Provincia tendría que mirar una vía favorable hacia el productor o crear una ley yerbatera misionera”, propuso. La ausencia de un ente que supervise precios y pagos en tiempo y forma abrió una caja de Pandora de abusos que no solo desvalorizan el trabajo, sino que también destruyen la confianza entre los actores del sector.
La “dulce espera”, como él la llama con amargura, se convirtió en una pesadilla que lleva al productor a la desesperación. Mientras las autoridades no actúen, la amenaza de una crisis económica y social más profunda seguirá latente, alimentada por las promesas vacías y la falta de un control que proteja a quienes, día a día, cultivan la identidad de la tierra colorada.











