El 2 de septiembre de 1845 fallecía en Cádiz (España) Bernardino Rivadavia, el primer jefe de estado de las Provincias Unidas del Río de la Plata que ejerció el cargo de presidente entre el 8 de febrero de 1826 y el 27 de junio de 1827.
Durante la “época de Rivadavia” la ciencia y la cultura prosperaron de manera significativa y se sancionó la Ley de Sufragio Universal el 14 de agosto de 1821. Fue la primera de su tipo en Latinoamérica y significó un gran avance en materia electoral.
En la ciudad de Buenos Aires construyó edificios públicos, ensanchó avenidas, mejoró la iluminación de las calles y creó el Cementerio de la Recoleta. Su atención estuvo centrada en las clases altas y medias.
Tomó, en 1822, la primera deuda externa y como garantía del empréstito, Rivadavia hipotecó todas las tierras y demás bienes inmuebles de propiedad pública.
La sanción de la Constitución Argentina de 1826, de fuerte contenido unitario, rechazada por las provincias, motivó su renuncia a la presidencia.
El papel de Rivadavia en la historia argentina
Rivadavia había nacido en Buenos Aires el 29 de mayo de 1780. Inició sus estudios en el Colegio de San Carlos, donde cursó Gramática, Filosofía y Teología, pero no se graduó en ninguna de estas materias.
Activo en la resistencia a los británicos en la invasión de 1806, también apoyó el movimiento de 1810 por la independencia, convirtiéndose en secretario de la Primera Junta.
En 1811 dominó el Triunvirato, organizando el ejército, rompiendo con las Cortes españolas, liberando a la prensa de la censura y terminando con el tráfico de esclavos.
Después de haber estado seis años en Europa, donde fue fuertemente influenciado por Jeremy Bentham, Henri de Saint-Simon y Charles Fourier, en 1821 regresó a Buenos Aires, donde fue designado ministro del Gobierno de Martín Rodríguez. En 1826 fue electo presidente de las Provincias Unidas.
Adoptando algunas de las ideas de los utópicos franceses mencionados anteriormente, Rivadavia organizó el Parlamento, el sistema de Justicia y apoyó la legislación que aseguraba la libertad de prensa y los derechos de la propiedad individual. También abolió las cortes eclesiásticas y fundó la Universidad de Buenos Aires.
Se vio envuelto en problemas constante con los poderosos caudillos provinciales, de quienes no logró conseguir que aceptaran la Constitución centralista de 1826. Por eso renunció en 1827 y se exilió en Europa, regresando a Buenos Aires en 1834 para enfrentar los cargos que le atribuían sus enemigos políticos.
Sentenciado al exilio, murió en Cádiz (España) el 2 de septiembre de 1845.









