La efeméride de hoy, Día Internacional contra el Dengue, no deja margen para la indiferencia. No se trata de un simple recordatorio, sino de una alarma encendida que nos enfrenta a una enfermedad que, lejos de ser un mal pasajero, se instaló como amenaza recurrente.
En provincias como Misiones, Corrientes, Chaco y Formosa, los brotes son latentes amenazas de epidemias cíclicas que tensionan los sistemas de salud, impactan en la economía local y, lo más doloroso, cuestan vidas.
El cambio climático, el crecimiento urbano desordenado y la falta de infraestructura en muchas comunidades generaron un terreno fértil para la proliferación del Aedes aegypti, el mosquito transmisor.
La lucha contra el dengue es una clara responsabilidad estatal, pero también una responsabilidad comunitaria. El mosquito necesita agua estancada y sombra para reproducirse, y esos criaderos suelen estar en patios, canaletas, tachos, floreros y objetos en desuso. Lo que no se limpia, se convierte en criadero.
La conciencia colectiva es tan necesaria como el repelente. Informar, educar y prevenir son pilares que deben sostenerse durante todo el año, no solo cuando las cifras estallan o cuando ciertas temporadas hacen más visible el problema.
Argentina ya cuenta con una vacuna, una herramienta preventiva importante, pero su implementación sigue siendo limitada. Es urgente democratizar su acceso, especialmente en zonas donde la incidencia es más alta.
El dengue no es cosa del verano ni solo un problema del Gobierno. Es un enemigo que se combate entre todos, todo el año.









