Marcela Garay nació en Comodoro Rivadavia, Chubut y desde joven supo que el movimiento sería parte de su vida. La Patagonia la formó entre viento y mar, pero fue la ruta la que le marcó el destino y el monte misionero, la tranquilidad.
“La decisión de cambiar todo fue como un ventarrón”, recordó Marcela al repasar el camino que la trajo y la afincó en El Soberbio.
Pero eso ocurriría mucho después. Primero viviría en distintas ciudades, hasta que en una “parada prolongada” de muchos años en Mar del Plata se cruzaría con Guillermo, quien sería su compañero de ruta y de vida…
Ya en la quietud y la belleza exuberante de su nuevo hogar, y con una nueva vida Marcela recibió a PRIMERA EDICIÓN para contar su historia de resiliencia, siempre con la salud como brújula.
Durante una larga y amena charla la mujer recordó, por ejemplo, que antes de poner en marcha “Los Bananos”, un hospedaje pensado especialmente para motociclistas, ambos ya habían trabajado en hotelería, pero con un servicio de limpieza de jornada completa…
Con un mate y sentada plácidamente debajo de la estructura de hierro, antes antena parabólica y ahora reciclada como un hermoso “paraguas” lleno de flores, Marcela se abrió y contó que el ritmo urbano, la exigencia diaria y la tensión acumulada se tradujeron en diagnósticos contundentes y tratamientos dolorosos, muy complejos que la obligarían a parar.
“El mensaje de mi cuerpo y de mis médicos era claro: había que cambiar algo o no volver a caminar…”, acotó con seriedad.
A la pregunta de por qué la elección del negocio, Marcela respondió enfática: “Siempre estuvimos cerca de la hotelería, pero hasta llegar acá nunca habíamos pensado en tener algo propio”.
Después de un breve silencio reflexionó: “Cada escapada en moto nos iba acercando a otra idea de vida, pero no sabíamos dónde…”.

“¿Por qué en la tierra colorada?, porque cuando vas por la ruta 14 y ya te das cuenta que estás en Misiones; es como que te abraza, principalmente el calor”, rió con gesto de “soy patagónica”.
“Además -prosiguió- mi marido, tenía una historia personal relacionada con sus vacaciones en Misiones a donde venía mucho con sus padres en casa rodante a recorrer algunas bellezas naturales de la provincia; con la construcción de la ruta costera 2 empezamos a recorrer mucho esta parte de la provincia en moto”.
De esa forma, el emprendimiento familiar se moldeó en medio del verde, en la frontera del Yabotí, en el camino a los Saltos del Moconá y se llamó “Los Bananos” por las plantas que abundan en la propiedad.
Allí, Marcela y Guillermo aplicaron lo aprendido en hotelería, pero sumaron la pasión que los atraviesa a ambos: las motos.
“El motero viaja con la moto como si fuera parte de la familia. Capaz tocale a la mujer y no pasa nada, pero tocale la moto y se despierta enseguida”, dijo con picardía.
“La idea era que el viajero durmiera con su moto al lado, resguardada. Por eso construimos todo pensado para eso”, explicó con entusiasmo en la recorrida por las cabañas. Todas tienen puertas anchas y espacios adaptados para que la moto entre junto a los huéspedes.
“Nos emociona ver pasar moteros por la ruta. Es pasión. Y este hospedaje está creado para ellos, porque nosotros somos así: locos de las motos. Aprendimos mirando y deseando lo que queríamos encontrar cuando viajábamos”, agregó.
Sin embargo, dijo “no lo cuento como algo que fue fácil, nada es tan fácil”.
“No ponés en marcha un emprendimiento de un día para el otro, primero hay que decidir qué hacer, en nuestro caso fue a partir de lo que ya sabíamos hacer y después lo más difícil fue dar el gran paso de hacer una elección de vida que lo cambie todo; es una toma de decisión que se hace en silencio que lleva tiempo y que nunca es fácil”, reiteró.
“Nosotros veníamos de la ciudad, estábamos acostumbrados a ese confort que ofrece. Había que dar un giro de 180 grados para venirnos a vivir a una zona rural y empezar desde cero…”, prosiguió.
“Primero ese cambio nos generó ansiedad”, reconoció, “pero después nos mejoró la vida en todo sentido. Acá la gente es cordial, compañera, te ayuda en todo, te orienta, está a tu lado. Resumiendo: la salud fue la que me ayudó a decidirme por el cambio; en uno de nuestros viajes en moto encontramos este lugar. Era acá, con este monte con esta tranquilidad y con el concepto motero. Luego, la gente nos afincó”.
“Sin centrarme en el drama de quien tiene una enfermedad, que no es fácil para nadie, quiero centrarme en el cambio, cuando hay una necesidad de hacerlo. Nunca hay un día ideal para cambiar, es algo que se tiene que decidir y empezarlo. Es en ese hacer, es que el nuevo camino se abre…”.

Aprender lo básico otra vez
En un largo y minucioso recorrido por el predio, donde la patagónica también cría algunas ovejas, “porque tu tierra natal siempre te tira”, recordó que la mudanza al monte implicó reaprender desde lo elemental.
“Acá tener agua es una lucha. En la ciudad naturalizás abrir la canilla y que corra el agua como loca. Acá aprendí a valorarla y a cuidarla. Tenés que pensar en cada gota. También aprendí a tener una huerta, algo que nunca había hecho. Imaginate, vengo del sur. Y ahora cultivamos nuestros propios alimentos”, exclamó.
Y después se acordó cómo la nueva vida la obligó a moderar el ritmo: “Yo venía con todas las revoluciones de ciudad, caminando rápido, siempre apurada. Acá tuve que aprender a bajar el paso. ¡La gente te saluda! Al principio me agarraba ansiedad porque pensaba: ¿de dónde lo conozco? ¿por qué me saluda? En realidad no me conocían, simplemente saludaban. Es otra forma de vida. Ahora inclusive hasta estoy aprendiendo portugués, porque acá se lo habla mucho y no quiero barreras”.
Más allá del proyecto turístico, Marcela insistió todo el tiempo en que la decisión fue guiada primero por la salud, pero fue el amor por la tierra roja lo que la retuvo.
“Cuando llegué yo pasé un diciembre y enero en Misiones con un cuello ortopédico, 24/7 (refiriéndose a lo incómodo por llevar prótesis con calor extremo). Y aún así dije: ya está, este es mi lugar. Si puedo superar eso, no lo cambio por nada”, afirmó con convicción.
Pare ella, El Soberbio es su destino final y su lugar en el mundo. “Creo que este es mi último lugar. Tengo un 95% de certeza. Solo viajo a la ciudad por cuestiones médicas, porque acá todo me queda lejos. Pero después no quiero moverme más. La ciudad puede ser linda para unas vacaciones, pero no para vivir con ese desgaste de tiempo completo. Acá hay lluvias torrenciales increíbles, barro, heladas y también calores extremos, pero este es mi lugar”, dijo con ojos brillantes.

Inspirar a otros
En todo su relato, Marcela insistió en una idea que repitió como mantra o como consejo: “Nunca hay un momento ideal. Tenés que actuar en el momento que lo necesites. Eso a veces implica dejar atrás gente, cosas, confort. Pero, para cualquiera si mira su vida, lo que era cómodo hace 15 años, posiblemente hoy ya no lo es”.
Para ella, el mensaje más importante de su historia es que las decisiones no se posterguen hasta que sea demasiado tarde.
“Llegó un momento que no quisimos postergar más. No hay que esperar el momento perfecto. Hay que animarse. Porque si no, se te pasa la vida”, concluyó.
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