El crumble es uno de los postres que mejor combina texturas y sabores: el contraste entre la cubierta crujiente y el interior jugoso lo convierte en un clásico en muchas mesas.
Tradicionalmente, se elabora con manzana, pero en esta versión se transforma en una tarta con base de masa quebrada y un relleno de frutos rojos, que aportan un toque ácido y fresco. Puede servirse caliente acompañado de una bola de helado, templado o incluso frío, lo que lo hace versátil para diferentes ocasiones.
Ingredientes necesarios
Masa y relleno:
Masa quebrada
500 gramos de frutos rojos (si son congelados, seguir la recomendación de descongelarlos previamente)
2 cucharadas de almendra en polvo
1 cucharada de azúcar moreno o blanco, según preferencia

Para la masa crumble:
150 gramos de harina
125 gramos de almendra en polvo
60 gramos de azúcar
125 gramos de mantequilla fría
Preparación paso a paso
Preparar el crumble: en un bol, mezclar la harina, la almendra en polvo y el azúcar.
Incorporar la mantequilla fría cortada en trozos pequeños. Con las manos, desmenuzar la mezcla hasta obtener una textura arenosa, característica del crumble.
Preparar la base: extender la masa quebrada en un molde para tarta, asegurando que cubra bien el fondo y los bordes.
Esparcir las dos cucharadas de almendra en polvo sobre la base. Esto ayuda a absorber la humedad del relleno y mantiene la masa crujiente.
Añadir el relleno: distribuir los frutos rojos de manera uniforme sobre la masa.
Espolvorear con azúcar moreno al gusto. Dado que los frutos rojos suelen ser ácidos, esta cantidad puede ajustarse para equilibrar el sabor.
Cubrir el relleno con la mezcla de crumble, procurando que quede distribuida de forma pareja.
Hornear: colocar la tarta en un horno precalentado a 180 °C y cocinar entre 35 y 45 minutos, hasta que la superficie adquiera un color dorado y crujiente.
Retirar del horno y dejar enfriar ligeramente antes de servir.
Presentación y consumo
Esta tarta crumble de frutos rojos resulta ideal para una comida de domingo en familia o como merienda especial. Servida caliente con helado de vainilla, resalta aún más su sabor y textura. Su aroma, que combina el dulzor de la almendra con la acidez de la fruta, la convierte en un postre que invita a repetir.







