En el París de mediados del siglo XIX, el mundo del arte estaba gobernado por la Academia de Bellas Artes y su célebre “Salón”, una exposición anual que decidía qué obras eran dignas de ser consideradas arte. Era la consagración oficial: quienes no eran aceptados, quedaban al margen del reconocimiento, la crítica y las ventas. Bajo estos criterios rígidos y conservadores, el arte debía ajustarse a las convenciones: temas históricos o religiosos, composición académica y técnica impecable. Sin embargo, algo estaba por cambiar.
En 1863, el jurado del Salón rechazó más de 3.000 obras, muchas de ellas de jóvenes artistas que proponían nuevas formas de representar el mundo. Ante la protesta generalizada, el emperador Napoleón III autorizó la apertura de una muestra paralela: el “Salón des Refusés” o “Salón de los Rechazados”, donde el público podría “juzgar por sí mismo” aquellas obras que la Academia había considerado indignas.
Entre los cuadros exhibidos estaba Le Déjeuner sur l’herbe (Almuerzo sobre la hierba) de Édouard Manet, una obra que causó escándalo inmediato. ¿Por qué? Una mujer desnuda, sentada en un pícnic junto a dos hombres vestidos, miraba al espectador sin pudor. No era una Venus mitológica ni una alegoría clásica: era una mujer contemporánea. El fondo parecía incompleto, la pincelada era visible, los cuerpos, planos. Para muchos, no era arte: era una provocación.
Sin embargo, el impacto fue irreversible. Aquellos “rechazados” marcaron el inicio de un cambio radical. En ese espacio no oficial, libre de normas académicas, empezaron a germinar las ideas que darían origen al Impresionismo, y más adelante a las vanguardias del siglo XX. El Salón de los Rechazados representó el nacimiento del arte moderno: un arte que ya no buscaba agradar a los jueces del gusto oficial, sino expresar nuevas formas de ver, sentir y pensar.
Hoy, el escándalo de 1863 es recordado como uno de los momentos más liberadores de la historia del arte. Manet, Monet, Pissarro y tantos otros que en su tiempo fueron ignorados o ridiculizados, son ahora considerados pilares de la modernidad. El episodio nos recuerda que muchas veces el verdadero valor del arte no se reconoce de inmediato, y que lo nuevo, lo diferente o lo incómodo, puede abrir caminos impensados.
Claudia Olefnik
Artista plástica
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