Por: Sonia Melo
Hijo, por favor, ¿puedes ordenar la biblioteca? Los libros de francés, los de espiritualidad, las novelas, y así sucesivamente.
Y como Omar me miraba con tanto asombro como si le estuviera hablando en chino básico, agregué: Puedes pedirle ayuda a Benja.
Benja parado en un rincón como si estuviera de penitencia, como si la vida le hubiera indicado ese lugar como su lugar definitivo. Delgado y morochito, con esos ojos enormes, surcados por nubes de asombro, de recién aterrizado, me miró interrogante.
Su madre llegó una noche de tormenta en avanzado estado de gravidez y antes de que transcurriera un año, en otra noche de tormenta, desapareció dejándonos a su hijito.
Se convirtió en el hijo de todos.
Como mi descendiente no daba señales de obedecer, el niño de todos se acercó a la biblioteca y con un pequeño plumero fue limpiando uno a uno los libros. Lo hacía con exagerada prolijidad y después hacia pilitas en el suelo.
De pronto, encontró un álbum y todo lo demás perdió interés. ¡Benja adora las fotografías! El mes pasado yo separaba las ropas que regalaría y los objetos que ya no utilizábamos y él localizó una vieja máquina fotográfica inservible.
Desde ese día, el niño y la máquina fueron inseparables. Se pasaba las horas enfocando hormigas, pájaros o zapatos.
A fin de mes cuando cobré el sueldo le compré una simple y económica. Y Benja se convirtió en un fotógrafo profesional. Horas enteras estaba agazapado esperando el momento preciso. Ése que él había imaginado. Las primeras fotos eran las usuales…aunque con un toque artístico increíble para un niñito de cuatro años.
Hacía dos meses que cada domingo, con puntualidad, me entregaba la máquina para que cambiara el rollo. Ese lunes Don Aurelio me llamó: en las fotos que reveló había detectado algo que lo impactó.
El niño, podía captar los estados de ánimo de las personas. Silencioso y de incógnito como de costumbre, esperaba el momento oportuno. Nuestro niño es mudo. Tal vez por eso observa detenidamente y su intuición es certera.
Callé la novedad. Así me enteré que la empleada revisaba mi ropero y me robaba ropa interior. Mi marido llegaba antes a casa y se pasaba horas conversando con ella. Mi hijo la llevaba a su dormitorio. El profesor de Matemáticas se aproximaba demasiado a mi hija de trece años.
Sin pedir opiniones la despedí y reemplacé al profesor.Al termiarse la diversión en casa, Benja comenzó a fotografiar a los vecinos. O me pedía que lo llevara a mi trabajo, a la plaza o al super.
Una madrugada nos despertaron las sirenas de ambulancias y autos policiales.Benja no estaba en su dormitorio. El revuelo fue similar al reparto de sidra y pan dulce, en el Correo, vísperas de Navidad, en época de Perón.
Sin embargo no podía haber salido, el alto y seguro portón del jardín conservaba su candado. Lo encontramos dormido oculto entre el ligustro, abrazado a su cámara fotográfica. La humedad lo había decorado con pequeñísimos cristales que brillaban sobre el cabello renegrido. Traté de llevarlo a su cama, en el trayecto se despertó y me abrazó asustado.
Tuve que calmarlo hasta que se volvió a dormir, sin soltar su cámara.La atención se centró entonces, en el movimiento exterior. ¿Qué había pasado?
En el noticiero del mediodía la información parcial se conoció. Un supuesto triángulo amoroso con trágico final.
Benja se negaba a salir de su habitación. Después de bañarlo le llevé el almuerzo. Era domingo y teníamos que cambiar el rollo. Sin embargo se obstinaba en esconder la cámara.
¡Su pasión fue más fuerte! Si no cambiábamos el rollo no podría sacar más fotos.
Al cambiar los rollos su mirada insistente me dio las pautas de que solo mi pequeño fotógrafo y el hombre en la cárcel sabía lo que sucedió esa madrugada frente a nuestro jardín.





