Cuando Matías Cohen regresó de un viaje a Israel en 2018, a donde viajó para ampliar sus estudios orientados al diseño gráfico, no ocurrió gran cosa en lo laboral; pero, aunque entonces no tenía planes concretos, algo en él había empezado a cambiar.
“Ese año fui a hacer algunas cosas relacionadas con mi profesión, pero no se habían abierto las puertas para quedarme”, recordó en diálogo con PRIMERA EDICIÓN, a quien visitó durante su estancia en Posadas, tras llegar para estar con su familia y celebrar su cumpleaños, luego de tres años residiendo en Israel.
Sobre su decisión de migrar a Israel recordó que, recién en enero de 2019 se animó a dar el primer paso firme: llamó a la Sojnut Ha Yehudit (Agencia Israelí para la repatriación de hijos o nietos) y preguntó cómo podía hacer Aliá, el proceso legal y espiritual mediante el cual cualquier persona descendiente puede migrar a Israel.
“La palabra aliá significa ‘subir’. Con la ley del retorno, un hijo o nieto de judío puede hacer aliá. Y sí, ya tenés la ciudadanía con eso”, explicó a este Diario.
Así comenzó un camino que tardó cerca de un año en completarse. Llegó a Israel el 14 de enero del 2020, dos meses antes de la pandemia de COVID-19.
Desde entonces, a Matías le tocó vivir en carne propia dos de los hechos más traumáticos que afrontó Israel en tiempos recientes: el ataque del 7 de octubre de 2023, cuando el grupo Hamas ingresó al sur del país y perpetró una masacre; y, más recientemente, el bombardeo iraní del que fue testigo directo, cuando cientos de miles de israelíes debieron refugiarse de madrugada, sin saber si los misiles serían interceptados.
“Con respecto al 7 de octubre, creo que para todos los ciudadanos de Israel fue una sorpresa, un shock, por cómo se dio la situación: terroristas ingresaron, capturaron personas, niños, ancianos, familias… y se los llevaron a Gaza. También mataron a muchas personas. Fue bastante difícil”, relató.
Al hablar de lo que más lo impactó, explicó que fue descubrir que muchas de las personas que entraron como terroristas para aquel ataque eran trabajadores palestinos habituales. “Muchos gazatíes trabajaban en casas, conocían las familias a las que secuestraron. Ese fue el golpe más fuerte”.
En medio del dolor, el Estado reaccionó con velocidad: cerró las fronteras, se suspendieron permisos de trabajo y comenzó una etapa de tensión social y militar.
“Uno va tratando de sanar esas heridas, y lo que a mí me llama la atención de Israel es la capacidad de no caerse. A pesar de los misiles, de las crisis, Israel sigue, sigue, avanza”, afirmó con admiración.
Con esa capacidad de continuar, aprendida a la fuerza, llegó abril de 2024. Matías estaba en su casa, en Jerusalén, cuando a la madrugada los celulares empezaron a sonar con una alerta inconfundible: debían correr al refugio. Israel había lanzado un ataque directo contra suelo iraní, una novedad absoluta incluso para un país acostumbrado al conflicto y comenzaron los bombardeos masivos que conmovieron al mundo, hasta se comenzó a hablar del “inicio de otra guerra mundial”.
“La mayoría de los edificios tienen uno propio, un cuarto especial con puerta reforzada. Pero como nadie esperaba una guerra con Irán, muchos los teníamos ocupados con otras cosas y tuvimos que salir a buscar otros”, rememoró.
Las emociones del momento fueron intensas. Jerusalén no fue blanco directo de los misiles, pero sí lo fueron otras ciudades: Tel Aviv, Haifa, Beersheba. “Aunque no cayeran en Jerusalén, había que estar preparados. Porque si el misil era interceptado, lo que quedaba como residuo podía caer ”.
Lo que siguió fue una experiencia difícil de imaginar para quienes solo conocen los bombardeos a través de la televisión: “Cuando estás ahí, suena la alarma y tenés escasos minutos para refugiarte, son emociones muy intensas. Pero, mientras estás en el refugio, la vida sigue. En el que iba yo, había una heladera, una pava eléctrica, un lugarcito para hacer café, un módem para tener internet, hasta un proyector. Veíamos las noticias ahí, charlábamos, no había tensión”, resumió.
Mientras tanto, su familia en Misiones seguía las noticias con angustia: “Sobre todo mi mamá. Hablaba bastante con ella y con mis hermanos para llevarles calma. A veces me decían: ‘Volvete, te necesitamos acá’. Pero mi decisión ya estaba tomada. Estoy en Israel”, dijo.
Fortaleza, a pesar del miedo
Hoy, con el conflicto en una especie de cese del fuego, Matías se encuentra de visita en su provincia natal. Está disfrutando el reencuentro con su familia y pronto viajará a Brasil por unos días, antes de regresar a Israel el 10 de agosto. Para el joven, vivir en Israel es mucho más que un destino geográfico: es un camino espiritual. Y como tal, no está exento de obstáculos. Pero tampoco le falta sentido: “Uno siente que hay algo para uno ahí. Y a pesar del miedo, uno aprende. A veces con dolor, pero también con mucha fortaleza”.








