En una esquina, la única de Aristóbulo del Valle que tiene semáforos, entre motos y autos apurados, Lucía Natalia Cancio trabaja de hacer trucos y malabares. Pero la joven no romantiza su situación: “El contexto económico es duro para todos, pero eso yo no acepto, y no lo voy a hacer nunca, que se menosprecie nuestra labor, por el simple hecho de hacerla en los semáforos”, dijo enfática.
“Es un oficio que cumplimos a diario, con jornadas de seis a ocho horas, como lo haría cualquier otro laburante; pero cuando te ven en el semáforo mucha gente no considera que lo que hacemos sea un trabajo, sino que vamos a pedir limosna. Hay que romper ese estigma”, pidió la muchacha en diálogo con PRIMERA EDICIÓN, quien la conoció por su lucha y su bandera: echar por tierra primero las nociones de sentido común y segundo los prejuicios con los malabaristas de los semáforos.
“Lo que hacemos es trabajo, y pedimos ese reconocimiento ya que es la única forma de hacerle frente al clásico argumento de que solo es ‘trabajo’ lo que genera ingresos estables mensuales”, sostuvo convencida.
Con respecto a ello, Lucía fue clara: “Nosotros vivimos de esto. No será un sueldo fijo, pero si trabajas las horas suficientes y con un compromiso a diario, generas tu salario gracias a tu arte. Es como cualquier otro trabajo ambulante, un chipero por ejemplo: para él no será lo mismo salir a vender dos horas que estar ocho. Nosotros cumplimos esa jornada, entonces lo que es gasto en ropa, pago del alquiler y los servicios… todo sale de lo que hacemos en la calle, mi marido y yo”, aseguró la joven.
Y luego explicó su día laboral: a diario llega temprano hasta el semáforo, después de dejar a sus hijos en la escuela. Arma su puesto con cuidado: extiende sus artesanías sobre una manta, acomoda los atrapasueños que confecciona junto a los collares y pulseras de macramé mientras se prepara para su número de malabares.
Luego, sin micrófono ni escenario, se planta frente a los parabrisas con un diábolo, aros o clavas, y comienza a trabajar.
“Para mucha gente estar en la calle, en un semáforo a la espera de propina, es mendigar. Esto es trabajo digno. Nosotros practicamos, perfeccionamos trucos y a la par hacemos artesanías. No estamos pidiendo por lástima: estamos ofreciendo algo a cambio”, reiteró Lucía, porque, según su experiencia “aunque en Misiones hay aceptación hacia el artista callejero, todavía se necesita romper el estigma de que estamos en las esquinas para pedir”.
“Una comunidad respetuosa”
Actualmente instalada en Aristóbulo del Valle, en la esquina donde tienen de frente a la terminal y al banco, Lucía encontró una comunidad que según ella acepta y valora lo que hacen más que otras.
“Acá, en Aristóbulo, siempre fuimos bien tratados. En otras localidades sí sentimos más discriminación: en Puerto Rico, por ejemplo, la gente es más fría, más cerrada. Acá, un 80% o un 85% de los conductores tiene buena onda, aunque siempre hay alguno que te dice ‘otra vez acá’. Como si uno no tuviera que salir todos los días a ganarse el mango”, señaló.
“Aparte de los malabares hago de todo: pulseras, llaveros, tobilleras, collares (…) Trabajo con hilo encerado, macramé y piedras, muchas autóctonas. Incluso hay clientes que se vuelven habituales y me piden algo específico, y eso está buenísimo porque ya te empiezan a reconocer y a valorar lo que uno sale a hacer todos los días”.





