En el paraje Villa Venecia, ubicado en la localidad de Cerro Corá, Misiones, vive Juan Carlos Furlán, un hombre que lleva 16 años inmerso en un estilo de vida que contrasta con el bullicio de las ciudades. En su lote 44D, junto a sus dos hijos, Camilo de 19 años y Jazmín de 14, Juan Carlos forjó una vida que responde a un fenómeno cada vez más común en Argentina, el éxodo urbano.
Su historia está marcada por una profunda conexión con el campo. Su padre fue parte del éxodo rural de la década del 50, dejando atrás la vida de la ruralidad en la provincia de Entre Ríos y en busca de mejores oportunidades en la ciudad, aunque nunca perdió oportunidad de visitar sus pagos, llevando consigo a su hijo a esas visitas. Fue allí donde Juan Carlos adquiere el afecto por la vida en la naturaleza y el trabajo de campo, aunque tuvieron que pasar más de 30 años hasta que logró retomar esos senderos y al fin tener su propia chacra, bautizada El Ceibalito, nombre homónimo del campo de sus abuelos.
Hoy en día, el espacio de Juan Carlos se convirtió en un centro de experimentación y transferencia de tecnologías agrícolas sustentables. Su trabajo se centra en la asesoría a productores en agroecología y permacultura a lo largo de Latinoamérica. La producción de bioinsumos y la transferencia de tecnologías avanzadas son parte fundamental de su labor, que también incluye la recopilación de conocimientos ancestrales.
En colaboración con el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Misiones, entre otros, Juan Carlos fundó la organización Semillas Soberanas, que es el programa de intercambio de semillas más grande del continente. Además, es uno de los fundadores de la Sociedad Orgánica y del canal de YouTube Orgánica Misiones.
Su trabajo abarca desde asesorar a técnicos en el uso de tecnologías como el polígrafo digital y las plaquetas Arduino, hasta dar charlas y talleres sobre prácticas agrícolas sustentables, bajo la consigna “Volver a la naturaleza es volver a ser humanos”.
A pesar de las dificultades cotidianas mantiene un ritmo de trabajo variado y enriquecedor. En la chacra, no hay lugar para la rutina; cada día es una nueva oportunidad para experimentar, investigar y aprender. La vida en la chacra para él es un constante flujo de sorpresas, desde el mantenimiento de las instalaciones y el cuidado de los animales, hasta los experimentos y ensayos técnicos.
Lo que lo motiva profundamente es el deseo de asegurar un legado para sus hijos y nietos. Su objetivo es que, al final de sus días, sus hijos puedan disfrutar de un planeta mejor, y que sus nietos puedan ver y sentir una selva con árboles que él ayudó a preservar. Su vida y trabajo están dedicados a la sostenibilidad y al cuidado del medio ambiente, reflejando su compromiso con un futuro más verde y saludable.