Allá por 1998, bajo la tímida sombra de jóvenes árboles que se erguían como promesas, nacía también la esperanza de colonos que no temían al trabajo, solo requerían de un espacio que hallaron mediante el entonces intendente de Posadas, Carlos Rovira. Entre ellos, apostando al futuro, estaban Aníbal Toniolo y su esposa Elsa, quienes creyeron en el proyecto, no porque no tuvieran pruebas que sortear, como el camino a recorrer desde el Paraje Santa Rosa, en Gobernador Roca, hasta Posadas, sino que no existían opciones. Había que intentarlo.
“Cuando comenzamos, en la feria de Villa Cabello, fuimos parte de los fundadores, los árboles esos grandes que se ven ahora, eran pequeños, nos poníamos bajo ellos a vender, con lluvia, con sol… el tinglado llegó mucho después. Y ahora siguen nuestros hijos”, recordó Aníbal y, al igual que Elsa, hizo hincapié en que “somos agradecidos de la feria”.
El productor recordó que comenzó mediante el Instituto de Fomento Agropecuario e Industrial (IFAI). “La primera vez, me acercó un vecino hasta Roca, con cuatro cajoncitos, de allí en colectivo, me esperaron en la terminal de Posadas y de ahí me llevaron a Villa Cabello. Un mes fui en colectivo, después empecé a ir con un camión, luego con un micro que puso la Municipalidad, con un camión volcador, era un sufrimiento, frío, calor… Salíamos alrededor de la medianoche, éramos cuatro, luego se fueron sumando productores. Muchos años fuimos así, hasta que en 2006 pude comprar una camioneta, entonces viajábamos nosotros”.
“Antes de la feria fueron tiempos duros, era una época en la que no había otras posibilidades, eran changas nada más”, reconoció Elsa y añadió que “gracias a la feria pudimos hacer estudiar a nuestros hijos, los siete, cinco varones y dos nenas, incluso algunos de ellos hoy también se dedican a la producción y se ocupan de la mesa en la feria de Villa Cabello, porque algunos problemas de salud obligaron a Aníbal a dejar un poco en sus manos el trabajo que implica sembrar, trasplantar, cuidar de los invernaderos, estar atentos al riego, al frío…
En los almácigos no faltan lechugas (tienen de varias clases), acelga, cebollita, perejil, algo de zanahoria, pero las estrellas de los últimos días fueron los morrones.
Rojos, carnosos, rebosantes de aroma… características que solo una producción alejada completamente de cualquier fertilizante químico es capaz de permitir.
Por supuesto no es nada sencillo, llegar a estos resultados obligó a estar pendientes cada día, sobre todo cuando el frío se tornó más amenazante. Entonces fue necesario encender el sistema de calefacción, que consiste en un horno de ladrillo, que se calienta con brasas, nunca fuego, porque el humo mataría a las plantas, especialmente durante la madrugada, cuando más desciende la temperatura.
Como muchos productores, Aníbal y Elsa optaron por trabajar solo parte de sus tierras, conservando el monte nativo donde fue posible. El matrimonio reconoció que “todo cuesta, es mucho trabajo el de la chacra, pero también hay tranquilidad, aquí la vida y el trabajo realmente se disfrutan”.
Mirando el pasado, los primeros años como pareja, tiempos en los que las posibilidades eran escasas y era difícil proyectar un futuro, con evidente emoción en el rostro, Elsa reflexionó: “Estoy feliz con mi vida, tengo la familia que soñé”.
“Fuimos parte de los fundadores de la feria de Villa Cabello, ahora siguen nuestros hijos”.