Eduardo Vázquez vivió una vida marcada por el trabajo duro y la adaptación constante a los desafíos económicos y ambientales de su región. Originario de Puerto Libertad, comenzó su carrera como motosierrista, trabajando durante 15 años en el sector forestal, inicialmente como personal de un contratista que estaba asociado con Arauco, una gran empresa del sector. Sin embargo, la estabilidad de su trabajo se vio amenazada cuando la empresa adquirió todas las máquinas y despidió a numerosos contratistas.
Esta transición afectó a miles de personas en toda la provincia, especialmente en localidades como Esperanza, Wanda y Libertad. Con su sustento en riesgo, Eduardo decidió trasladarse temporalmente a Corrientes para seguir trabajando en su campo de especialización, la motosierra.
La separación de su familia debido a la distancia y la creciente dificultad económica llevaron a Eduardo y su esposa a tomar una decisión crucial: cambiar su estilo de vida y mudarse a una pequeña parcela de tierra en su comunidad natal. Sin embargo, poco después de instalarse, recibieron una intimación de desalojo de parte de Alto Paraná, propiedad de Arauco.
Ante esta adversidad, Eduardo y su familia se unieron a varias organizaciones locales, como la cooperativa de Ruta 20, la CCTA de Ruta 17 Pozo Azul entre otras organizaciones sociales del sector, para luchar contra la poderosa influencia empresarial y defender su derecho a permanecer en la tierra que ahora llamaban hogar.
Esta experiencia transformadora marcó un punto de inflexión en la vida de Eduardo, quien decidió dejar atrás su carrera en el sector forestal para convertirse en agricultor, siguiendo los pasos de su padre y hermanos, quienes también habían trabajado anteriormente en Arauco.
El cambio no solo representó una nueva forma de ganarse la vida, sino también una oportunidad para brindar a sus hijos un entorno más seguro y saludable. Motivado por el bienestar de su familia y el deseo de independencia económica, se dedicó por completo a la agroecología produciendo alimentos que venden en Puerto Libertad e Iguazú.
Actualmente, cultiva tomate, morrón, lechuga y mandioca, así como también frutas destinadas a la producción de mermeladas y pickles.
Para producir excelentes frutas y verduras utiliza sus propios abonos orgánicos, “hemos visto una mejora notable en la salud de nuestras plantas y en la calidad de nuestros productos, desde que comenzamos a usar nuestro abono”, enfatizó.
En este sentido, indicó que cada tipo de cultivo tiene su propio bioinsumo, lo que le permite adaptarse a las necesidades específicas de cada planta.
“Creamos fórmulas específicas para cada tipo de cultivo, lo que resultó en vegetales más sabrosos y duraderos”, explicó. No obstante, un dato para nada menor es que también elabora sus propios bioinsecticidas, que implementó con éxito desde hace algunos años. Esto permitió que cada una de sus plantaciones no corran riesgo por insectos y plagas.
Este ecosistema sustentable tuvo tal impacto que hasta notó una mayor población de animales alrededor de la chacra. Desde que no utiliza químicos tóxicos, “es impresionante la diversidad de especies que ahora existen en mi chacra”, contó.
“Hemos aprendido a ser autosuficientes. Producimos nuestro propio alimento y vendemos el excedente tanto en el mercado local como en los momentos de alta demanda turística en Puerto Iguazú”, compartió Eduardo.
A pesar de los desafíos, encontró satisfacción y estabilidad en su nueva vocación, destacando la importancia de mantenerse conectado con la tierra y sus raíces familiares.
Recientemente, Eduardo obtuvo su sello agroecológico, perteneciente al Sistema de Certificación Participativa (SCP). Este certificado, emitido por la Secretaría de Estado de Agricultura Familiar de Misiones, reconoce a las chacras que completan la transición a la agroecología.
“Obtener el sello es un logro para mí, ya que no solo nos da un respaldo formal, sino que también agrega valor a nuestros productos a comercializar “, contrastó. Así, los consumidores pueden confiar en que compran productos realmente agroecológicos, cultivados de manera sostenible y respetuosa con el ambiente.
Con su compromiso con la agroecología y la innovación en el uso de bioinsumos, mejoró su producción y sentó un precedente inspirador para otros productores de la región. Estas prácticas demuestran que es posible cultivar de manera sostenible y saludable sin sacrificar la calidad ni la rentabilidad.
La historia de Eduardo Vázquez no solo es un testimonio de resiliencia y adaptación, sino también un recordatorio de la importancia de buscar métodos de cultivo sostenibles y saludables que no solo beneficien a la familia Vázquez, sino también a su comunidad y al medio ambiente en general.