En una chacra llamada “Agua Escondida”, situada en General Alvear, se teje una historia de vida que combina pasión por la naturaleza, emprendimiento y una profunda conexión con la tierra.
Todo comenzó hace doce años cuando Eduardo, propietario de la chacra, decidió abandonar el bullicio citadino de Buenos Aires después de terminar sus estudios en gastronomía. Buscaba un estilo de vida más integrado con la naturaleza y más sostenible, alejado de la vorágine urbana. Así fue como encontró en General Alvear el lugar perfecto para establecerse y conectar con la naturaleza, un cambio que dio inicio a su nueva vida en la región.
La chacra, abandonada por años, se convirtió en un proyecto de vida para Eduardo y, posteriormente, para Agustina, a quien -aunque provenía de una formación en artes plásticas en Oberá– el destino la llevó a involucrarse en la cocina, donde alcanzó roles destacados como jefa en diferentes eventos y servicios de catering. Y así, en la cocina de la Casa Paraguaya, conoció a Eduardo, marcando el comienzo de una relación que no solo unió sus vidas, sino que también integró sus habilidades culinarias con los ideales de agricultura sostenible y manejo ecológico que Eduardo fomentaba.
Agustina creció en Posadas y desde niña estuvo acostumbrada a los relatos de la vida rural a través de su madre, quien trabajó en una chacra de Aristóbulo del Valle, así que vivir en “Agua Escondida” fue un retorno a sus raíces y una oportunidad para aplicar sus conocimientos artísticos y culinarios en un entorno más natural.
A pesar de las dudas iniciales sobre cómo adaptaría su formación en artes plásticas en un entorno rural, el cambio de perspectiva hacia un estilo de vida más sustentable y consciente durante la pandemia reforzó su decisión de quedarse en la chacra, donde la vida no estuvo libre de dificultades.
Se enfrentaron a desafíos como el clima impredecible, la economía fluctuante y problemas de seguridad debido a robos. Sin embargo, perseveraron, diversificando sus actividades desde la producción de yerba mate hasta la apicultura y la producción de conservas y dulces con frutos nativos.
Aunque inicialmente vendían sus productos principalmente a través de redes sociales y ferias locales, están avanzando hacia la formalización de su marca para acceder a mercados más amplios y estables.
Actualmente, la joven pareja se enfoca en avanzar con el registro de su marca para poder abordar ventas y propuestas más formales. “Queremos llevar nuestros productos a almacenes y otros mercados, asegurando la trazabilidad de lo que ofrecemos. Contamos con una amplia red de familiares y amigos en otras provincias y Buenos Aires, donde hay una alta demanda de nuestros productos”, aseguran.
Mientras se formaliza su marca, participan activamente en ferias locales y eventos culturales, tanto institucionales como comunitarios, aprovechando cada oportunidad para exponer y dar a conocer sus productos.
En estas ferias, la degustación es una estrategia clave, especialmente para productos nuevos como los dulces que Agustina y Eduardo elaboran con frutos nativos poco conocidos localmente.
A través de sus actividades, no solo promocionan sus productos, sino que también comparten conocimientos e información, despertando un creciente interés en la educación ambiental y en cómo contribuir con las comunidades mediante la transferencia de conocimientos y experiencias.
Asimismo, organizan capacitaciones, incluidos talleres de cocina en eventos culturales, facilitando encuentros entre la comunidad urbana y rural y promoviendo un mayor entendimiento y aprecio por la vida rural.
“Nuestro objetivo es revalorizar las prácticas rurales y mostrar que vivir en la chacra puede ser una opción viable, desafiando la percepción convencional de que el éxito radica solo en las grandes ciudades, además de fomentar la conexión entre la comunidad urbana y rural”, dijo Agustina.
“Al comprometernos, construimos un sentido de conciencia ecológica y social, una perspectiva compartida también por mis colegas dentro del grupo de productores con quienes trabajo”.
A medida que avanzan, planean habilitar salas de elaboración comunitaria y fortalecer su participación en iniciativas colectivas con otros productores locales.
Reconocen que su éxito no solo se mide en términos económicos, sino en el impacto positivo que generan en su comunidad y en el medio ambiente. Esta convicción los impulsa a seguir adelante, enfrentando cada desafío como una oportunidad para crecer y aprender, siempre con el compromiso de contribuir a un mundo más justo y sostenible para las generaciones futuras.
Finalmente, Agustina remarcó su motivación por el trabajo que eligió junto a su pareja. “Al comprometernos, construimos un sentido de conciencia ecológica y social, una perspectiva compartida también por mis colegas dentro del grupo de productores con quienes trabajo”.