San Juan Bautista, el único Santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento, vivió en el siglo I. Su padre Zacarías era un sacerdote judío casado con Santa Isabel, con quien no tenían hijos porque ella era estéril. Sin embargo, siendo ya viejos, se le apareció un ángel a Zacarías y le dijo “No tengas miedo, pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor”.
Siguiendo esa vocación profética, Juan se retiró desde muy joven al desierto, en donde llevó una vida de gran austeridad y entregada a la oración. A los 30 años, se fue a la ribera del Jordán para predicar un bautismo de penitencia.
Juan todavía no conocía a Jesús, pero inspirado por el Espíritu Santo predicaba: “Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar las correas de sus sandalias”. Finalmente, pese a muchos reparos y a pedido de Jesús, terminó bautizándolo.
Fue preso por cuestionar al rey Herodes cuando éste se casó con Herodías, la esposa de su hermano Filipo. Durante un banquete de cumpleaños del monarca, la hija de Herodías realizó un baile que tanto gustó a Herodes que le prometió darle lo que quisiera. La joven pidió la cabeza de Juan el Bautista y fue así que el primo de Jesús fue decapitado y su cabeza entregada en una bandeja.
Juan el Bautista dio testimonio con su vida y con su muerte de que sin la penitencia y la genuina conversión no es posible creer en Jesús, El Hijo de Dios.