“Recorriendo las páginas” de la Biblia, resulta llamativo y muy maravilloso ver cómo Dios se dio a conocer a la humanidad con un mensaje de amor particularmente rico y expresado de una manera tan amplia y variada.
Utilizó proverbios, analogías, parábolas, acciones vinculadas a cuestiones culturales, entre otras formas, todo con el fin de expresar ese “mensaje de amor” sin acepción de personas y con un “apasionante” nivel de profundidad al que todo el que quiere tiene acceso, porque una vez que se accede, se activa la fe. Es entonces que se genera la oportunidad de la comunión con Dios, además de la oración, en el sentido figurado de “nutrir” nuestras vidas con ese mensaje como alimento espiritual.
En los relatos de los cuatro evangelios vemos a Jesús enseñando a las multitudes y a sus discípulos usando todos los recursos mencionados, llevando el mensaje de amor de Dios desde lo más sencillo a lo más profundo, conforme al nivel de madurez espiritual de las personas que lo escuchaban en distintos y muy variados lugares.
Es muy importante contextualizar que en tiempo real ese mensaje a enseñar y compartir sería puesto al alcance de tan diferentes grupos de personas y en un momento histórico de la humanidad en el que el “saber y el conocimiento” prácticamente no admitía una “arista” de vinculación con lo espiritual, sin pasar por lo netamente “religioso”, lo cual era en sí mismo sectario y hasta discriminatorio.
Es de fundamental relevancia el hecho de que en Génesis, el primer libro de la Biblia, podemos leer que luego de los detalles del proceso de la “creación” de todo lo natural, Dios crea al hombre (dice literalmente “varón y hembra los creo”), pero luego hay una aparente contradicción porque leemos: “No es bueno que el hombre esté solo” y Dios de Adán hizo a Eva. He allí que no se trata de una contradicción, sino un maravilloso “misterio”… Eva estaba en Adán.
Luego leemos la expresión de Adán cuando Dios la trajo a Eva, él declaró: “Esta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne, por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y ambos serán una sola carne”. Podemos decir que se trató de “la primera boda de la historia de la humanidad”.
Luego, en Apocalipsis, el último libro de la Biblia, encontramos las “bodas del cordero” en las que se refiere a la boda de Jesucristo con la iglesia (me permito esta expresión ¡Ufff!).
¡Qué cosa tan maravillosa! Evidentemente, es relevante que el mensaje de amor de Dios comience con una boda y termine con otra. Estimado lector, hoy quiero invitarte a adentrarnos en cuestiones culturales de la época para entender más sobre el tema.
Justo en la transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento aparece un hombre bastante especial, se trata de Juan “el bautista”.
En un momento declara algo “clave”, una expresión que prácticamente carece de sentido si intentamos abstraerlo a nuestra cultura. Él declaró: “El que tiene la esposa es el esposo, más el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido”.
Si vamos a la cultura hebrea de la época lo entenderemos mejor, ya que, dentro de esa cultura, era costumbre que el primer paso para comenzar una futura boda era elegir un “amigo” de la familia que sería el enviado a la casa de la escogida novia para “anunciarle el deseo del futuro novio de unirse en matrimonio”.
Ese amigo trataba las dotes con el padre de la novia y si se lograba un acuerdo prenupcial se alegraba y gozaba mucho llevando la noticia a la casa del novio.
Entonces los novios se comprometían y, luego de doce meses, se realizaba la boda que consistía en que el novio iba a buscar a la novia con toda su familia. Cada uno llevaba una lámpara encendida en sus manos (nadie podía participar de la procesión nupcial sin ella) llegaban a la casa de la novia y ambas familias se desplazaban, cada uno con sus lámparas encendidas, hasta la casa del novio, donde se realizaba la boda y la fiesta.
Por lo general, el amigo del esposo se ponía de pie en medio de la cena y declaraba palabras de bendición sobre los novios, concertando así un verdadero pacto nupcial delante de Dios.
Ahora, volviendo a la declaración de Juan el bautista, si la ponemos dentro de esa costumbre y ubicamos su rol bíblicamente, nos damos cuenta de que venía como “amigo”, como “enviado” de Dios a expresar el amor y deseo nupcial de Jesucristo con su amada novia, “la iglesia”.
Es tan maravilloso esto y profundo que realmente merece toda nuestra atención, porque si bien es cierto que hemos mencionado los términos (cultura y costumbres), en realidad Juan el bautista declaró una profecía (algo de cumplimiento futuro) en un lenguaje que todos podían entender porque precisamente vivían esas “costumbres” como algo cotidiano.
Estimado lector, no sé qué sensación produce en tu interior cuando se habla de una boda. Tal vez no conocías estos detalles que mencioné, pero el mensaje es más profundo aún.
Así como nadie podía participar de la procesión prenupcial y de la boda si no tenía una lámpara encendida en sus manos, en esta “propuesta divina” de amor eterno de Jesucristo a la cual refiere Juan el bautista, es necesario “encender nuestras lámparas” para poder ser parte
¿Cómo es eso? Es hermoso y parte del mensaje de amor para todos nosotros. En primer lugar, corresponder a esa propuesta de Jesucristo implica “abrir tu corazón” para que su Espíritu Santo pueda ser como esa lámpara que encienda tu vida interior y vaya revelándote el amor de Jesús. Todo lo que hizo y hace por amor eterno a su “novia”, la iglesia (aquellos que le corresponden y se preparan “comprometidos con Él” hasta el día que Él venga a buscarlos para “las bodas del cordero”).
La vida cambia profundamente cuando decidimos corresponder al amor del Señor y prepararnos comprometidos con Él para ese momento tan especial y anhelado de pasar a la eternidad en su presencia.