Nacido como Héctor Roberto Chavero el 31 de enero de 1908 en Campo de la Cruz, en la bonaerense Pergamino, la proyección de Atahualpa Yupanqui trascendería al mundo como el narrador que fue, estudioso del hombre y de su relación con la tierra, a través de composiciones que a 90 años de su nacimiento mantienen intacta su vigencia.
Del matrimonio entre un aborigen y una mujer vasca nació este hombre cuyo nombre artístico surgió de Atahualpa, el último soberano inca, y del término “yupanqui”, que en el lenguaje del Ande significa “narrarás“.
Los 84 años de existencia de Atahualpa (quien murió en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992) dejaron un legado de 1.200 composiciones, frutos de un artista que conformó su identidad en trabajos como minero, corrector de diarios, peón de las salinas, obrero de la zafra o arriero a lomo de mula.
Su primera pieza fue “Camino del indio”, escrita a los 19 años. “Los ejes de mi carreta”, “Zamba del grillo”, “Milonga del peón de campo”, “Luna tucumana”, “La añera” y “La pobrecita” están entre sus obras más conocidas, muchas de autoría compartida con Pablo del Cerro, seudónimo de su esposa franco-canadiense Nenette.
El permanente desvelo de Yupanqui por la relación entre el hombre -parte del paisaje- y el paisaje -que se hace carne en el hombre- tiñó toda su producción musical y literaria.
También supo ser militante de izquierda, hecho del que dan cuenta sus aguafuertes en “Orientación”, el periódico del Partido Comunista.
A pesar de sus constantes alejamientos de la patria, Yupanqui siempre se consideró habitante de su país. Decía: “Yo trabajo en Europa y vivo en Argentina”, y alternaba su estadía tres meses acá y dos allá. donde se lo consideraba el portador del mensaje universal de la América joven.
Su casa en Cerro Colorado, en el norte cordobés, a la que consideraba su “oratorio del silencio”, constituye ahora una especie de museo y es otro de los pilares de su historia que puede ser conocido.
Estudioso del hombre argentino, los intentos de restringirlo a un lugar de cantor popular no prosperaron entre las generaciones de más edad. Pero la casi desaparición de su legado escrito, por la no reedición de obras como “El canto del viento” o “Cerro Bayo”, impide su descubrimiento por los más jóvenes.
La obra literaria que completó el trabajo musical de Atahualpa aportó títulos como “Guitarra”, “Piedra sola”, “Aires indios” o “Del algarrobo al cerezo”.
Salvo una publicación de los versos de su poema testimonial “El payador perseguido” y de su último libro “La capataza”, editado dos meses antes de su muerte, prácticamente nada se encuentra en librerías, ni aun en las casas especializadas del ramo.
“De la tierra nos llega la memoria de las palabras, la seriedad de las razones”, dice en “La Capataza”, el libro que se constituyó en su involuntaria despedida.