Por: María Elena Zuza (*)
El tiempo transcurre, comienza cada mañana o cada noche. No sé, ya estoy perdida en la espera de que ocurra algo diferente y no pasa nada.
Hoy, el concepto que parece más acertado es: vivir el presente y, el presente es ahora; por ejemplo: en este preciso instante en que escribo…, y no pasa nada, porque escribo, pero qué ocurre cuando dejo de escribir -pensaba Bianca, segundos previos a la pausa-. Pasa el tiempo, es casi Navidad. Por eso es tan importante recordar -volvió a pensar.
Bajó la tapa de la notebook, bostezó y liberó estrés. Estiró los brazos hacia arriba, elongó la columna, inspiró una gorda bocanada de calma con la que hilvanó las células del cuerpo. Así, plagiando a una puntiaguda montaña juntó las manos y prolongó un poquito más sus límites físicos.
Necesitaba llegar al cielo, moldear su destino, mirar desde arriba los nubarrones en tránsito y verlos flotar muy bajo hasta perderse en el silencio de la ciudad en cuarentena. Desde esa equilibrada postura de yoga “Tadasana, samasthiti” volvió a respirar, bajó las manos a manera de oración.
En un Om vibraron sus pulmones, también sus estructuras e ideas; acercó las manos a sus labios y musitó: Ay, Diosito voy a pedirte un regalo de Navidad, pero es tan difícil… que quizás, ni vos -el que todo lo puede- podrías. Entiendo si no te sale. Ya sé que perdí el lujo del tiempo…, o lo gané, ¿quién sabe? Seguro imaginás mi deseo, vos lo sabés todo. Mejor no pido nada. Gracias igual, amigo.
Soltó los brazos que cayeron inertes, como caen las gotas de agua en cascada desde los cerros sobre el monte misionero -libres en el aire se balancean, se desarman y salpican frescura-. Al desequilibrar la aguda montaña que representaba su pequeño cuerpo, trastabilló y cayó de rodillas.
Apoyó la cabeza en el suelo, cerró los ojos; volvió a los suburbios de su mente: si alguna vez negué la vida, solo fue porque tuve miedo. ¿Qué mamá habrá elegido, quién le contó cuentos, quién abriga sus días…quién, quién, quién…? ¿Quién me convenció de que no tuviera un niño? ¿Quién dijo que el éxito profesional es incompatible con una familia? Cobarde, solo fui una cobarde. A nadie puedo culpar de mi distracción y mis tantas excusas. Se durmió sollozando.
Bianca vivía hacía años en Verona -una ciudad medieval del norte de Italia- famosa por ser escenario de la comedia “Romeo y Julieta”. Durante todo el año la ciudad vivía de fiestas. La Navidad era otra ocasión para reunirse y degustar platos típicos, vinos veroneses y el Pandoro.
El entorno familiar la acercaba a las siestas en el patio de su casa, en Candelaria, trepada a un árbol, dándole lengüetazos a sus brazos para evitar que el jugo de un hilachoso mango sobrepasara los codos y enchastrara la ropa; deleite que solo se disfrutaba bajo el cielo misionero -las copas de los árboles-.
En la piel guardaba las cosquillas y en los oídos la risa compartida con su papá, cuando él con un cepillo intentaba blanquear sus pies teñidos de tierra colorada imposible de despegar.
A veces, se volvía a ver parada en el tronco de la cañafístola que asomaba como balcón al río, lista para saltar a las aguas del río Paraná. Si se despertaba alegre, seguramente había soñado con sus papis plagueando al verla regresar de una bicicleteada hecha hasta la comunidad “Urundaity” de Profundidad, valía el reto pasar la siesta jugando con amigos mbya -con ellos aprendía cosas divertidas-.
Algún otro sueño traía a los nonos cuando encubrían salvajadas inocentes de las chicas o, aparecía tía Fecunda amamantando una gurisita más. Con los años comprendió la relación kármica y no casual que existía entre el nombre de la tía y las hijas que trajo como ofrenda a Candelaria.
Las imágenes imborrables de la familia eran el puntal en el que se apoyaba. En este tiempo quería tenerlos más cerca y tan solo podía encargar a un discípulo de la escuela impresionista que, de algunas fotos, plasme en acuarelas la compañía ansiada de una chica moderna, que ahora vivía atrapada en soledad. La pinacoteca familiar se unió a la “Sagrada familia” y a “la familia Botero”.
Bianca -museóloga y crítica de arte- viajaba permanentemente a espacios de arte en representación del “Museo Arena Ópera”, de Verona. Gozaba de prestigio y de encantadoras amistades con quienes compartía eventos deslumbrantes sin horario. Con su ajustada agenda únicamente podía volver a Misiones en diciembre o en ocasiones especiales.
El Arena Ópera a causa de la pandemia permanecía cerrado; trabajo y vida social se ayornaron a la virtualidad. Era al concluir las reuniones cuando Bianca padecía la abrumadora distancia. No sabía si podría volver a su casa.
La ocasión especial se presentó con la devastadora noticia de la partida de su padre, despedida a la que ella no pudo asistir; el consulado no extendió el permiso de vuelo. Urgía abrazar a su mamá, matear con sus primas y consentir a la prole.
Sonó el celular, la campanilla la despertó y atendió: Chi parla? Hola, habla Patricia, asistente de la Embajada Argentina en Roma. Buenos días. ¡Oh, claro, sí! ¡Buenos días! -dijo corriendo la cortina del ventanal para confirmar que era de día- ¿alguna noticia? Sí, su permiso de viaje a la Argentina fue aprobado.
El vuelo de Aerolíneas Argentinas parte el 10 de octubre a las 23.45 h, es decir: mañana. Enviamos un correo a su casilla y necesitamos su confirmación urgente. ¡Bien, que bien, disculpe! En un momento chequeo el correo y envió la respuesta. Tomaré el vuelo. ¡Gracias!
Miró a su alrededor descreída del diálogo del que acaba de participar. Saltó de alegría al descubrir que no era un sueño. Los personajes familiares asomados a los marcos de los cuadros compartían el entusiasmo. Confirmó el viaje, habló al museo y se despidió hasta pronto.
Llamó a su madre; Sofía al atender sintió la voz jubilosa de su hija: Mamma, ci vediamo a casa domenica! Viajo, viejita. Viaaajo. Atónita respondió: Cara figlia, voglio abbracciarti!
Los primeros días transcurrieron entre reencuentros, abrazos, mates y mandarinas. Una mañana tomó la bicicleta y pedaleó hasta la comunidad Urundaity, quería reencontrarse con la infancia y visitar la escuela que fundó su mamá; su prima Mercedes ocupaba el cargo de directora -se había casado con el profesor de lengua de la escuela, él pertenecía a la comunidad mbyá guaraní- trabajaban juntos con gran esfuerzo a fin de obtener la beca para un proyecto de integración cultural.
Bianca dispuesta a colaborar: revisó el programa, logró entusiasmar a un viejo amigo artista plástico, que se unió al desafío, con la excelente idea de dar clases en la aldea bajo el fresco de los árboles de mangos. Fue así que, alumnos citadinos y jóvenes mbya plasmaron la serie pictórica:
“Mitología del monte”. Algunos dejaron sus huellas de tierra colorada grabadas en el corazón y un lazo de amistad pintado en la memoria. Bianca organizó un concurso, el premio sorpresa se anunciaría en Navidad.
Al principio se miraban recelosos. Mercedes y su esposo -maestros en el arte de socializar- les propusieron pintar un mural en la pared de la escuela. La invitación les encantó, todos participaron de la obra y fueron conociéndose.
Al aire libre intercambiaron culturas, cachadas, discusiones y saberes -ya nadie se pichaba– jóvenes mbya se deleitaron con los pinceles y las tintas, prestaron mucha atención cuando los posadeños contaron historias de viajes al mar -ellos no lo conocían- mientras que adolescentes urbanos aprendieron a escuchar los sonidos que trae el monte, el valor de la palabra dada, algo de herboristería y la importancia de las fases lunares.
Juntos treparon a los árboles, jugaron a la pelota y tomaron tereré de yuyos y agua cristalina del arroyo. Las clases de arte llegaron a su fin. Alrededor de un fogón, la noche de luna nueva, presentaron sus obras y se despidieron.
Sin descuidar la virtualidad laboral del museo de Verona, Bianca analizó minuciosamente las obras de arte. Se acercaba Navidad, extrañaba a su padre, la sensibilidad jugaba en su contra y resultaba difícil encontrar un solo ganador. Una siesta Sofía la interrumpió: Abbiamo un vinccitore? Nessuna Mamma é difficile.
Vi porto tutti al museo. Oh, buona idea figlia! Les vendría bien a todos una buena noticia. Qué succede, mamma? Bianca, es que, aunque todos tratamos de poner buena cara, ayudarnos unos a otros, en este momento lejos de pensar en regalos y menús de Nochebuena, necesitamos saber si podremos juntarnos a celebrar, sin riesgos de caer en una fiesta clandestina.
Como nosotros, muchos han perdido algún familiar o están con dificultades económicas. Únicamente la ilusión de compartir la Navidad nos da esperanzas. Al oír a su madre entristecida, se le ocurrió organizar una juntada a cielo abierto en la comunidad, dar el veredicto del certamen y celebrar allí Nochebuena. El aire misionero lo permitía.
Artesanías guaraníes pintadas con tintas naturales hechas con plantas, flores y tierra decoraron un pino limón para la celebración; bajo la conífera engalanada, ese atardecer, dieron vida al pesebre. Algunos acercaron sus animales: una vaca, un potrillo, un par de ovejas.
Vistieron a José y María, dejaron al bebé mbyá dormido en el moisés, lo cubrieron con una sábana y algunas flores.
Eran las 11.55 pm del 24 de diciembre, en una noche de celebración diferente a todas las vividas; con el alboroto de brindis y saludos no se dieron cuenta de que el Niño se despertó y bajó del moisés improvisado. En silencio, el pequeño gateó hasta donde estaba sentada Bianca; apoyó sus manitos sobre sus piernas y mirándola a la cara le dijo: ¡Upa, upa, ma!.
Ella sorprendida y feliz al verlo lo alzó, lo besó y dio gracias a Dios por haber cumplido su pedido “Señor, quiero estar con mi familia, tener un niño en mis brazos y amarlo como si fuera mío”.