Para los chicos de hoy es solo un sello, una firma con letra cursiva que tiene cierto parentesco con la de una gaseosa tan famosa como lo sigue siendo él, Walt Disney, que hace 58 años entraba en la mitología estadounidense como el creador del Ratón Mickey, de un sinfín de personajes y de un verdadero imperio que no tiene fronteras.
Walt Disney fue, por su inventiva, pero a su manera, heredero directo de Thomas Alva Edison, y como aquel, gestor de un engranaje de relojería, un creativo brillante pero a la vez, y como buen emprendedor de su tierra, un explotador a ultranza de cada derecho de autor, de cada pequeño o gran logro, algo que lo ayudó a construir en más o menos medio siglo un emporio del entretenimiento.
El 15 de diciembre de 1966, cuando tenía 65 años, murió en Burbank, California, y cuenta una leyenda urbana que entre las disposiciones que había dejado, en vistas a que sabía que su destino estaba diagnosticado por la ciencia, que su cuerpo fuera prolijamente congelado para que en el futuro pueda ser resucitado y sanado mediante alguna técnica aún no descubierta.
En 1966 Disney recibió la noticia de que tenía un cáncer en el pulmón izquierdo cuya metástasis ya estaba dando signos de haber irrumpido, vía sistema nervioso, en el cerebro, y pocos meses después, cuando ya todo era irremediable, habría sufrido un paro cardíaco o -cuenta la leyenda- sometido a un proceso de congelamiento -con vida o ya sin ella- en la fecha que finalmente quedó como la de su deceso.
Nacido en Chicago, Illinois, el 5 de diciembre de 1901 , hijo de granjeros de origen irlandés que en 1909 se vieron movidos por situaciones adversas (como el tifus de su padre) a Kansas City, donde tuvo que trabajar como canillita y así ayudar a su familia, hasta que la vida le dio la posibilidad de volver a Chicago donde retomó sus estudios e incorporó los de arte.
A los 15 años, Walt seguía vendiendo diarios y baratijas en trenes; el gran salto ocurriría gracias a su habilidad para dibujar en el diario escolar, todavía adolescente, durante la Primera Guerra Mundial, cuando a pesar de ser menor logró alistarse para el combate pero llegó a Alemania justo en el momento del armisticio. No obstante se quedó y buscó una alternativa a su necesidad de servir al mundo libre.
En Francia manejó ambulancias, cayó en el vicio del cigarrillo, regresó a Kansas y comenzó a diseñar avisos para una agencia de publicidad y se unió a Ub Iwerks, con quien fundó su primera empresa condenada al fracaso, trabajó para otros y volvió a insistir con la independencia produciendo cortos según cuentos clásicos.
Tras fracasar con una versión de “Alicia en el país de las maravillas”, partió a California. Finalmente asociado con su hermano Roy, produjo filmes con actores combinados con animaciones, y en 1927 tras respaldar a Iwerks en el conejo Oswald, la Universal le hace una mala jugada, pierde el copyright y junto a su socio crea el ratón Mortimer que más tarde se conocería como Mickey.
La respuesta internacional fue más allá del ratón, y en 1937 presentó “Blancanieves y los siete enanitos”, que costó un millón y medio de dólares y solo entonces recaudó más de 8 millones, unos 100 millones actuales, a la que siguieron otras obras maestras como “Pinocho” y en especial “Fantasía”.
El crecimiento logrado por Disney con la irrupción del cine sonoro fue exponencial, pero no se dio una correspondencia entre aquel éxito y la autoría, en verdad compartida, de esos logros y obviamente una participación de las ganancias más sustancial con sus empleados, por lo que surgieron los primeros conflictos gremiales desatados por su inflexibilidad a la hora de negociar salarios, mucho menos utilidades.
Estos sucesivos choques, retrocesos, y vuelta a los conflictos, incluida una huelga de dos meses en 1941 que atribuyó a una campaña comunista en su contra, deterioraron la imagen de la empresa en su conjunto, y expusieron a Disney a recibir numerosas críticas, que siempre trató de esquivar con anuncios o pirotecnias del más diverso cuño, incluso las de color político, que resurgirían una década después.
Después del estreno de “Dumbo”, la Segunda Guerra Mundial sorprende a Disney en el que podría haber sido su mejor momento, y aprovechando aquella capacidad ociosa, armó una verdadera maquinaria propagandística, que llega a producir cortos de animación que vistos hoy provocan escalofríos por la oscuridad de sus contenidos bélicos, algunos jocosos otros no, con personajes muchas veces siniestros.
En 1942 y con Europa todavía bajo conflicto, apuesta por América latina al producir “Saludos amigos”, y al finalizar la contienda, “Los tres caballeros”, “Canción del Sur” así como versiones de “La leyenda del jinete sin cabeza” y “El viento en los sauces”, que no obstante su maestría en el arte de la animación, por su oscuridad no lograron alcanzar las expectativas.
Al finalizar la década del 40 y tras “Bambi”, Disney comienza a apostar por filmes con actores y series para TV, como “La isla del tesoro”, además de “La Cenicienta”, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Peter Pan”, y volvió a la carga con la idea de levantar un enorme parque de diversiones temático con sus personajes en Anaheim, que fue posible con la reconstrucción de posguerra, que cambió los consumos del público infantil y de sus padres, que se inauguraría en 1955 como Disneylandia.
Durante el macarthismo, Disney colaboró en los procesos anticomunistas, denunciando a integrantes de sus planteles, y al ver reducidos sus colaboradores permanentes, en 1956 dejó de hacer cortometrajes animados, pero no así ocasionales largos, como “La noche de las narices frías”, “101 dálmatas”, “La bella durmiente”, “La espada en la piedra”, y en 1964 la versión cantada y bailada de “Mary Poppins”, mezcla de actores de carne y hueso con animaciones, y de paso anunció la construcción de Disneyworld.
Muerto Disney, en 1972 los ensayistas Ariel Dorfman y Armand Mattelart escribieron “Para leer al Pato Donald” en el que plantean la hipótesis marxista de que la historias de Mickey, Donald y su tío rico, o de Pluto, no solo serían un reflejo de la ideología de la clase dominante sino que, además, cómplices activos y conscientes de la tarea de su difusión.
Sea de la forma que sea, Disney fue dueño de un talento insuperable, de una capacidad única para armar equipos de trabajo, un hábil generador de negocios y nuevos emprendimientos, que los apuntes críticos acerca de su postura en momentos políticos conflictivos, no lograron opacar.
Para el universo del marketing, Disney no murió, dejó de ser Walt para convertirse en una marca registrada, la que llevan todo tipo de producciones audiovisuales para los formatos que existen o existirán, todo tipo de plataformas, productos y negocios siempre a lo grande. Sin embargo para varias generaciones fue, y lo seguirá siendo, parte de la memoria.
Fuente: agencia de noticias Télam