Vamos caminando por las calles, ensimismados, preocupados con cosas por hacer, con trabajo, relaciones. Levantamos los ojos, alguien nos sonríe y sentimos necesidad de retribuir esa sonrisa. En apenas una fracción de segundo dejamos de lado la preocupación, enderezamos, aflojamos un poco más el cuerpo, sintiendo que todo acabará bien. Sí, una sonrisa verdadera tiene un poder infinito.
Cuando sonreímos para alguien, hacemos que esa persona se sienta mejor consigo misma.
Cuando sonreímos a nuestras plantas y flores, ellas sienten esa amorosidad; esa energía hace que crezcan.
Pasa también con las mascotas. Las he tenido y he sentido la alegría que les provoca una palabra, caricia; también responden con agresividad a actitudes desagradables. Lo mismo pasa con nosotros si maltratamos a un semejante o a quien amamos; ellos estarán a la defensiva.
Una verdadera sonrisa es una señal de amor, es un transmisor energético que tiene un calor con un efecto de cura. Una persona que no sonríe es como una guitarra que no es tocada. Comienza a no tener canto, a entristecer, a no tener vida.
Una persona sonriente trae luz, alegría para la vida de quienes tiene cerca, por eso la sonrisa es usada en la medicina preventiva.
En la China antigua, los taoístas recomendaban tener una constante sonrisa interior, una sonrisa para sí misma; nos transformamos en el mejor amigo para uno mismo. Vivir con una sonrisa interna es vivir con armonía interna. Utilicemos este pequeño ejercicio que nos dará bienestar. Nos alejará un poco de la azarosa vida exterior.
Comenzar una acción creativa con la sonrisa acrecentará esta satisfacción, desde la simple preparación de un alimento, unas líneas improvisadas sobre el papel, o el recuerdo de bellos momentos de amor.