Hoy se recuerda el fatídico Ciclón de Encarnación, que el 20 de septiembre de 1926 se cobró numerosas víctimas y destruyó una buena parte de la Villa Baja. Fue uno de los momentos más duros de la historia de los encarnacenos donde la solidaridad del pueblo posadeño fue fundamental para salvar más vidas.
Las crónicas que recuerdan el acontecimiento mencionan que ese día todo comenzó alrededor de las 18.30, cuando se volvió repentinamente oscuro y se abatió una copiosa lluvia, con vientos huracanados, destellos en el cielo y bramidos de truenos como si se tratase de un bombardeo.
Arrasador
Fueron minutos eternos que provocaron destrozos incalculables, durante los cuales la fuerza del viento arrancó techos por completo, incluso casas, dejando árboles partidos por la mitad y más de 400 muertos. La ciudad quedó destruida, las costas irreconocibles con pérdidas incalculables.
El Padre José Kreuser y Jorge Memmel cruzaron las aguas del Paraná hasta Posadas en busca de auxilio, donde rápidamente el gobernador de ese entonces, Héctor Barreyro, ordenó un operativo de asistencia para ayudar a los hermanos encarnacenos. Barcos, médicos, alimentos, ropas y botiquines fueron parte de la ayuda brindada en ese momento crítico.
Se estima que el ciclón fue de categoría EF4 en la escala Fujita-Pearson, por su intensidad, nivel de destrucción y particularidad. Fue la tormenta más destructiva en extensión que haya afectado al Paraguay y la más mortífera del continente.