La casa era oscura, desarreglada. Olvidada por el tiempo; que pareciera haberse detenido con el reloj que cuelga en una pared en la sala. En esa habitación las luces tenían un color gris, tal vez como toda la habitación.
Los libros estaban cubiertos de olvidos. Varias capas de polvo teñían de ocre las hojas de mil libros.
Tomas insistía. Golpe a golpe grababa letras en el papel. La vieja máquina de escribir no se resistía a la falta de conocimiento de Tomas sobre cómo usarla. Puede que se sintiera feliz que alguien reviva sus funciones muy a través del tiempo.
Cada tanto miraba al techo. Observaba las grietas que aparecían, tal vez esperando respuestas o quizás simplemente siendo un niño que se distraía. Después hacía girar la cucharita en la taza de porcelana china. Los golpecitos que daba en cada giro le gustaban mucho. El ruido del metal contra la fina porcelana era para él algo único y no se aburría haciéndolo. Pero entonces cambiaba de dirección la mirada. Descubría a una araña divirtiéndose con una mosca atrapada en su tela.
Volvía sobre el papel en la máquina de escribir y leía lo ya escrito: Título, dos puntos,” los fantasmas no existen” punto, aclaración dos puntos, cuento fantástico de ficción, punto, inicio.
Continuaba: Desde tiempos remotos los hombres tienen miedos. Los atribuyen a cosas que llaman paranormales, inexplicables. Dicen que las almas que no pueden ir al cielo quedan atrapadas en este universo. Los llaman fantasmas y dicen también que son de temer. Pero en realidad no existen, son sus miedos, los de los hombres, que fabrican fantasmas. Esta es la historia de un chico que vivía en un pueblito, en una frontera argentina….
De nuevo se distraía, y quedaba mirando una cucaracha que rengueaba de una de sus patas traseras. Con ese tranco atravesaba la sala rumbo a la cocina. No pudo evitar que la descubrirá el gato que holgazaneaba sobre un viejo televisor que, pareciera estar sólo con ese propósito, que el gato descanse sobre él. Todo en la casa estaba añejo y fue perdiendo sus colores. Los sillones tenían flores que también se veían grises. Mientras las paredes realzaban manchones de humedad.
El pequeño Tomas estaba allí, en ese mundo olvidado dentro del mundo. Mientras sus deditos golpeaban las teclas de la Remington que daban vida en el papel a las palabras que nacían en su imaginación.
Una voz lo interrumpió de su oficio de escritor.- ¡Tomas, hijo! Deja de jugar con eso y prepárate. Vamos al cementerio, hoy es día de los muertos.
-¡Bueno ma! – Respondió casi protestando. Hizo una pausa seguida de una oración silenciosa, sólo para él – ¡Qué mal! Uno no puede trabajar tranquilo. Menos mal que tengo todo el tiempo del mundo para seguir escribiendo.
Entonces levantó sus brazos, y despegó del sillón su figura y se fue junto a su madre para atravesar la pared ya tomados de la mano.
Afuera el día también se veía gris, lluvioso. Muchos cuerpos luminosos iban rebotando por entre los árboles de la cuadra rumbo al cementerio, como él.
Walter Gustavo Nuñez
Walter Gustavo Nuñez, nació en Capital Federal en el año 1967. vino a Misiones, con sus padres misioneros, a la edad de 2 años. Cursó sus primeros años de colegio en la ciudad de Posadas. A los 13 años se radicó con su familia en Puerto Iguazú, lugar donde comenzó a trabajar en las letras. Participo en dos antologías en España, en los años 1998 y 1999.
Premio de Honor en prosa primer concurso del mate en Santo Pipo 2010.
Participó en los encuentros literarios “La Araucaria” durante 10 años. Dos años primer premio en el concurso Homenaje a Horacio Quiroga, 2015 y 2016. Y una mención en el 2017, mismo concurso.
Obtuvo un sexto premio en un concurso de cuentos en la ciudad de Brasil 2016.
Actualmente conduce un grupo literario en la ciudad de Puerto Iguazú, y es delegado de la Sociedad Argentina de Escritores filial Misiones (SADEM) en la misma ciudad.