POSADAS. El primer caso se registró a principios de julio del año pasado. Desde ese momento, la Policía comenzó a buscarlo, sin imaginar que volvería a actuar casi dos mes después, bajo el mismo “modus operandi” y otra vez con una menor de edad como “blanco”.El caso se hizo público y causó conmoción en la sociedad misionera. Se trata del remisero de 26 años acusado de secuestrar y violar a dos niñas de diez y ocho años, en dos casos distintos, en una causa que finalmente fue elevada a juicio por la Justicia misionera.Desde la fiscalía de Instrucción 6 de Posadas, a cargo de la doctora Elena Mabel Torrez, se concluyó que las pruebas recolectadas durante la investigación dirigida por el magistrado Ricardo Balor fueron más que contundentes, por lo que en los próximos meses el remisero deberá sentarse en el banquillo de los acusados.Así lo confirmaron fuentes cercanas a la investigación, quienes además agregaron que, como se trata de dos casos de abuso, de ser encontrado culpable el joven podría recibir una dura condena que podría alcanzar varias décadas en prisión. Horror detrás del volanteEl primer episodio se registró cerca de las 14.30 del 3 de julio de 2011 y comenzó en el barrio Virgen de Fátima, al sur del Gran Posadas.Por una de las calles del complejo habitacional caminaba una niña de diez años hacia un kiosco cuando fue interceptada cerca del hospital zonal por un hombre que guiaba un Fiat Uno tipo remís.Sin mediar palabras, el trabajador del volante convertido en fiera humana la tomó del brazo y la subió al vehículo. La amenazó a punta de cuchillo y la llevó hasta un descampado de Garupá, cerca de una conocida fábrica de cerámicas. Allí le quitó la ropa y la accedió por vía vaginal. No conforme, el degenerado fue con la pequeña hasta una casa en Candelaria, donde aparentemente pretendía mantenerla cautiva. Afortunadamente no lo logró: cuando buscaba las llaves, la niña aprovechó un descuido y escapó.Desesperada, la menor corrió hasta la ruta nacional 12 y prácticamente se arrojó sobre un automóvil que circulaba hacia Posadas. “Estaba llorando, la llevé a la comisaría de Garupá”, contaría luego el solidario conductor que la auxilió. En la dependencia policial se reencontró con su madre, que la estaba buscando.El trabajo de la Justicia en ese primera caso fue determinante: el exámen médico confirmó los abusos, en Cámara Gesell la menor brindó un relato coherente y, además, los criminalistas hallaron pisadas y huellas del auto en el descampado.Un engaño sin escrúpulosEl segundo caso cobró mucha más resonancia y sucedió alrededor de las 21.30 del 2 de septiembre del año pasado en el barrio San Gerardo, al oeste de Posadas.La víctima, de 8 años, regresaba de un kiosco con sus amiguitas cuando un remís Fiat Uno se detuvo frente a ella. “Vamos, las llevo a casa. Tengo una torta para ustedes”, le dijo el chofer, con la voz tomada por el mismísimo demonio.Presas de la ingenuidad, las tres menores subieron al vehículo, aunque frente al barrio el chofer frenó y bajó a dos y se quedó con quien había escogido para someter. De allí, otra vez con un cuchillo, partió hacia Alem y riberas del Paraná, donde violó a la nena en el asiento de atrás.En Cámara Gesell, la menor dio detalles contundentes sobre el violador serial, que iba a ser detenido horas después, de casualidad: cuando viajaba con una tía rumbo al centro, la primera de sus víctimas lo reconoció en el colectivo. Era el final de sus andanzas Una vez detenido, la investigación comenzó a cerrar. Primero, en la rueda de reconocimiento, donde las dos niñas lo señalaron; luego, con los exámenes de ADN realizados tanto en el asiento de acompañante del remís como en una toalla que guardaba en el baúl, donde se hallaron rastros genéticos de la segunda niña abusada.La instrucción pudo comprobar los dos secuestros y los dos abusos y finalmente el presunto “violador serial” que se escondía detrás de un volante deberá comparecer en el banquillo de los acusados. “Tía, tengo miedo; esees el hombre que me llevó”La investigación por los dos hechos de violación pudo esclarecerse gracias a una situación azarosa que tuvo como protagonistas a la segunda víctima y al imputado.Sucedió alrededor de las 17.30 del domingo 4 de septiembre de 2011 y PRIMERA EDICIÓN lo publicó en exclusiva el 25 de ese mes.Aquel día, la niña de ocho años viajaba en un colectivo urbano desde las afueras de Posadas al centro de la capital provincial. Iba acompañada de su tía y se dirigía a un culto evangélico.En determinado momento comenzó a temblar como si hubiera visto al diablo. Era el diablo. Iba de remera azul y sentado a dos o tres asientos de distancia.“Tía, tengo miedo, tengo miedo; ese es el hombre que me llevó”, dijo con un hilo de voz, mientras a la mujer se le hacía un nudo en la garganta. “Es ese, el de remera azul”, repitió desesperada su sobrina, mientras trataba de esconderse detrás de la mujer para no ser vista.Amedrentada, la tía tomó el celular y llamó a su marido. Con los mismos nervios le recomendaron que esperara a que se bajara y que diera aviso a la Policía. No había más que hacer.La peor sospecha sobrevino cuando el acusado reconoció a la pequeña y se dio cuenta de que estaba en una ratonera. Intentó demorar el descenso del colectivo hasta que prácticamente los tres quedaron solos en el ómnibus. Sin otra opción, se bajó y buscó algún otro colectivo para perderse, pero esta vez la fortuna no estuvo de su lado.La tía, que lo siguió hasta el baño con la mirada, aprovechó el momento y por fin logró avisarle a un policía de la estación. Cuando el hombre salió, una decena de uniformados lo esperaban.





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