Las razones por las que emigra la gente son variadas. Algunos lo hacen de puro aventureros; otros por una avidez incontrolable por conocer; otros más escapando de las guerras, de la violencia, de las crisis, y otros, muchos otros, porque si no emigran, no tienen la posibilidad de estudiar. Para estos últimos el estudio es un eje fundamental en la vida, una llave, una puerta. Y así lo valoran los miles y miles que no tienen la posibilidad de acceder a la formación académica en países en los que se vuelve un privilegio exclusivo, reservado sólo para clases acomodadas.Minouche Nozil es haitiana y ahora tiene treinta años. Cuando apenas había cumplido los veinte, llegó a Posadas con otros cuarenta jóvenes de su país ilusionada con la posibilidad de seguir una carrera universitaria en el buen puntuado y gratuito sistema universitario argentino.Las familias de los chicos y chicas habían tenido que juntar una buena suma en dólares para posibilitar que sus hijos viajaran tan lejos para ingresar a las aulas de una facultad, imposibilitados absolutamente de hacerlo en su país de origen. Esta morena de dientes blanquísimos y piel caoba no supo entonces que el grupo había sido víctima de una estafa, que esa persona que los reclutó era un mentiroso profesional y los servicios que les habían prometido no existían. No había ni alojamiento, ni ingreso asegurado a las facultades de la Universidad Nacional de Misiones, ni contención, ni ayuda con el idioma. “Hablábamos francés y creole haitiano, pero ni una palabra de español”, recuerda. Y también se acuerda que la adversidad los unió más como grupo.Maravillosa, maravillosa genteLos primeros tiempos fueron muy difíciles: “Yo no hablaba el idioma, no podía comunicarme con mi familia porque ni siquiera sabía como poner un código internacional para discar. Cuando podía comunicarme no les contaba nada de lo que estábamos pasando porque eso no resolvía mi situación. Yo tenía un objetivo que era estudiar, y de alguna manera tenía que encontrar la forma de recibirme, costara lo que costara”.Después del golpazo inicial, desamparados y desorientados, en un país totalmente desconocido y en el que nadie los esperaba, la sociedad misionera reaccionó y los acogió; los profesores de del exnacional Martín de Moussy asumieron el compromiso de enseñarles para que pudieran revalidar los títulos secundarios, para lo cual donaron su tiempo. La universidad pública los cobijó y les posibilitó que ocuparan sus sitios en las aulas pese a que no entendían casi nada de las clases por la dificultad idiomática. También vivieron en los albergues universitarios públicos, y comieron en el comedor que usan todos los alumnos de la Unam, ventajas que para ellos eran impensadas en su empobrecida y golpeada Haití. Finalmente pudieron iniciar por cuenta propia el proceso de integración casi en paralelo con el proceso de aprendizaje, una proeza que pocos podrían empardar.La victoriaHoy, a casi diez años de aquella aventura, Minouche habla perfectamente el castellano, es enfermera universitaria, trabaja como tal en un sanatorio céntrico y a la vez termina la licenciatura; tiene un esposo también haitiano que vino con el mismo grupo y se recibió de licenciado en Trabajo Social, que enseña en la Facultad, trabaja en la Defensoría del Pueblo y ahora termina una maestría.Hoy se siente argentina, misionera y cien por ciento posadeña. Los pacientes que atiende en el sanatorio le dicen que es muy buena enfermera y ella se esmera para que su trabajo profesional sea el mejor. Su vida es tan compleja como la de cualquier otro joven argentino que pretenda hacer lo necesario para salir adelante, sin chaturas de por medio, sin esperar nada de arriba. A veces no entiende porqué tantos chicos y chicas deciden dejar la facultad o permanecen años en calidad de estudiantes perpetuos en un sistema que les asegura el acceso y al que no valoran, tal vez por creer equivocadamente que la facultad no cuesta nada, cuando en realidad, “somos todos los argentinos los que pagamos y sostenemos la universidad pública con los impuestos”.“Dios puso gente maravillosa en nuestro camino, los posadeños fueron muy buenos con nosotros. Todos los chicos que vinimos somos profesionales hoy en día, y terminamos las carreras con excelente rendimiento. De los que quedamos en Posadas, el 90% se recibió y trabaja. Somos respetuosos, educados y muy agradecidos a este país y su gente que para nosotros son maravillosos”, dice, y emociona.La historia de Minouche y de su esposo Jonás merece ser conocida por esos miles de chicos “ni ni” que estiran la adolescencia hasta los treinta, y que poco saben de las ventajas que tienen en comparación a otros miles que viven en otros puntos del planeta. Ellos dos dejaron atrás las duras experiencias que tuvieron que vivir, y ambos la pelean día a día para ser mejores ciudadanos y para aportar al país en el que nació su hija y en el que la quieren ver crecer, por más que extrañen su lejana Haití. Es que ya con la vida hecha en Posadas, todo les gira en torno a esa morenita de dos años y medio, de cabellos trenzados y dientes blanquísimos como mamá, que adora ponerse la camiseta argentina y que no por casualidad, se llama Victoria.Por Mónica [email protected]





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