“Un estudiante zen se quejaba a su maestro de que no podía meditar: “Maestro, los pensamientos y las imágenes aparecen, se van unos segundos y luego vuelven con más fuerza, no puedo meditar en paz”.El maestro opinó que esto dependía de él mismo y que dejara de quejarse. No obstante, el estudiante seguía lamentándose, al intentar concentrarse, los pensamientos y reflexiones inútiles y tontas, irrumpían en su cabeza.El maestro entonces le dijo: “Bien, aferra esta cuchara en tu mano, ahora siéntate y medita”. El discípulo obedeció. Luego de un rato el maestro le ordenó: “¡Deja la cuchara!”, y la cuchara cayó al suelo. Entonces su maestro le preguntó: “Ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?”.Todos tenemos en nuestra vida momentos de “disconfort o cucharas” como las del cuento que nos hacen quejar, y ellas nos tienen atrapados, las exigencias de nuestra sociedad son ilimitadas y permanentes, y la queja pasa a ser una costumbre, un pasatiempo, una defensa o estado “habitual” de la persona.Con estos estados, donde la queja se apodera de nuestra personalidad, nos obliga a pasar la vida lamentándonos por lo que fue, por lo que pudo haber sido o por lo que otros nos provocaron. El quejoso edifica diariamente un muro de lamentos tristes sobre su vida, que tiene mala suerte, que su vida es monótona, que hubiese podido ser mejor, que su matrimonio no funciona, que está viejo, que tiene dolores, que son perdedores, que lo atacan, que lo provocan, y así en una lista interminable. Expresiones muy comunes de los quejosos son -¿Por qué a mí?-, -¿Si pudiera o si hubiera?-, ¡Estoy meado por un dinosaurio!, -Debería haberlo hecho-, -Ojalá pudiera hacerlo de nuevo-, ¡Es por tu culpa!, -Vos me convenciste-.Las emociones que acompañan quejas son de fracaso, pérdida, tristeza, confusión, falta de ocasiones; todas hacen referencia a hechos errados del pasado que querrían modificar, sin poder ver las nuevas oportunidades.El quejoso posee un estado de insatisfacción obligado a defenderse de todo y frente a todos, temiendo siempre una agresión, paralelamente da una imagen de disminuido y débil, para que le tengan compasión y lástima.También el quejoso al moverse superficialmente con lo que desea y no profundizar su situación, no se culpa a sí mismo sino a los que lo rodean, por lo que subordinados, compañeros, amigos y familia son el blanco preferido de sus agresiones. No acepta que llegó a esa situación por su incapacidad, su decisión mal encarada, y que no sabe corregirse.Con cada día tenemos un regalo, con cada queja arruinamos el día, no valoramos todas las posibilidades, si nos quejamos por la comida, pensemos en los millones que no comen, si te quejas de tus hijos piensa en los que no tienen, si te quejas de tus dolores, fíjate en los que no se mueven de su cama. “Me deprime mucho la absoluta vulgaridad de mi existencia. Jamás en la vida he hecho nada tan importante como para merecer la atención del mundo”.-Te equivocas si piensas que es la atención del mundo lo que hace que una acción sea importante-, dijo el Maestro.Siguió una larga pausa. -Bueno, pero es que tampoco he hecho nada que haya influido en alguien, ni para bien ni para mal…–Te equivocas si piensas que es el influir en los demás lo que hace que una acción sea importante-, volvió a decir el Maestro.-Pero, entonces, ¿qué es lo que hace que una acción sea importante?-El realizarla por sí misma y poniendo en ello todo el propio ser. Entonces resulta ser una acción desinteresada, semejante a la actividad de Dios-. Cuento Anthony de Mello. Para cambiar de estado quejoso a uno más optimista, debemos ponernos en marcha y dar “un primer paso” mental de ideas menos egoístas, que nos guiarán a la correcta elección del camino y nos impulsarán a la adecuada acción.Este “paso mental” debe comenzar preguntándonos sobre ¿qué debo cambiar en mi vida, en vez de quejarme?, debo repensar mis prioridades que incluyen mi trabajo, mi familia, mi matrimonio, mi conducta particular, mis negocios, mis estudios, mis relaciones, mi egoísmo e indiferencia, mis emociones y sentimientos, mi comunicación, mi visión de los demás, mi profesión, mi físico, mi personalidad o mi espiritualidad.Pero toda esta insistencia a pensar en “mí” tendrá el verdadero significado cuando transformemos ese “mí” en “nosotros y vosotros”, que significa incorporar a los otros en mi vida.Si no descubro con mi mente el cambio que debo realizar, si no me hago las preguntas correctas, no tendré esa segunda oportunidad y volveré de nuevo a mi estado de “quejoso rutinario”.Este replanteo de vida difícilmente se puede hacer solo y sin ayuda, evaluar porque se genera esa “quejosa insatisfacción”, y entender cómo se quiere encarar la nueva vida, lleva tiempo y profundización en muchos aspectos.Una vez hallado ese nuevo “sentido de vivir”, inmediatamente se producirá un “cambio de valores”, donde lo que antes iba en primer lugar como podía ser el trabajo o el juego, que pasa a estar a otro nivel inferior.“Un hombre caminaba por la selva y vio una zorra lastimada, sin poder caminar, ¿Cómo se alimentará?, se preguntó. En aquel momento, se acercó un tigre con una presa en sus fauces, sació su hambre y dejó las sobras para la zorra. “Si Dios ayuda a la zorra, también me ayudará a mí” pensó, volvió a su casa, se encerró y se puso a esperar a que Dios le diese comida. -Nada pasó-. Cuando ya estaba demasiado flaco para salir a trabajar, se le apareció un ángel. ¿Por qué decidiste imitar a la zorra herida? -preguntó el ángel. – ¡Levántate, coge tus herramientas de trabajo y sigue el camino del tigre!”.“Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”, nos dice Víctor Frankl, las cosas y los hechos no van a cambiar solos, si no cambiamos nosotros.Debemos descubrir qué es mejor “aprender del pasado”, que quejarse por lo que ya sucedió.Por J.L. Bazán – MédicoDeseo tu opinión: [email protected]





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