En silencio y envuelto en la penumbra de un rincón, tenuemente se dibujaba la silueta encorvada y aterradora de la muerte, su ropa era solamente un montón de harapos y bajo sus deshilachadas mangas salían sus delgadas manos que sujetaban un pequeño vaso, quizás conteniendo ese vino de la cosecha de un dolor, que en algunas ocasiones sirve para adormecer la angustia de cualquier momento. Su rostro estaba cubierto y su mirada era tan oscura y profunda, como si se concentraran todas esas noches sin lunas ni estrellas.El silencio a su alrededor creaba un ambiente de tristeza, una imagen lúgubre donde rondaba la desdicha. Una escena luctuosa como en la que el desamor se manifiesta con toda su firmeza. Así de sola como tranquila, estaba la muerte, pensativa y sabia como siempre, cautelosa pero decidida e implacable como otras veces. Un comportamiento tan lleno de una paz que vuelve intranquila a la persona que se encuentra cerca, su figura es como un suave remanso que encierra un misterio intranquilo en sus profundidades.Pero a la muerte eso no le molestaba, porque ella es el fría y es también la soledad con que navega eternamente por los mares del olvido. Ella es tan vieja como la vida y de alguna manera imparte su justicia perfecta, porque sobre su cadalso no escapan: héroes, villanos, ricos, pobres, ancianos o niños y todos aquellos disfrutaron las mieles y lo amargo de la vida. La muerte estaba sentada quizás tomándose un pequeño respiro de un arduo trabajo que no tiene paga ni descanso, ni siquiera alguien que pueda reemplazarlo, porque solo ella puede hacerlo. Solo la muerte es sinónimo de final y de una perpetua oscuridad. Pero cuando disfrutaba de ese apacible trago, vio en la hoja de su hoz, que estaba recostado por la pared, el reflejo de un niño que la miraba con curiosidad.En todos sus siglos no había visto una mirada tan inocente y sin miedo, más bien era inquieta y curiosa, como si quisiera conocer a esa extraña figura que se encontraba solitaria en ese triste rincón.El pequeño se acercó y le preguntó cuál era el motivo de su tristeza, a lo que la muerte respondió que no lo estaba, que ni siquiera conoce ese sentimiento, tampoco sabía qué era la felicidad, simplemente ella cumplía su trabajo y que era muy buena haciéndolo, nunca preguntaba si era injusto, y tampoco nunca tuvo lástima o enojo por las personas que debían someterse a su justicia. El niño se acercó y apoyó sus pequeñas manos sobre la mesa y le dijo que siempre se debe amar las cosas que se hacen y en otras brindar compasión para que se transforme en una nueva oportunidad de una vida.Que quitar algo tan valioso como la existencia, sin miramientos y sin culpas, la transformaban en algo más cercano a la maldad que a la imparcialidad.A lo que la muerte golpeó la mesa y le manifestó que él era muy pequeño para entender, que cualquier punto de vista resultaría estéril ante siglos de un único propósito: arrebatar la vida de todo lo que existe, de almas que llenarían todo el cielo y que cayeron ante ella, ante la muerte; audaz e implacable, que no necesita permiso para arrebatar lo más preciado del ser. La muerte miró al niño y le dijo que incluso tendría que tenerle miedo, porque tenía el poder de apagar su luz para siempre y convertirlo en olvido.El niño sonrió y le dijo que eso jamás podría ocurrir porque todos niños tienen alguien especial para que los cuide y que ellos viven a través de ese amor, protegidos dentro de este sentimiento que se encuentra fuera de sus dominios y que la muerte solo puede acallar un cuerpo, pero jamás el alma. La muerte tomó el último trago, se levantó, tomó su guadaña y acarició la cabeza del niño, casi despeinándolo y le dijo: “No me tienes miedo, simplemente porque no me conoces, pero la vida se encargará de llenarte de prejuicios sobre mi persona, pero te digo un secreto: hubo mucha verdad en tus palabras, y mucha sabiduría a pesar de tu corta edad”. La muerte caminó hasta la puerta y antes de abrir se dio media vuelta y extendiendo su mano preguntó al niño ¿No quieres acompañarme para conocer mi trabajo? El pequeño fue corriendo y tomó su mano y le respondió: “solo por un momento”.Por Raúl Saucedo [email protected]





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