La docencia es una opción cada vez más valorada por los jóvenes a la hora de proyectar su futuro: la matrícula en los institutos de formación docente creció de manera significativa y así surge la pregunta: ¿Es una vocación la docencia? ¿Qué implica esta idea de “vocación”?La palabra tiene un origen religioso: en latín, vocare significa “llamar”. En su acepción original, la vocación es un llamado de Dios. Hay profesiones que son más “vocacionales” que otras; la docencia es una de ellas. Sin embargo, pensar la tarea docente como vocación puede encerrar algunas trampas. La educación, específicamente en el ámbito docente, parte de un principio fundamental que es “El Ser”, siendo esta una opción, una forma de vida, en resumidas cuentas, una forma de ser, no de ejercer.El ejercer implica un costo, un “trabajo”; mientras si se realiza por convencimiento propio, es porque así lo he decidido, no hay presión económica, social, familiar, estatus, simplemente soy. Ahí radica el verdadero significado de un educador.Actualmente, la vivencia y labor, de muchos educadores se fundamenta en el “Ni modo” o “Qué me queda”.El no acceder a otro trabajo o profesión y de “rebote” terminar como educador, es un tema que cotidianamente se escucha en muchas instituciones educativas.Aunado a esto, están las presiones del sistema consumista y mercantil en el que se vive, lamentablemente algunos docentes reducen su labor a la cantidad de lecciones o número de grupos que se asuman. Se piensa: a mayor cantidad de horas cátedras , “mejor” salario.Surge una contradicción enorme, ya que la motivación de estos docentes es la llegada de la quincena y el aguinaldo de fin de año; se trabaja por el tener, no por el ser.Si se pretende hacer valer la educación desde una profesión de gran valor y respeto, es necesario que cada educador realice las siguientes interrogantes: ¿Por qué? y ¿Para qué? la labor docente. La docencia es un concepto que se asocia con el de altruismo. “La idea de que la docencia es un ‘apostolado’ es de origen religioso, y supone pensar la tarea docente como una entrega desinteresada”, advierte Graciela Morgade, doctora en Educación de la UBA. Al pensar la docencia como una ocupación altruista, pueden entenderse algunos de los problemas que históricamente han tenido que enfrentar los educadores, como las horas extra, las jornadas laborales no pagas o los bajos salarios. ¿Cuánto de la tarea docente depende de la buena voluntad, la “entrega forzosa” que se espera de los profesores? ¿Cuántas veces la única retribución al trabajo extra es la”satisfacción” de haberlo hecho “por los chicos”?Morgade señala que la idea de vocación gravitó con fuerza en los comienzos de la escuela y fue determinante para que la mayoría de las docentes fueran mujeres. “Se pensaba que eran mejores educadoras. En primer lugar, porque ellas crían a los hijos. También porque se les podía pagar menos. Y en tercer lugar, porque la docencia era concebida como una tarea de mera transmisión del conocimiento; se creía que la escuela sólo ‘reproducía’ el saber”. Mucha agua corrió bajo el puente desde aquellos tiempos. Y hoy se escuchan con más fuerza las voces que abogan por la profesionalización. ¿Hablar de “profesión” requiere desterrar el concepto de “vocación”? No necesariamente. Como escribe el sociólogo Emilio Tenti Fanfani: “La docencia debería convertirse hacia una actividad profesional altamente calificada y al mismo tiempo vocacional. Pero con la vocación entendida básicamente como compromiso moral con el bienestar y la felicidad de las nuevas generaciones”. Por su parte, Faustino Larrosa Martínez, autor del libro Análisis de la profesión docente, dijo que “la docencia es una profesión, pero no una más, porque trabaja con personas”.Ahí estaría la principal diferencia con otras profesiones: en el contacto cotidiano con chicos y chicas. “Enseñar con entusiasmo, tener confianza en el poder de la educación, considerar la docencia como un servicio, ser paciente y perseverante en la consecución de objetivos razonables, ser un buen modelo a imitar, entre otras, son cualidades importantes que deben adquirir los que se dediquen a enseñar”, afirma Larrosa. Son nuevas maneras de nombrar la vocación: entusiasmo, confianza, servicio. Estas cualidades plantean un desafío a las instituciones donde se forman los nuevos docentes. ¿Cómo enseñar el entusiasmo? ¿Cómo inculcar “la alegría de enseñar”, para usar la expresión del pedagogo brasileño Rubem Alves? Según Morgade, este es el principal reto: “Para cualquier estudiante de cualquier disciplina, cuando encuentra un profesor copado, eso es estimulante. Muchas veces cuando les preguntás a los jóvenes ‘¿De dónde surgió tu interés por la docencia?’, ellos se refieren a los docentes que les transmitieron la pasión y el entusiasmo por enseñar”. En otras palabras, en la formación docente hay un núcleo central que no se enseña, pero sí puede transmitirse. “Creo que la pasión de una persona interpela la pasión de la otra y la convoca”, asegura. Las cifras del Ministerio de Educación de la Nación indican que hay casi 400.000 alumnos en los institutos de formación docente de todo el país. El camino de la profesionalización parece ser la mejor estrategia para mantener en ellos el entusiasmo. Por el contrario, idealizar la docencia como un “apostolado desinteresado” puede hacer que se decepcionen en cuanto empiecen a ejercer. “Con los años de servicio no siempre se mantiene la vocación, sobre todo si se acude a la docencia con demasiado altruismo, pensando que los problemas de la enseñanza desaparecerán. En estos casos se puede producir un desengaño”, señala Larrosa.Y agrega: “El concepto de vocación puede ser reemplazado por el de profesión porque, al tiempo que se aceptan deberes, hay que exigir derechos para poder cumplir con las obligaciones”. Colaboración: Myrian Mabel BáezLic. en Psicopedagogí[email protected]





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