El martes pasado se cumplieron 50 años del derrocamiento del presidente Arturo Umberto Illia, y los espacios que le dedicaron los medios de comunicación revelaron a las nuevas generaciones un fuerte contraste con varios de los personajes políticos de nuestra actualidad. Illia nació en Pergamino (provincia de Buenos Aires) el 4 de agosto de 1900. Tras recibirse de médico, por designación del entonces presidente Hipólito Yrigoyen, se trasladó a la localidad cordobesa de Cruz del Eje. Ejerció la profesión ligado al sindicato de los ferroviarios, pero se ganó el respeto de toda la comunidad por su cercanía con la gente y su voluntad de recorrer la provincia visitando y atendiendo a los enfermos. En Córdoba tuvo la oportunidad de salvar la vida a una niña que padecía tifus, quien a su vez era hija de un acaudalado ingeniero dinamarqués. Trabó amistad con él y éste lo invitó a conocer su país y parte de Europa. En ese viaje Illia conoció el germen del nazismo. Caló hondo en él la impresión del totalitarismo, la falta de libertad ideológica y el uso de la propaganda como medio para ensalzar a políticos nefastos. A su regreso ingresó a la vida política como militante de la Unión Cívica Radical. Había recibido la propuesta de parte de enviados del vicegobernador cordobés Amadeo Sabbatini. Luego de meditar, aceptó la invitación pero les recordó: “Sepan que en la política no hay amigos”. Allí empezó su carrera política. Fue senador departamental, senador provincial y llegó a ser vicegobernador de Santiago del Castillo. En 1948 fue diputado nacional por Córdoba. Laura Díaz de Giménez, quien fuera enfermera en la clínica en la que trabajaba Illia en Cruz del Eje, lo recordó como un hombre que “no tenía intenciones de entrar a la política. Pero lo hizo pensando que de esa manera podía servir más a la gente”. Ese médico respetado y conocido por los lugareños, hizo que muchos jóvenes lo siguieran. Luego de la “Revolución Libertadora”, el golpe de Estado a Juan Domingo Perón en 1955, el peronismo fue proscripto por los militares que gobernaron o detentaron poder en aquella época. En 1958, Arturo Frondizi llegó al poder a través de elecciones y durante su mandato fue levantando la restricción que tenía el Partido Justicialista. En las elecciones de medio término de 1962, el peronismo fue habilitado para volver a presentarse en los comicios. La victoria justicialista en diez de catorce gobernaciones fue aplastante. Pero en Córdoba, Arturo Illia llegó a arrebatarle la gobernación al justicialismo, pero la presión de los militares obligó a Frondizi a declarar nulos esos comicios. Illia no pudo asumir la gobernación. La estruendosa aparición del peronismo fue la activación de un nuevo golpe militar del sector antiperonista de los altos mandos militares. El presidente Frondizi fue detenido pero en una maniobra audaz, la Corte Suprema de Justicia se valió de la Ley de Acefalía para ungir como nuevo presidente de la nación al presidente provisional del senado, José María Guido. Los militares permitieron que un civil siguiera al frente de la Nación y Guido convocó a elecciones al año siguiente. La victoria en la gobernación de Córdoba catapultó a Illia a las presidenciales de 1963. Obtuvo el 25,14% de los sufragios representando a la Unión Cívica Radical del Pueblo (quienes rechazaban la proscripción del peronismo). En segundo lugar quedaron los votos en blanco 21,20% y en tercer lugar los correligionarios de la Unión Cívica Radical Intransigente (anti-peronista). El Colegio electoral lo ungió así presidente con más del 50% de los votos. Apenas asumió (el 12 de octubre de 1963), se alzaron voces en contra. El periodista Mariano Grondona, vocero del sector militar, hacía campaña por el general de brigada Juan Carlos Onganía. En una de sus editoriales opinaba que Argentina necesitaba un hombre como el general (español) Franco, y que los dictadores eran buenos gobernantes para tiempos difíciles. Hoy reconoce esas palabras y las justifica en el contexto de la época. “Antes cuando un gobierno no tenía éxito la solución eran los militares”. En sus medidas administrativas más importantes, Illia anuló los contratos de explotación petrolera con firmas estadounidenses que había firmado Frondizi. Por esos convenios el expresidente y varios de sus funcionarios estaban imputados en la Justicia por haber obrado contra los intereses de la Nación y por corrupción. Fueron condenados en primera instancia, pero la causa fue desestimada por la Cámara Federal. Illia no había presionado a la Justicia, dejó que siguiera su curso. Frondizi salvó el pellejo. Su secretario de prensa le había aconsejado que anunciara la anulación de los contratos petroleros en un gran acto frente a las escalinatas del Congreso, pero Illia se negó. Dijo que no quería que su gobierno se asemejara en el uso de la propaganda al estilo de Juan Domingo Perón y que además no le parecía ético que se gastaran dineros públicos a ese efecto. “Las obras hablan por sí solas”. Sufrió una campaña de desprestigio descomunal para la época. Con el apodo de “Tortuga” la prensa lo mostraba como una persona lenta e ineficaz. El jefe de redacción de la revista Primera Plana llegó a decir que ya era hora que el Ejército echara al doctor Illia. Y así ocurrió, pero no fue tan rápido como muchos querían. Porque cuando los amplios sectores golpistas creyeron que la anulación de los contratos con las petroleras estadounidenses iba a ser suficiente, su administración continuó. Pero cuando se puso en contra a los laboratorios internacionales comenzó a gestarse realmente su salida. Illia ordenó a su ministro de Salud redactar la Ley de Medicamentos. Habían hecho un análisis de más de 300 mil medicinas y detectaron que tenían sobreprecios y muchas de ellas eran “truchas” para su especificidad. Dieron seis meses a los laboratorios para que informaran los resúmenes de costos y gastos para dejar así en evidencia los precios exorbitantes que cobraban por las medicinas. Cumplido el plazo no hicieron caso y una semana después de decretar la ley de abastecimiento, se produjo el Golpe de Estado. El mismo Perón en el exilio había dicho: “Naturalmente, que si el pueblo tiene el gobierno que no quiere, no va colaborar para levantar una situación en beneficio de círculos de los peores intereses ni de individuos que han conducido el país a la situación actual”. Pero en realidad no había ninguna crisis. En los tres años de gobierno de Arturo Umberto Illia, el país había elevado el PBI del -2,64 en 1963 al 9,1 en 1965. Subieron los niveles de educación. En 1964 lanzó el Plan Nacional de Alfabetismo que fue exitoso. Promulgó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil junto con el Consejo del Salario. Redujo l
a deuda externa. Abrió más de mil comedores escolares y decenas de centros de salud. Durante su presidencia, la ONU, con la Resolución 2065, reconoció la disputa de soberanía por Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña y hasta el mismo canciller británico llegó a Buenos Aires a entablar diálogos por el caso. Pero Illia tuvo en contra a los sindicatos, a las grandes empresas, a los sectores del campo, a los militares, a la Inteligencia norteamericana, Arturo Frondizi y al peronismo, que aunque ya no tenían proscripción, el general tenía aún vedado su regreso a la Argentina. Producido el golpe, en una entrevista del periodista Tomas Eloy Martínez en Puerta de Hierro en Madrid, el general Perón afirmó: “Este es un movimiento simpático porque acortó una situación que no podía continuar, cada argentino sentía eso. Onganía puso fin a una etapa de verdadera corrupción”. Documentos de la CIA rebelaron que hubo contactos con el general Julio Rodolfo Alsogaray para derrocar al presidente y en las conversaciones que hubo con Perón, este negoció la habilitación de un pasaporte argentino, la no represión de los sindicalistas y la vía libre para un futuro regreso al país entre otras cuestiones. “Les ofrecí un gobierno de paz y trabajo, me contestaron con un plan de lucha”, dijo Illia. Su secretario de Relaciones Exteriores dijo que el derrocamiento fue “una canallada”. Y el mismo presidente creyó que lo habían sacado las 20 manzanas que rodean la Casa Rosada. El tamiz de la historia lo ve hoy como un hombre eficiente y honesto, que salió del cargo sin casa propia (se fue a vivir a la casa de un hermano) y que fue víctima de un gran complot. Rechazó la jubilación por haber sido exmandatario. Volvió a la medicina y en sus últimos años atendió una panadería para poder vivir. En el final de sus días recibió ayuda de sus amigos para poder pagar los tratamientos. Murió a los 82 años, el 18 de enero de 1983 en Cruz del Eje. En su época la democracia no valía ni un centavo, hoy es el bien más preciado que tiene la sociedad argentina. En su época la decencia era un valor que tenía premio, hasta se podía ser presidente. Hoy, al observar el nivel de desprestigio de la clase dirigente, se aprecia que la honestidad es un valor que muy pocos detentan. Y ya ni las grandes obras pueden disimular lo que la sociedad sabe. La honorabilidad casi dejó de ser un valor. La política era un fin, hoy resulta que para muchos es sólo un medio para sí mismos. La vida de Arturo Illia cobra gran relevancia en estos turbulentos tiempos de desfiles políticos en Comodoro Py. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





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