Esta es la historia de un hombre solitario que vivía atormentado por su pasado, a esto se le sumaba la incertidumbre que le generaba el futuro y la combinación de estos dos pensamientos no lo dejaban disfrutar de su presente. Tenía una vida monótona que transcurría entre las incansables horas en las que atendía el teléfono para contestar todos los reclamos de los impacientes clientes. Para colmo de males, el hombre tenía una pequeña oficina cargada de tensiones que le generaba el no querer cometer ningún tipo de error, sobre todo en los asientos contables que realizaba. Pero nada se comparaba a la indiferencia de esos hermosos ojos de la secretaria de su jefe, los cuales él no dejaba de contemplar todos los días, pero el destino quiso que ella fuera única, y él uno más dentro de los paneles de oficina. Al terminar la jornada de trabajo, este hombre se retiraba rápidamente hacia el ascensor que lo dejaría en la puerta de salida, rumbo a su casa, tocaba el botón y mientras esperaba volvía a mirar a esa hermosa mujer y se preguntaba, quien le había regalado esas flores que estaban encima de su escritorio ¿pero cómo se puede tener celos de alguien que ni siquiera sabe que existes? Él los tenía.Al salir de su trabajo siempre realizaba el mismo trayecto y al llegar a su departamento abría la puerta y se metía rápidamente, sin siquiera saludar a la pareja de vecinos que tomaba mate en el balcón del inquilinato. Refugiado dentro de las cuatro paredes de su departamento, el hombre ponía todas las noches la misma música para relajarse, y servía su bebida preferida en un vaso que tenía restos del trago de la noche anterior. Luego se sentaba en su sillón y pensaba, muchas veces las imágenes de su mente se veían interrumpidas por las agujas del reloj que señalaban las doce de la noche. En ese momento, el atemorizado hombre sentía un escalofrío que recorría su espalda y frente a él se aparecían tres figuras oscuras, que segundos antes habían pasado a su lado. Estas no eran figuras fantasmales errantes, ellas venían, no sólo a juzgarlo, sino a llevarlo al purgatorio para que pague sus pecados. El tribunal que lo iba a juzgar estaba representado por: el Miedo, la Culpa y la Ira, quienes lo miraban fijamente, mientras que la fiscalía le correspondió a la Soledad, que apareció en ese cuarto.Fue “la Culpa”, la que comenzó la ronda de alegatos y dirigiéndose al único acusado le hizo mención de un doloroso recuerdo: haber dejado a sus padres en aquella lejana chacra en el monte, mientras él viajaba a Buenos Aires a cumplir sus sueños de triunfar, o tal vez obnubilado por las luces de la gran ciudad. El acusado bajó la mirada ante semejante acusación y sus ojos se humedecieron sin poder responder, quizás porque “la Culpa” tenía algo de razón, pero él no se sentía culpable de ser seducido por las luces de la gran ciudad. Luego fue el turno de “el Miedo” quien le reprochó no abrir su corazón y entregarse al amor y muchas veces calló lo que sintió por temor al rechazo o sentirse menospreciado por la persona que amaba. A lo que el hombre respondió, que ella era la razón por la que seguía en aquel trabajo y que las interminables horas que pasaba ahí no le pesaban. Ella era como una estrella que iluminaba sus días, pero como toda estrella, siempre estará lejana e inalcanzable. Para el final del juicio intervino “la Ira” y le cuestionó por no enfrentar los problemas y la falta de decisión en los momentos difíciles y de no tomar el “toro por las astas” cuando fue necesario. El hombre se levantó, tomó de un sorbo lo que tenía en el vaso, se dirigió hasta una mesa, y golpeó el recipiente con toda su furia al apoyarlo sobre el mueble. Se dio vuelta, y miró detenidamente a cada uno de los miembros del Tribunal, y les dijo: “¿ustedes piensan que es fácil llevar la vida que llevo? ¿No poder hacer lo que me gusta, no poder decirle te amo a la mujer, para mí, más hermosa del mundo, de vivir atormentado por los recuerdos?El Tribunal se puso de espalda y sus integrantes comenzaron a murmurar, gesticulaban y movían la cabeza en señal de desaprobación. En ese momento se sintió un ambiente de tensión e incertidumbre en el aire, el acusado comenzó a llorar como desahogando un profundo sentimiento. Luego el Tribunal quedó en silencio, casi al mismo tiempo los tres se dieron vuelta y mirando fijamente al acusado, lo sentenciaron a vivir un día más. Por Raúl [email protected]





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