Las recientes elecciones en Tucumán justifican esta búsqueda, al haber demostrado que dicho sistema debe perfeccionarse, incorporando tecnologías más eficientes y modernas, como pueden ser la boleta única y el voto electrónico, pero además erradicar prácticas arcaicas vinculadas al clientelismo político.La experiencia de Tucumán, sin embargo, demostró también que se requieren mejoras por el lado de la dirigencia partidaria, conclusión que sugiere, entre otras señales, la conducta desplegada por algunos participantes, empecinados en agudizar, a cualquier costo, la confrontación con el adversario y promover una inmoderada judicialización de los comicios. El caso extremo de Tucumán, donde se llegó a sugerir una intervención federal y una apelación a la Corte Suprema de la Nación, no es el único que muestra cómo en la política argentina, a menudo se interpreta al revés el clásico apotegma de Von Clawsevitz, “la guerra es la política por otros medios”, y se impregna una actividad cívica de tonos de excesiva compulsión confrontativa. En este escenario, vale reflexionar que un debate democrático sólo es concebible como resultado de un consenso previo en la definición de su entorno institucional, la mecánica de funcionamiento y los contenidos que ameritan ser volcados en esta instancia de contacto con el electorado a través de los medios. El consenso democrático es un logro que parte de una búsqueda, no de ninguna imposición o designio, y sobre todo, obliga a sustituir la estrategia de construcción del enemigo, común en las concepciones totalizantes, por la práctica democrática, que también es una construcción, de la convivencia con el adversario.




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