REDIPUGLIA, Italia (Agencias y diarios digitales). En la estremecedora colina que conserva los restos de 100.187 soldados italianos caídos en la Primera Guerra Mundial, el Papa Francisco gritó con todas sus fuerzas: “¡La guerra es una locura!”. Era un desahogo del corazón pues, “viendo la belleza de los paisajes de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan, sólo acierto a decir: ¡la guerra es una locura!”.La sombría mañana de llovizna sobre el cementerio nacional de Redipuglia, cercano a la frontera con Austria, acentuó aún más la sobriedad de un acto que el Santo Padre planeó como visita personal al mayor cementerio de soldados italianos caídos en la Primera Guerra Mundial. En esas colinas combatió también su abuelo, Giovanni Bergoglio, quien relató la crudeza de aquellos años a su nieto Jorge Mario.Fue un acto sin trayectos en “papamóvil”, sin aplausos y sin más música que algunos toques de corneta durante la misa celebrada ante jefes militares, soldados y tan sólo algunos cientos de civiles en el limitado espacio disponible. Antes de la misa, el Papa visitó en privado el cercano cementerio de 14.406 soldados austríacos que reposan para siempre en tierra italiana.Con voz serena pero con todo vigor, Francisco denunció que “la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!”.Los dos desastres de magnitud sin precedentes como la Primera y la Segunda Guerra Mundial no fueron simple consecuencia de políticas obstinadas -y sin embargo, populares en la mayoría de los países- sino de las causas subyacentes: “La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder que alimentan el espíritu bélico, que a menudo encuentran justificación en una ideología”.Pero, según el Papa, “antes de la ideología está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una justificación, y cuando no es la ideología, es la respuesta de Caín: ‘¿A mí qué me importa?’, ‘¿Soy yo el guardián de mi hermano?’. La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres… ‘¿A mí qué me importa?’”.Conmovido, el Papa recordó que “todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños… pero sus vidas quedaron truncadas”. Haciendo un salto al panorama actual, el Santo Padre comentó que, tras el desastre de las dos guerras mundiales, “quizás se puede hablar hoy de una tercera guerra combatida ‘a trozos’, con crímenes, masacres, destrucciones…”.Con dolor por la indiferencia cotidiana, afirmó que “Honradamente, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: ‘¿A mí qué me importa?’. En palabras de Caín: ‘¿Soy yo el guardián de mi hermano?’”.Pero las tragedias que se ven en periódicos y telediarios no son fortuitas, y el Papa señaló algunos culpables pues “en la sombra hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante”.Según el Papa, “estos planificadores del terror, estos organizadores del conflicto, así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ‘¿A mí qué me importa?’”. Lo llevan también “los especuladores con la guerra; quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar”.Sin ninguna concesión a justificar el conflicto, el Papa terminó su breve homilía afirmando que “Caín no lloró. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días”.Y concluyó pidiendo “a todos ustedes y para todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese ‘¿A mí qué me importa?’ al llanto… por todos los caídos de la matanza inútil, por todas las víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos. El llanto… Hermanos, la humanidad tiene necesidad de llorar, y esta es la hora del llanto”.El pasado junio, el papa argentino habló de “la enorme tragedia que fue la Primera Guerra Mundial, de la que he oído tantas historias dolorosas en boca de mi abuelo, que estuvo en el Piave”.La ceremonia de este sábado tuvo lugar ante miles de fieles, que acudieron a la cita pese a la lluvia que caía en esta parte de Italia.El jefe de la Iglesia católica presidió la ceremonia con los cardenales Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y Josip Bozanic, arzobispo de Zagreb, en presencia de obispos austríacos, croatas, eslovenos y húngaros.Fogliano Redipuglia es una localidad del nordeste de Italia cercana a la frontera con Eslovenia en la que se situó uno de los frentes más encarnizados de la Primera Guerra Mundial. En este municipio se encuentran dos cementerios en los que yacen los combatientes de ambas partes beligerantes: el Imperio Austro-húngaro e Italia.La intención del Papa fue la de invocar la paz y orar por los caídos en todos los conflictos bélicos por lo que, de manera simbólica, visitó ambos camposantos con el fin de honrar a los caídos de ambos bandos.La misa tuvo lugar en el sagrario de Redipuglia, una colosal grada de piedra coronada por tres cruces mandada a construir por Benito Mussolini en 1938 y que hoy en día constituye el mayor monumento a los caídos de guerra de todo el país.Tal y como hiciera san Juan Pablo II en 1992, sus palabras de paz repicaron esta lluviosa mañana en los páramos de dicha región norteña de Italia que hace exactamente un siglo se cuartearon de trincheras convirtiéndose en uno de los frentes más encarnados del conflicto.El Papa ha dado numerosas muestras de sensibilidad por los episodios bélicos que se suceden en el mundo y en sus distintas apariciones públicas no ha dudado en exigir el cese de las armas en zonas como Ucrania, Oriente Medio, Libia o la República Centroafricana.El mes pasado, el Papa, que a menudo condena el concepto de guerra en nombre de Dios, dijo que ser&
amp;iacute;a legítimo que la comunidad internacional usara la fuerza para frenar la “agresión injusta” de los miembros del Estado Islámico que mataron o desplazaron a miles de personas en Irak y Siria, muchos de ellos cristianos.





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