POSADAS. Movilizados por el drama de las inundaciones registradas en el Alto Uruguay misionero, tres integrantes de la ONG “Amor sin fronteras” y un trabajador independiente de la localidad entrerriana de Gualeguaychú salieron a buscar donaciones y llegaron con la ayuda hasta El Soberbio, donde repartieron lo recaudado y trabajaron a la par de los damnificados en la reconstrucción de sus viviendas.Durante una semana, Francisco Morrogh-Bernard, Sofía Irigoyen, Bibiana Etchebest y Pablo Ciseri compartieron sus vivencias con las familias afectadas por la crecida del río Uruguay. El martes, ya de regreso a su provincia natal, Morrogh-Bernard y Ciseri explicaron los alcances de la visita y sus deseos de volver en un mes y medio para dar color a las casas de los inundados.El primero, estudiante de la Tecnicatura en Minoridad y Familia, contó que con el curso “decidimos juntarnos para hacer algo con el tema de las inundaciones y traer cosas a El Soberbio, porque nos parecía que era una de las zonas más afectadas”. Fue así que, con el aval de la facultad privada a la que concurren, se lanzaron a conseguir mercaderías y vestimentas. “Fuimos por los barrios, casa por casa, contándole a la gente de qué se trataba la iniciativa, y empezaron a ayudar. Al principio fue difícil porque habíamos propuesto que el corsódromo fuera el lugar para depositar las donaciones, pero la gente no iba. Entonces empezamos a recorrer las casas y conseguimos llenar dos camionetas”, explicaron. Cuando Morrogh-Bernard fue a promocionar la actividad en un medio gráfico de Gualeguaychú, el periodista que lo atendió lo hizo coincidir con Ciseri, un albañil que también había visitado el periódico con el mismo objetivo. “Me sugirió que trabajáramos juntos. Hay un señor que está haciendo lo mismo, y estaría bueno que se junten, me dijo”, relató el joven.De esta manera, ambos se convirtieron en “amigos de viaje”. “Ellos son una ONG que se está formando y quiere hacer las cosas bien, y yo venía trabajando con inundaciones desde hace años tanto en La Plata, en Rosario y en Santa Fe”, manifestó el trabajador, que en buena parte de los casos se desempeña como cocinero.Admitió que el propósito final es “llegar a la persona que necesita. Por lo general les tiran un paquete de arroz, un puré de tomates, sin poner atención en que no tienen dónde cocinar porque el agua se llevó todo. Es por eso que hacemos ollas sociales preparando 150 kilogramos de comida, la leche para los chicos, proponemos juegos para divertirlos y trabajamos a la par de los hombres que empiezan a armar de nuevo sus casas, llevando recursos y ayudándolos a construir”, detalló Ciseri.Agregó que no estaban acostumbrados a levantar casas de madera, cosa que “aprendimos ahora. Conseguíamos los clavos, las maderas y entre los vecinos comenzábamos a armar. Era el medio para que ellos empiecen a funcionar. Trabajamos hasta que vimos que la población podía arrancar sola, que puedan retomar su vida sin hacerlos dependientes”.Comentaron que para los habitantes de El Soberbio este gesto “fue una caricia. Trabajamos, escuchamos y atacamos con lo que trajimos que fue ropa y comida. Fue muy duro y en ocasiones nos quebramos, pero lejos de ellos”. Confiaron que también pudieron observar que “hay ayudas que no llegan a quienes las necesitan. Siempre pasa lo mismo y la población lo ve y no dice nada, como si fuera normal. En los galpones de la Municipalidad hay mercaderías, yerba, colchones y la chapa que se entrega es la de cartón y del mínimo espesor”, denunciaron.Por esa razón, aconsejaron que quienes tengan intenciones de colaborar “no dejen (las donaciones), sino que vayan directamente a entregarlas a la gente. Hay gente que confía y manda lo que puede con todo el amor del mundo y se encuentra con esta gente sin corazón, que lo guarda vaya a saber para qué. Que traten de mandar y cerciorarse que llegue la ayuda”.“Otras ONG llegaron y pudieron repartir las cosas a los necesitados, algunos de los cuales dormían sobre colchones mojados. Después de permanecer una semana conocíamos los distintos puntos, interceptamos varias cargas y las mandamos al destino que tenía necesidades”, contó.Ciseri recordó que de chico era muy humilde. “Siempre me acuerdo de eso, a diferencia de que ahora soy yo el que puede ayudar y explicar a los chicos que una ropa pudo haber sido un regalo de un nene que está a mil y pico de kilómetros de distancia”. Los benefactores pretenden volver en un mes y medio para abastecer a los vecinos con utensilios y otros elementos de cocina, además de pintar las casas reconstruidas, “a las que vemos tristes y grises”.Una de las cosas que los motivó fue haber encontrado a un “chico sordomudo cuyo padre falleció y quedó sin casa a causa de la creciente. La vivienda que tiene ahora es muy oscura, entonces queremos traer pintura y darle color. Queremos hacer algo lindo que es pintar a El Soberbio, porque está triste, gris. Si le ponemos colores de esos que están sobrando en cualquier hogar, vamos a hacer un lindo regalo a esta gente”. Confianza del puebloCiseri confió que en sus ratos libres “salía a pedir carne a los comercios” de la zona y que luego “bajábamos al precipicio donde alguna vez estuvieron las casas del barrio Unión, que es zona roja, altamente inundable, para preparar la comida para 300 personas. Ellos son conscientes de eso, pero como no tienen otro lugar para ir a vivir, vuelven a levantar allí sus viviendas”, más allá de que exista un proyecto que estaría concluido en dos meses y que contempla la construcción de casas para relocalizar a los damnificados.Para llegar a Misiones, pidieron colaboración a varias estaciones de servicios que les proveyeron de nafta para las camionetas que utilizaron para concretar el viaje. “Lo importante es que hicimos la entrega, ayudamos y recibimos el apoyo de todo el pueblo, que nos respaldó con su confianza”, concluyeron.Para estos entrerrianos, “ser solidarios es lo más lindo. En Gualeguaychú nos dan las cosas y saben que las vamos a entregar en mano. Atacamos el hambre, el frío, el agua que se llevó todo y deja a las personas con la mirada perdida”.Contaron que vivir con los pobladores de la costa del Uruguay hace que “podamos contar la realidad vivida en carne propia. Nos retiramos felices, llorando, porque hicimos lo que sentimos”, acotaron, tratando de quitarse de la ropa los vestigios de la tierra roja.





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