POSADAS. Apenas acomoda sobre sus rodillas el gastado delantal azul y comienza a golpear con el martillo, Miguel Ángel Vera (71) debe volver al mostrador para atender a otro cliente que ingresa a su local de compostura de calzados. Es una tarea que desarrolla con esmero y las mismas ganas que tenía a los 16 años, cuando se adentró en el oficio. Su mayor anhelo es poder lograr que los jóvenes se interesen por esta profesión que heredó de su padre, Gumercindo, y que asegura, le permitió educar a sus cuatro hijos, todos empresarios. Vera es oriundo de la localidad de Eldorado y viajó a Capital Federal cuando aún era un adolescente, tentado por un aviso que la prestigiosa fábrica Grimoldi había publicado en los diarios, por la necesidad de conseguir un aprendiz de zapatero. Sin dudar, se presentó en Juan Bautista Alberdi 1542 donde “me tomaron y trabajé durante 26 años”.Explicó que en Grimoldi confeccionaban el calzado denominado “medio punto, que se arma y se cose. Luego se pone la suela y se vuelve a coser para que no se desarme. Así puede tener 40 años de uso y no se arruina a diferencia de los que fabrican ahora”.Luego trabajó en Ludovico, otra fábrica de esta gran urbe. Recordó que allí, directamente el dueño le preguntó “cuántos pares podía hacer por día. Le respondí: cuantos pueda. Y me reiteró: necesito que me haga cien pares por día. Y no te fijes si está derecho o inclinado, necesito cien pares. Y los hice. Pero yo conservo el estilo de antes. Me saco el reloj, lo pongo delante mío y calculo cuantos pares hago en tantos minutos. Lo centro en el medio y meto fierro. Así hice los cien pares, a veces hasta 120. Hoy en día piden producción y no zapatos de calidad”. Contó que en esa época, ingresaba a las 6 y salía a las 18, “molido”, luego de entregar la producción sugerida. En ese tiempo construía una casa en Lomas de Zamora “pero tuve que venderla y venir a Misiones. Es que pensé en los hijos. No quería criarlos allá porque me parecía que me iban a salir mal”. Fue entonces que regresaron a la Capital del Trabajo donde siguió trabajando en la compostura de calzados. Luego, como los chicos tenían que ingresar a la universidad adquirió una casa en Posadas, donde está radicado hace treinta años.Deslizó que hace poco tiempo descubrió que buena parte de las fábricas manda a hacer los zapatos en Gramado y Canela (Brasil). “Los que hay en el país, muy pocos son de industria argentina. La mayoría son brasileros. Por eso cuando uno compra un calzado, por lo general, aprieta. Sucede que colocan una suela más grande y la horma es más chica. Nosotros hacíamos como realmente era la medida, con la horma y la suela que se corresponde con el número”.Casi todo descartableCuando el cambio era uno a uno, Vera viajó a los Estados Unidos y allí pudo establecer la diferencia con los consumidores argentinos. Con asombro observó como en las veredas se tiraban objetos prácticamente nuevos que los americanos consideran descartables y que “acá guardan celosamente. Nadie tira, quieren que todo se arregle aunque hay cosas que ya no dan para más. Muchas veces me tengo que ingeniar para lograr que puedan usarla una vez más. Hay que buscar la vuelta, y arreglarlo de cualquier forma”, dijo Vera entre risas. Enseguida exhibió una bota larga con plataforma “que para mí es descartable. Que si se pinta, se vuelve a descascarar en otro lado. Así que tuve que cortar el caño y le hice caño corto, y la señora se fue contenta”.Actividad en augeConfió que los posadeños acostumbran a arreglar “todo porque ahora los calzados son caros. Algunos los archivan y me piden que le saque los tacos y los cambie por chinos, cambian de color, o le ponen un moño. Y yo les dejo a nuevo”.Después de tantos años de experiencia, aseveró que éste es un oficio que “jamás te va a dejar sin el puchero. Quizás hay dos o tres horas donde podés estar sin trabajar, porque hay temporadas malas, sobre todo cuando salen de vacaciones. Pero de golpe vienen a retirar un zapato que estaba para el arreglo desde hace mucho, viene otro, y llega el fin de mes y ya tenés para el alquiler y los servicios. Es cierto que hay que trabajar. Acá hay pocos zapateros porque no quieren trabajar. Si sos un trabajador, arreglás un zapato y lo hacés bien, ese mismo cliente te va a recomendar a otros . Nunca quedás sin trabajo”.Vera, quien días atrás regresó de Brasil donde presenció el partido entre Argentina e Irán (obsequio del Día del Padre), aseguró que no piensa detenerse hasta tanto le den las fuerzas y puso en alto el trabajo de zapatero que le permitió educar a sus cuatro hijos y pudo recorrer buena parte del mundo. Es necesario transmitir los conocimientosCambiar la suela. Coser. Pegar. Colocar un antideslizante. Esas son sólo algunas cosas que Vera pretende enseñar a los jóvenes que quisieran seguir sus pasos. “En este local no puedo porque es muy pequeño y no caben dos personas”. Además, comentó que necesita un ayudante “pero no se consigue. Vienen, trabajan uno o dos días, y después se excusan con un problema. De esa manera me atrasan el trabajo porque dejo que ellos practiquen y cuando el dueño viene a buscar, nada está hecho. Eso no me gusta porque yo me caracterizo por cumplir con los compromisos”.Admitió que “es difícil encontrar una persona responsable. Si alguna institución o alguien del gobierno me presta un espacio para enseñar un oficio estaría fantástico porque yo tengo herramientas”.Mientras guarda los calzados en las cajas o en bolsas con identificación para facilitar la tarea, comentó que para ir alternando con los arreglos, una de las cosas que “son fáciles de hacer son la alpargatas de rafia, que es un material muy caro. Se usan como chatitas porque tienen brillo, y logro terminar unos 20 pares por día”.A pesar de que su familia insiste que no es necesario continuar trabajando, asegura que lo hace “por gusto y por mi salud”. E insiste: “Me gustaría que los jóvenes se interesen por el oficio. Esa es siempre mi idea. Si alguien me ayuda, que me diga acá tenés un lugar y enseñale”.





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